Zac desciende por el Lungotevere, adelanta en zigzag a dos o tres coches, acto seguido, mete la tercera y acelera. La municipal sigue a sus espaldas. Si consigue llegar a la plaza Trilussa se los quitará de encima. Por el espejito ve al coche acercarse peligrosamente. Dos coches delante de él. Zac reduce dando gas. Tercera. La moto acelera hacia delante. Pasa rozando las puertas. Uno de los dos coches se hace a un lado asustado. El otro continúa su carrera en medio de la calle. El conductor, alelado, no se ha dado cuentas de nada. La policía se echa completamente a la derecha. Las ruedas suben haciendo ruido sobre el borde de la acera. Zac ve ante sus ojos la plaza Trilussa. Reduce de nuevo. Atraviesa la calle de derecha a izquierda. El conductor alelado frena bruscamente. Zac emboca el callejón que hay frente a la fuente que une los dos Lungotevere. Pasa entre dos pilones bajos de mármol. La policía municipal frena. No puede pasar. Zac acelera. Lo ha conseguido. Los dos policías bajan del coche. Solo les da tiempo a ver a una pareja de enamorados y a un grupo de muchachos apresurándose a subir la estrecha acera para dejar pasar a aquel loco que conduce con una moto con los faros apagados. Zac mantiene la velocidad durante un rato. Luego mira en el espejito. A sus espaldas todo parece tranquilo. Solo algún que otro coche a lo lejos. El tráfico nocturno. Enciende las luces. Solo faltaría que ahora lo detuvieran por eso.
Greg abre la nevera y se sirve un vaso de agua.
Gina se dirige a los dormitorios. Antes de acostarse da siempre un beso de buenas noches a sus hijas, un poco por costumbre, pero también para asegurarse de que hayan vuelto. Esa noche ni siquiera tenían previsto salir. Pero nunca se sabe. Es mejor controlar. Entra en la habitación de Stella. Camina sin hacer ruido, con cuidado para no tropezar con la alfombra. Apoya una mano sobre la mesita. La otro en la pared. Luego se inclina hacia delante, lentamente, y roza su mejilla con los labios. Duerme. Gina se aleja de puntillas. Cierra despacio la puerta. Stella se vuelve lentamente. Se incorpora apoyándose en un costado. Ahora viene lo bueno. Gina baja silenciosamente el picaporte de la puerta de Vanessa y la abre. Ash está en la cama. Ve el ángulo de luz del pasillo que poco a poco se dibuja sobre la pared, ensanchándose. El corazón empieza a latirle con fuerza. Y ahora, si me descubren, ¿qué les cuento? Ash permanece de espaldas, inmóvil, tratando de no respirar. Siente un ruido de collares: debe de ser la madre de Vanessa. Gina se acerca a la cama, se inclina lentamente hacia delante. Ash reconoce su perfume. Es ella. Contiene la respiración, a continuación siente cómo su beso le roza la mejilla. Es el beso suave y afectuoso de una madre. Es verdad. Las madres son todas iguales: preocupadas y buenas. ¿Serán también todas las hijas idénticas para ellas? Así lo espera. Gina pone en orden la colcha, la tapa delicadamente con el borde de la sábana. Luego, de repente, se detiene. Ash sigue inmóvil, a la espera. ¿Habrá descubierto algo? ¿La habrá reconocido? Siente un ligero crujido. Gina se ha inclinado. Puede sentir su cálido aliento cerca, demasiado cerca. Luego oye sobre la moqueta unas pisadas ligeras que se alejan. La débil luz del pasillo desaparece. Silencio. Finalmente respira. Ya pasó. Se mueve hacia delante. ¿Por qué se habrá inclinado la madre de Vanessa? ¿Qué habrá hecho? En la penumbra de la habitación, sus ojos acostumbrados a la oscuridad encuentran de inmediato la respuesta. A los pies de la cama, colocadas perfectamente la una junto a la otra, se encuentran las zapatillas de Vanessa. Gina las ha puesto en sus sitio, ordenadamente. Listas para acoger a la mañana siguiente los pies de su hija todavía caldeados por el sueño. Ash se pregunta si su madre habría hecho lo mismo. No, ni siquiera se le ocurriría. Alguna que otra noche se ha quedado despierta esperando su beso. En vano. Sus padres volvieron tarde. Los oyó hablar, pasar de largo por delante de su puerta. Luego aquel ruido. La puerta de su dormitorio, que se cerraba. Y, con ella, sus esperanzad se desvanecían. Bueno, son dos madres diferentes. Siente unos escalofríos extraños por todo el cuerpo. No, en cualquier caso, no le gustaría tener por madre a Gina. Entre otras cosas, no le gusta su perfume. Es demasiado dulzon.
