El año anterior.
—Vanessa, Vanessa. —Stella aporrea chillando la puerta del baño. Pero Vanessa no la oye. Está bajo la ducha y como si eso no bastase la radio cercana transmite a todo volumen una canción del año anterior de U2. Finalmente, Vanessa oye algo. Unos golpes fuertes que no siguen el ritmo del batería. Cierra el agua, luego, todavía chorreando, alarga el brazo bajando el volumen.
—¿Qué pasa?
Stella suspira al otro lado de la puerta.
—Finalmente, hace una hora que te estoy llamando. Ash al teléfono.
—Dile que estoy en la ducha, que la llamo dentro de cinco minutos.
—Dice que es algo urgentísimo.
Vanessa resopla.
—¡Está bien! Stella, ¿me traes el teléfono?
—Ya lo he hecho. —Vanessa abre la puerta. Stella está allí con el inalámbrico en la mano.
—No te alargues mucho, estoy esperando que me llame Giulia.
Vanessa se seca la oreja antes de apoyar sobre ella el teléfono.
—¿Qué es tan urgente?
—Nada, solo quería saludarte. ¿Qué haces?
—Estaba duchándome. No sé cómo lo haces, pero me llamas siempre cuando estoy bajo el agua.
—¿No sales con Marco?
—No, esta noche va a casa de un amigo a repasar. Tiene el examen dentro de dos días. Biología.
Ash se queda por un momento en silencio. Decide no decirle nada.
—Estupendo, entonces paso a recogerte dentro de diez minutos.
Vanessa coge una toalla pequeña y se frota el pelo.
—No puedo.
—Venga, vamos a tomar una pizza.
—¿Y si luego me llama Marco? Ha apagado su móvil, tiene que estudiar…
—Dile a Stella que le diga que te llame más tarde o que te busque en el tuyo. ¡Venga, volvemos enseguida!
Vanessa trata de replicar. Pero todas las excusas —cansancio, deberes por hacer y un increíble deseo de quedarse en casa en bata y camisón delante de la tele— son inútiles. Poco después se encuentra sentada en la Vespa detrás de Ash, que conduce temeraria en el tráfico de las nueve.
Vanessa tiene el pelo todavía mojado, un suéter con la inscripción California y una expresión de fastidio.
—Vas a hacer que acabe por tener un accidente.
—Pero ¡si esta noche hace calor!
—Me refería al modo en que conduces.
Ash reduce la velocidad y gira a la derecha.
Vanessa se acerca a la mejilla de Ash para que su amiga la oiga.
—¿Por dónde vas?
—¿Por qué?
—¿No vamos a Baffetto?
—No.
—¿Ha pasado algo?
—De vez en cuando hay que cambiar. Te has convertido en una metódica, Vanessa. Siempre a Baffetto, siempre ocho en latín, ¡siempre lo mismo! Por cierto, ¿con quién sales ahora?
—¿Cómo que con quién salgo? Con Marco, ¿no?
Vanessa mira sorprendida a Ash. No sabe por qué, pero está segura de que a ella Marco no le gusta.
—Ves, Vanessa, también en eso eres demasiado aburrida. Tendrías que cambiar.
—¿Bromeas? ¡Me gusta muchísimo!
—No exageres…
—No, Ash, en serio. ¡Me importa un montón!
—¿Cómo te puede importar tanto si apenas hace cinco meses que estás con él?
—Lo sé, pero estoy completamente enamorada, tal vez porque es mi primera historia importante.
Ash reduce las marchas con rabia. Ya, tu primera historia importante y justo con ese gusano, piensa Ash. Luego mete la tercera y emboca la plaza. Después reduce a segunda y dobla a la derecha. Vanessa se aferra a su cintura cuando entran en la tercera travesía. Fabio, el hijo del propietario, está en la puerta. Cuando las ve, las saluda saliéndoles al encuentro. Está muy unido a las dos. En realidad, tiene debilidad por Vanessa, aunque siempre lo haya ocultado. Fabio las acomoda en la hilera de mesas que hay a la derecha, nada más entrar, junto a la caja. Desde allí se puede ver todo el local. Un camarero les trae de inmediato el menú. Pero Ash sabe ya qué pedir.
—¡Ay, hacen un calzone maravilloso! Tiene de todo: queso con huevo, mozzarella y trocitos de jamón. ¡Como para desmayarse!
Vanessa controla en el menú si hay algo menos deletéreo para su dieta. Pero Ash es convincente.
—En ese caso, dos calzone y dos cervezas medias claras.
Vanessa mira preocupada a su amiga.
—¿También cerveza? Por lo visto quieres que reviente.
—¡Venga, por una vez! ¡Esta noche tenemos que celebrar!
—¿El qué?
