miércoles, 8 de junio de 2011

Capitulo 8.

Mucho más lejos, en la misma ciudad.
Vestido con una impecable librea blanca, con cuatro pelos en la cabeza y sudoroso, un camarero algo grueso se abre paso entre los invitados con una bandeja de plata. De vez en cuando, una mano sobresale de un grupito de personas y se adueña de un cóctel ligero en cuyo interior flota algún pedazo de fruta. Otra, más rápida, posa un vaso vacío sobre ella. En el borde, marcas de pintalabios. Se puede ver perfectamente dónde ha bebido la mujer y qué tipo de labios tiene. El camarero piensa que sería divertido tratar de reconocer a las mujeres por los vasos. Eróticas huellas digitales. Con este pensamiento excitante vuelve a entrar en la cocina, donde olvida casi de inmediato aquellas fantasías a lo Holmes. La cocinera, de hecho, le riñe recordándole que tiene que sacar la bandeja con los fritos.
—Estás estupenda, querida.
En el salón, una mujer con el pelo demasiado teñido se da la vuelta en dirección a su amiga y le sonríe, siguiéndole el juego.
—Pero bueno, ¿te has hecho algo?
—Sí, me he buscado un amante.
—¿Ah, sí? ¿Y a qué se dedica?
—Es cirujano plástico. 
Ambas se echan a reír. Tras coger una alcachofa frita que pasa en ese momento por allí, su amiga le confiesa su secreto.
—Me he inscrito en el gimnasio.
—¿Ah, sí? ¿Y cómo es?
—¡Fabuloso! Tendrías que venir.
—Lo haré sin duda.
Y, a pesar de que le gustaría preguntarle cuánto cuesta al mes, piensa que ya lo descubrirá por su propia cuenta. A continuación se apodera deuna mozzarella frita y se la traga despreocupada, dado que no tardará en eliminarla.
Greg saca la cajetilla de Marlboro y enciende un cigarrillo. Se traga el humo, saboreándolo hasta el final.
—Oye, llevas una corbata preciosa.
—Gracias.
—Te sienta verdaderamente bien, de verdad. —Greg muestra orgulloso su corbata burdeos. Luego, instintivamente, esconde por lo bajo su cigarrillo y busca a Gina. Mira a su alrededor, se cruza con algunas caras que acaban de llegar, las saluda sonriendo y después, al no encontrarla, da una calada ya más tranquilo.
—Muy bonita, ¿verdad? Es un regalo de Gina.
Una mesa baja de marfil, por encima de ella aceitunas y pistachos agrupados en pequeños cuencos de plata. Una mano huesuda de uñas bien cuidadas deja caer las cascaras simétricas de un pistacho.
—Estoy preocupada por mi hija.
—¿Por qué?
Gina logra mostrarse bastante interesada, lo suficiente para que la confidencia de Marina pueda seguir adelante.
—Sale con uno que de bueno tiene bien poco, uno que no hace nada, uno que está siempre en la calle.
—¿Y desde cuándo se ven?
—Ayer hicieron seis meses. Me lo ha dicho mi hijo. ¿Sabes lo que hizo él? ¿Sabes lo que hizo?
Gina deja estar un pistacho demasiado cerrado. Ahora está sinceramente interesada.
—No, cuéntame.
—La llevó a una pizzería. ¿Te das cuenta? A una pizzería de la avenida.
—Bueno pero esos muchachos todavía no ganan nada, tal vez sus padres…
—Sí, pero a saber de dónde sale… Le regaló doce rosas miserables, de esas que apenas llegan a casa pierden todos los pétalos. Seguro que las compraría en el semáforo. Esta mañana le pregunté en la cocina: «¿Qué es este horror, Gloria?» «No te atrevas a tirarlas, ¿eh, mamá?» ¡Imagínate! Pero cuando volvió del colegio las rosas habían desaparecido, ah, sí. Le dije que había sido Ziua, la filipina, entonces ella se puso a gritar y se marchó dando un portazo.
—No deberías entrometerte en esas historias, si no es peor, luego Gloria se obstina. Déjala a su aire, verás que acabará por sí sola. Si hay tanta diferencia… Y luego, ¿qué hizo?, ¿volvió?
—No, me llamó y me dijo que se iba a dormir a casa de Piristi, esa chica tan guapa un poco rechoncha, la hija de Giovanna. Él es el administrador de la Serfim, ella está toda operada. Y no la critico, se lo puede permitir.
—¿De verdad? Pues no se le nota nada…
—Usan esa nueva técnica, te estiran desde detrás de las orejas. Es perfectamente invisible. Entonces, ¿puede salir con Vanessa? Me gustaría mucho.
—Claro que sí, le diré que la llame.
Finalmente, Gina se concede un pistacho. Está algo más abierto que los demás. Deja la cáscara en la boca, y para él no es un cambio conveniente.
—¿Filippo? Gina ha dicho que convencerá a Vanessa para que se lleve a Gloria con su grupo.
—¡Ah, estupendo! Te lo agradezco.
Filippo, un hombre joven, de semblante relajado, da la impresión de estar él también más interesado en los pistachos que en los asuntos de su hija. Se inclina hacia delante, apoderándose de aquel que Gina había elegido ya como su futura víctima. Ella lo mira con curiosidad detrás de las orejas, buscando también en él la marca de aquella repentina juventud.
—Hola, Greg.
—Estás guapísima.
Una sonrisa perfecta dice «Gracias» y, rozándolo, se aleja con un tinte de al menos ciento cincuenta euros. ¿Lo habrá hecho adrede? En su mente, aquel vestido largo se va deslizando lentamente; se imagina el conjunto que debe de llevar debajo pero, a renglón seguido, le asalta una duda: ¿habrá realmente algo que imaginar? Justo en ese preciso momento ve llegar a Gina. Greg da una última calada al cigarrillo y se apresura a apagarlo en el cenicero.
—Dentro de nada empezamos a jugar. Te lo ruego, no hagas como siempre. Cuando no te llega la carta, después de un poco que no haces
Gin ,haces knock.
—¿Y si me hace underknock ?
—Haces knock cuando aún estás bajo.
Greg sonríe compuesto.
—Sí, querida, como quieras. —No ha notado el cigarrillo.
—Por cierto, te había dicho que no fumaras.
Error.
—Pero uno solo no hace daño…
—Uno o diez… Lo que me molesta es el olor.
Gina se encamina ahora hacia la mesa verde. El resto de los invitados toma también asiento. Es increíble, no se le escapa nada. Al sentarse, Gina examina a la mujer del tinte de ciento cincuenta euros. Por un momento, Greg  teme que sea también capaz de leer el pensamiento.

1 comentario:

  1. ala!! 150€!!
    en vez de gastarse ese dinero en un tinte, ke se lo gaste en un cerebro!!!
    XD XD XD
    siguela cuando puedas!
    y suerte con tus examenes!
    gracias por comentar!
    bye!
    kisses!

    ResponderEliminar