Zac sale al sendero. Al llegar delante de la verja donde la ha dejado, frena levantando una nube de polvo. Mira a su alrededor. Vanessa no está allí. Toca el claxon. No hay respuesta. Apaga la moto. Prueba a llamarla.
—Vanessa.
Nada. Ha desaparecido. Cuando está a punto de volver a encender la moto, oye de repente un crujido a su derecha. Llega desde detrás de la valla.
—Estoy aquí.
Zac mira por entre los tablones de madera oscura.
—¿Dónde?
—¡Aquí!
Una mano se asoma por un espacio libre que hay entre dos tablones.
—¿Qué haces ahí detrás?
Zac ve sus grandes ojos marrones. Aparecen solitarios sobre su mano, entre otros dos tablones. Los ilumina la débil luz de la luna y parecen asustados.
—Vanessa, sal de ahí.
—¡No puedo, tengo miedo!
—¿Miedo? ¿De qué?
—Hay un perro enrome ahí detrás y va sin bozal.
—Pero ¿dónde? Aquí no hay ningún perro.
—Antes sí que estaba.
—Bueno, escucha, ahora no está.
—Aunque no esté el perro no puedo salir de todos modos.
—¿Por qué?
—Me da vergüenza.
—¿De qué tienes vergüenza?
—De nada, no quiero decírtelo.
—Oye, ¿te has vuelto idiota? Bueno, yo ya me he hartado. Ahora arranco y me voy.
Zac enciende la moto. Vanessa golpea los tablones con las manos.
—No, espera.
Zac apaga de nuevo la moto.
—¿Entonces?
—Salgo ahora, pero tienes que prometerme que no te reirás.
Zac mira aquel extraño trozo de madera con ojos marrones y se lleva la mano derecha al corazón.
—Prometido.
—Me lo has prometido, ¿eh?
—Sí, ya te lo he dicho.
—Seguro, ¿eh?
—Seguro.
Vanessa mete las manos entre las grietas esperando no hacerse daño con ninguna astilla. Un <ay> ahogado. Zac sonríe. No ha tenido bastante cuidado. Vanessa está encima de la valla, pasa por encima de ella y empieza a bajarla. Al final de un salto. Zac gira el manillar de la moto hacia ella, iluminándola con el faro.
—Pero ¿qué has hecho?
—Para escapar del perro he saltado la valla y me he caído.
—¿Te has manchado de barro?
—Qué va… es estiércol.
Zac suelta una carcajada.
—Dios mío, estiércol… No, no es posible. Me va a dar algo. —No puede parar de reírse.
—Dijiste que no te reirías. Lo prometiste.
—Sí, pero esto es demasiado. ¡Estiércol! No me lo puedo creer. Tú en el estiércol. Es demasiado bonito para ser verdad. ¡No se puede pedir más!
—Sabía que no me podía fiar de ti. Tus promesas no valen nada.
Vanessa se acerca a la moto. Zac deja de reírse.
—¡Alto! Detente. ¿Qué haces?
—¿Cómo que qué hago? Subo.
—Pero bueno, ¿estás loca? ¿Pretendes subir en mi moto en ese estado?
—Claro que sí, si no, ¿qué hago? ¿Me desnudo?
—Ah, no sé. Sea como sea, tú no subes en mi moto así de sucia. ¡Estiércol, por si fuera poco! —Zac se echa a reír de nuevo—. Dios mío, no me puedo contener…
Vanessa lo mira exhausta.
—Oye, es una broma, ¿no?
—En absoluto. Si quieres te doy mi cazadora y así te tapas con ella. Pero quítate antes esa ropa. Si no, te juro que en la moto no subes.
Vanessa resopla. Está negra de rabia. Pasa por su lado. Zac se tapa la nariz, exagerando.
—Dios mío… Es insoportable…
Vanessa le da un golpe, luego va detrás de la moto, junto al faro posterior.
—Mira, Zac. Te juro que si mientras me desnudo te das la vuelta, salto sobre ti con todo el estiércol que tengo encima.
Zac sigue con la mirada clavada hacia delante.
—De acuerdo. Dime cuándo te tengo que pasar la cazadora.
—Mira que lo digo en serio. Yo no soy como tú. Yo mantengo mis promesas.
Vanessa controla por última vez que Zac no se dé la vuelta, luego se quita lentamente el suéter, teniendo mucho cuidado para no ensuciarse. Debajo no lleva casi nada. Lamenta no haberse puesto una camiseta para no perder tiempo. Mira de nuevo a Zac.
—¡No te vuelvas!
—¿Y quién se mueve?
Vanessa se inclina hacia delante. Se quita las zapatillas. Basta un momento. Zac es rapidísimo. Dobla el espejito lateral izquierdo inclinándolo hacia ella, centrándola. Vanessa se incorpora. No se ha dado cuenta de nada. Lo controla de nuevo. Bien. No se ha dado la vuelta. En realidad, sin que ella se dé cuenta, Zac la está mirando. Está reflejada sobre el espejito. Tiene un sostén de encaje transparente y la piel de gallina en los dos brazos. Zac sonríe.
—¿Quieres darte prisa, cuánto te falta?
—Ya casi he acabado, pero ¡tú no te des la vuelta!
—Te he dicho que no, no lo repitas más, venga.
Vanessa se desabrocha los vaqueros. Luego, poco a poco, tratando de ensuciarse lo menos posible, se inclina hacia delante acompañándolos hasta los pies, ahora desnudos sobre aquellas frías piedras polvorientas. Zac dobla hacia abajo el espejito siguiéndola con la mirada. Los vaqueros bajan lentamente dejando a la vista sus piernas lisas y pálidas en aquella tenue luz nocturna. Zac canturrea Yoy can leave your hat on, imitando la voz de Joe Cocker.
—Nada que ver con Nueve semanas y media…
Vanessa se vuelve de golpe. Sus ojos iluminados por el débil farolito rojo se cruzan con la mirada divertida de Zac que le sonríe maliciosamente en el espejito.
—No me he dado la vuelta, ¿no?
Vanessa se apresura a liberarse de los vaqueros y salta detrás de él sobre la moto en bragas y sostén.
—¡Canalla, asqueroso, bastardo! ¡Cerdo! —Lo aporrea.
Sobre los hombros, el cuello, la espalda, la cabeza. Zac se dobla hacia delante tratando de protegerse lo mejor posible.
—¡Ay, basta! Ay. ¿Qué he hecho de malo? He echado una miradita, pero no me he dado la vuelta, ¿no? He mantenido mi palabra… Ay, mira que no te doy la cazadora.
—¿Qué? ¿Qué no me la das? Entonces cojo mis vaqueros y te los paso por la cara, ¿quieres verlo?
Vanessa empieza a quitarle la cazadora subiéndosela por las mangas.
—Está bien. Está bien. ¡Basta! Cálmate. Venga, no hagas eso. Ahora te la doy.
Zac deja que se la quite. Acto seguido, enciende la moto, Vanessa le da un último puñetazo.
—¡Cerdo! —Luego se mete deprisa la cazadora intentando taparse lo más posible con ella. El resultado es escaso. Las dos piernas se quedan fuera, incluido el borde de las bragas.
—Eh… ¿sabes que no estás mal? Deberías lavarte más a menudo… Pero tienes un culo realmente bonito… En serio.
Ella intenta darle un golpe en la cabeza. Zac se inclina inmediatamente riéndose. Mete la primera y arranca. Luego hace como si olfateara el aire.
—Eh, ¿notas tú también un olor extraño?
—¡Imbécil! ¡Conduce!
—Parece estiércol…
En ese momento, de detrás de un arbusto que hay delante que ellos, sale un perro lobo. Corre hacia ellos ladrando. Zac lo apunta con la moto. El faro lo deslumbra por un instante. Sus ojos rojos brillan rabiosos en la noche. Muestra los dientes al gruñir, blancos y afilados.
Basta ese instante. Zac reduce. Da gas apartándose con la moto. El perro echa a correr de nuevo. Los roza por un pelo saltando lateralmente con la boca abierta. Vanessa chilla. Levanta las piernas desnudas y se agarra con fuerza a los hombros de Zac. El perro casi los alcanza. La moto acelera. Primera. Segunda. Tercera. A todo gas. Se aleja en la noche. El perro la sigue enfurecido. Luego va perdiendo terreno. Al final se para. Se desahoga ladrando a lo lejos. Una nube de polvo y oscuridad lo envuelve gradualmente haciéndolo desaparecer del mismo modo en el que ha aparecido. La moto sigue corriendo en el húmedo frío de los verdes campos. Vanessa tiene todavía las piernas apretadas alrededor de la cintura de Zac. Poro a poco, la moto reduce la marcha. Zac le acaricia la pierna.
—Por poco, ¿eh?, y estos bonitos muslos acaban mal. Entonces era cierta la historia del perro…
Vanessa le quita la mano de la pierna y la hace caer a un lado.
—No me toques. —Se impulsa hacia atrás en el sillín, volviendo a poner los pies sobre los pedales y se cierra la cazadora. Zac le pone de nuevo la mano sobre la pierna—. ¡Te he dicho que no me toques con esa mano! — Vanessa se la quita. Zac sonríe y cambia de mano. Vanessa le aparta también la derecha.
—¿Ni siquiera puedo con esta?
—¡No sé qué es peor si el perro que llevaba detrás o el cerdo que tengo ahora delante! —Zac se ríe, sacude la cabeza y acelera.
Vanessa se cierra aún más la cazadora. ¡Qué frio! ¡Qué noche! ¡Qué lío! Maldita Ash. Vuelan en la noche. Al final llegan sanos y salvos a casa. Zac se para delante de la barra. Vanessa se vuelve hacia Fiore. Lo saluda. El portero la reconoce y levanta la barra. La moto pasa bajo ella apenas sin esperar a que la barra finalice su recorrido hacia lo alto. Fiore no puede por menos que echa una ojeada a las bonitas piernas de Vanessa que asoman ateridas por debajo de la cazadora. Lo que hay que ver. En sus tiempos ninguna muchacha salía con minifaldas como esa. Vanessa ve la puerta metálica del garaje cerrada. Sus padres han vuelto. Un peligro menos. ¿Qué habría podido inventar si la hubieran pillado en aquel momento detrás, sobre la moto de Zac y, sobre todo, en ropa interior? Prefiere no pensar en ello, la fantasía no le alcanza. Baja de la moto. Trata de taparse lo más posible con la cazadora. Nada que hacer. Le llega apenas al borde de las bragas.
—Bueno, gracias por todo. Oye, te tiro la cazadora por la ventana.
Zac le mira las piernas. Vanessa se agacha. La chaqueta baja un poco más, pero el resultado sigue siendo muy pobre. Zac sonríe.
—Puede que nos veamos otra vez. Veo que tienes argumentos muy interesantes.
—¿Te he dicho ya que eres un cerdo?
—Sí, creo que sí… Entonces, paso a recogerte mañana por la noche.
—No podría. Creo que no podría resistir otra noche como esta.
—¿Por qué, no te has divertido?
—¡Muchísimo! Yo hago siempre la camomila, todas las noches. Procuro que la policía me persiga durante un rato, me arrojo en medio de un campo desconocido, me dejo perseguir por un perro rabioso y, para acabar, me tiro sobre un montón de estiércol. Luego me revuelvo un poco en él y a continuación regreso a casa en sostén y bragas.
—Con mi cazadora encima.
—Ah, claro, lo olvidaba.
—Y, sobre todo, no me has dicho una cosa.
—¿Qué?
—Que has hecho todo esto conmigo.
Vanessa lo mira. Qué tipo. Tiene una sonrisa preciosa. Qué lástima que tenga tantos defectos. En lo tocante al carácter. Sobre el físico no tiene nada que objetar. Al contrario. Decide sonreírle. A fin de cuentas, no le supone un gran esfuerzo.
—Sí, tienes razón. Bueno, hasta luego.
Vanessa hace ademán de alejarse. Zac le coge la mano. Esta vez con dulzura. Vanessa se resiste un poco, luego se deja hacer. Zac la atrae hacia él, acercándola a la moto. La mira. Tiene el pelo largo, despeinado, tirado hacia atrás por el viento frío de la noche. Su piel es morena, está helada. Sus ojos son intensos, buenos. Es guapa. Zac desliza una mano bajo la cazadora. Vanessa abre los ojos como platos, ligeramente asustada, emocionada. Siente subir su mano, extrañamente cálida. Por su espalda, hacia arriba. Se detiene junto al cierre del sostén. Vanessa se apresura a llevar su mano detrás. La pone encima de la suya, lo obliga a pararse. Zac le sonríe.
—Eres una buena camomila, ¿sabes? Eres valiente, mucho. Así que es cierto que no tienes miedo de mí. ¿Me denunciarás?
Vanessa asiente.
—Sí —susurra.
—¿En serio?
Vanessa hace un gesto afirmativo con la cabeza. Zac la besa en el cuello, varias veces, con delicadeza.
—¿Lo juras?
Vanessa asiente una vez más, después cierra los ojos. Zac sigue besándola. Sube, roza sus frescas mejillas, sus orejas congeladas. Un soplo caliente y provocativo la hace estremecerse más abajo. Zac se acerca al borde rosado de sus labios. Vanessa suspira temblando. Luego abre la boca, lista para acoger su beso. En ese momento, Zac se separa. Vanessa permanece así por un momento, con la boca entreabierta, los ojos cerrados, embelesados. Los abre de repente. Zac está delante de ella con los brazos cruzados. Sonríe. Sacude la cabeza.
—Ay, Vanessa, Vanessa. Así no se puede. Soy un cerdo, un animal, una bestia, un violento. Dices, dices, pero al final consientes… y hasta te dejarías besar. ¿Ves cómo eres? ¡Eres una incoherente!
Vanessa enrojece de rabia.
—¡Y tú un cabrón!
Empieza a darle puñetazos. Zac trata de protegerse mientras se ríe.
—¿Sabes a quién me has recordado antes? A un pez rojo que tenía cuando era pequeño. Estabas ahí, con la boca abierta, boqueando. Igual que hacía él cuando le cambiaba el agua y se me caía en el lavabo… —Vanessa le da un bofetada en plena cara.
—¡Ay! —Zac se toca divertido la mejilla—. Mira que te equivocas, con violencia no se consigue nada. ¡Tú también lo dices siempre! No creas que te voy a besar porque me pegues. Puede que, si me prometes que no me denunciarás…
—Yo te denunciaré, claro que sí. ¡Ya lo verás! Acabarás en la cárcel, te lo juro.
—Ya te he dicho que no tienes que jurar… en esta vida nuca se sabe…
Vanessa se aleja corriendo. La cazadora se la sube dejando al descubierto unas bonitas nalgas cubiertas por unas pequeñas bragas claras. Intenta taparse como puede, mientras mete la llave equivocada en la cerradura del portal.
—Eh, quiero que me des ahora la cazadora.
Vanessa lo mira con rabia. Se quita la cazadora y la tira al suelo. Se queda en bragas y sostén, en medio de aquel frío, con los ojos llenos de lágrimas. Zac la mira complacido. Tiene un bonito cuerpo, nada mal, en serio. Coge la cazadora y se la pone. Vanessa maldice aquellas llaves. ¿Dónde habrá ido a parar la del portal?
Zac enciende un cigarrillo. Tal vez haya hecho mal al no besarla. No demasiado, de todos modos, otra vez será. Vanessa encuentra finalmente la llave, abre el portal y entra. Zac se encamina hacia ella.
—Bueno, pececito, ¿no me das un beso de buenas noches?
Vanessa le tira prácticamente la puerta a la cara. Zac no puede oír lo que le dice a través del cristal, pero lo leer fácilmente en sus labios. Le aconseja o, mejor dicho, le ordena que se vaya a hacer algo a cierto sitio. Zac la contempla mientras se aleja. Desde luego, si ese sitio es tan bonito como el que tiene ella, no le importaría darse una vuelta por allí.
Vanessa abre lentamente la puerta de casa, entra y la vuelve a cerrar sin hacer ruido. Camina de puntillas por el pasillo y se mete en su habitación. ¡Salvada! Ash enciende la lámpara de la mesita.
—¡Eres tú, Vanessa! Menos mal, ¡estaba preocupadísima! Pero ¿por qué vas así? ¿Te ha desnudado Zac?
Vanessa coge un camisón del cajón.
—¡He acabado metida hasta las orejas en un montón de estiércol!
Ash olfatéa.
—Es verdad, huele. No sabes el miedo que pasé cuando vi caer aquella moto. Por un momento pensé que eras tú. Eres muy valiente. Genial. Les hemos dado una lección a esas dos fanfarronas. Oye, ¿adónde ha ido a parar mi cinturón de Camomilla?
Vanessa le lanza una mirada asesina.
—Ash, no quiero volver a oír hablar de cinturones, de camomilas, de Pollo, de carreras o de otras historias por el estilo. ¿Está claro? ¡Y te aconsejo que te calles, si no te saco a patadas de mi cama y te hago dormir en el suelo, es más, ¡te tiro fuera de casa!
—¡No serías capaz!
—¿Quieres probar?
Ash la mira. Decide que no conviene ponerla a prueba. Vanessa se dirige hacia el baño.
—Vanessa.
—¿Qué pasa?
—Di la verdad. ¿A que te has divertido con Zac?
Vanessa suspira. No hay nada que hacer. Es irrecuperable.
Zac salta la verja, atraviesa el jardín sin hacer ruido. Luego se acerca a la ventana. El cierre metálico está abierto. A lo mejor todavía no ha vuelto. Tamborilea con los dedos en el cristal. La cortina clara se abre. En la oscuridad aparece la cara sonriente de Maddalena. Corre la cortina y se apresura abrir la ventana.
—Hola, ¿dónde estabas?
—Me ha perseguido la policía.
—¿Todo bien?
—Sí, todo bien. Espero que no hayan anotado la matrícula.
—¿Has apagado los faros?
—Claro.
Maddalena se aparta. Zac salta ágilmente por la ventana y entra en su habitación.
—No hagas ruido. Mis padres acaban de llegar.
Maddalena cierra con llave la puerta, luego salta sobre la cama. Se mete bajo las sábanas.
—¡Brrr… qué frío! —Le sonríe. Se quita por la cabeza el camisón y lo hace caer a los pies de Zac. La débil luz de la luna entra por la ventana. Sus pequeños senos perfectos se distinguen claros en la penumbra. Zac se quita la cazadora. Por un momento, le parece sentir el olor del campo. Es extraño, parece mezclarse con otro perfume. No le presta demasiada atención. Se tumba a su lado. Maddalena lo abraza con fuerza. Zac desliza su mano hacia abajo, le acaricia la espalda, las caderas. Al subir de nuevo, se detiene entre las sus piernas. Maddalena suspira cuando la toca, luego lo besa. Zac mete su pierna entre las suyas. Maddalena lo detiene. Se acerca a la mesita. Encuentra a tientas el estéreo. Aprieta REW. Rebobina una cinta. Un ruido seco le avisa que está de nuevo al principio. Maddalena aprieta PLAY.
—Ya está.
Vuelve de nuevo a sus brazos.
—Ahora sí que no nos falta de nada. —Lo besa con pasión. De los altavoces del estéreo salen como en un murmullo las notas de la canción Ti sposeró perché. Las voz de Eros acompaña dulcemente sus suspiros.
Es cierto, puede que sea ella la mujer que le va. Maddalena sonríe. Susurra entre el fresco crujido de las sábanas:
—Esta es una de las veces en las que hay que saber moverse… ¿verdad?
—Así es.
Zac le besa el pecho. Está seguro. Madda es la mujer que le va. Luego, de repente, recuerda el extraño perfume de su cazadora. Es Caronne. Recuerda también a quién pertenece. Y, por un momento, en la oscuridad de aquella habitación, deja de estar tan seguro.
XD XD
ResponderEliminareste cap tb sale en la peli
me encanto
asta cuando mario se lia con la otra ¬¬
ke creo ke es yoli de foq XD XD
bueno aki es zac ke se lia con magda, ke con lo zorra ke es no le va nada el nombre
me encanto sobre todo cuando zac casi la besa
ke luego la regaña XD XD XD
esa escena de la peli me encanto y la cara ke se le kedo a babi XD XD XD XD
bueno siguela prontito
ke kiero ya leer el ultimo cap XD XD
eske kiero saber si acana igual ke en la peli :S :S
bueno bye!
kisses!