—Bueno, hacía mucho tiempo que no salíamos solas.
Vanessa piensa que es verdad. Últimamente, las pocas veces que ha salido lo ha hecho siempre con Marco. Le gusta estar allí, en aquel momento, con su amiga. Ash está hurgando en los bolsillos de su cazadora. Al final saca de uno de ellos una peineta con brillantitos y corazoncitos de piedra dura de colores, se recoge el pelo y lo atraviesa con la peineta, sujetándolo.
Su bonita cara redonda queda despejada. Vanessa le sonríe.
—Esa peineta es preciosa. Te queda muy bien.
—¿Te gusta? La he comprado en la plaza Carli da Bruscoli.
—¿Te importa si me la compro también? Tal vez un poco distinta. Tenía una parecida pero la he perdido.
—Bromeas, estoy acostumbrada a que me copien. Soy una chica que marca la moda. ¿Sabes que cuando voy ahora a las tiendas me dan las cosas gratis? Basta con que me las ponga. ¡He decidido que desde mañana pido un porcentaje!
Se ríen. En ese momento llegan las cervezas. Vanessa las mira. Son enormes.
—¿Esta es la media? ¿Y si hubiera sido la grande?
Ash levanta la jarra.
—Venga, deja de protestar. —La hace chocar con fuerza contra la jarra de Vanessa. Un poco de cerveza se derrama de ella, espumando sobre el mantel.
—Por nuestra libertad.
Vanessa la corrige:
—Provisional…
Ash le sonríe levemente como diciendo: concedido. Acto seguido, beben las dos. Vanessa es la primera en ceder. Llegada a un cuarto de la jaira, deja de beber. Ash sigue todavía un poco, bebiéndose más de la mitad.
—Ahhh. —Ash deja caer con fuerza la jarra sobre la mesa—. Esto sí que me hacía falta.
Y se limpia la boca restregándosela violentamente con la servilleta. De vez en cuando le divierte jugar a hacerse la dura. Vanessa abre una bolsa de grissini. Saca uno ligeramente tostado y lo mordisquea. A continuación, mira a su alrededor por el local. Grupos de chicos charlan divertidos dividiendo a triángulos una pizza con tomate. Muchachas refinadas se obstinan en comer con el tenedor hasta las aceitunas ascolanas. Una pareja de jóvenes habla divertida mientras espera que les sirvan. Ella es una chica bastante guapa con el pelo oscuro y no demasiado largo. Él le sirve amablemente la bebida. Está de espaldas. Vanessa no sabe por qué, pero le resulta familiar. Un camarero pasa junto a ellas. El muchacho lo detiene. Le pregunta dónde están sus pizzas. Vanessa le ve la cara. Es Marco. El grissini se le rompe entre las manos a la vez que algo más se resquebraja dentro de ella. Recuerdos, emociones, momentos preciosos, frases dulces susurradas empiezan a girar en un remolino de ilusión. Vanessa palidece. Ash lo advierte.
—¿Qué pasa?
Vanessa no consigue hablar. Le indica el fondo de la sala. Ash se da la vuelta. El camarero se está alejando de una mesa. Ash lo ve. Marco está allí, sonríe a una chica sentada frente a él. Le acaricia la mano, confiado en la llegada de las pizzas y, sobre todo, en lo que vendrá a continuación aquella noche. Ash se vuelve de nuevo hacia Vanessa.
—Menudo hijo de puta. Nada de tópico. ¡Todos los hombres son realmente iguales! Tenía el examen de biología, ¿eh? ¡Ese está preparando el de anatomía! —Vanessa agacha en silencio la cabeza. Una lágrima ingenua le resbala por la mejilla. Se detiene indecisa un instante en la barbilla, luego, empujada por el dolor, efectúa un salto en el vacío.
Ash mira a su amiga con pesar.
—Perdona, no quería.
Se saca del bolsillo de los pantalones una bandana de colores y se la da.
—Ten, no es lo más apropiado para la situación, puede que resulte demasiado alegre, pero siempre es mejor que nada.
Vanessa suelta una extraña carcajada con un cierto regusto a llanto. Acto seguido, se seca las lágrimas y levanta la nariz. Sus ojos brillantes, ligeramente enrojecidos, vuelven a mirar a su amiga. Vanessa suelta otra carcajada. En realidad suena como un sollozo. Ash le acaricia la barbilla, arrastrando al hacerlo otra lágrima indecisa.
—Venga, no hagas eso, ese gusano no se lo merece. ¿Cuándo encontrará a otra como tú? Es él el que debería llorar. No sabe lo que se ha perdido. De ahora en adelante no tendrá más remedio que salir con tías como esa.
Ash se vuelve de nuevo para mirar la mesa de Marco. Vanessa lo hace también. Siente una nueva punzada en el estómago. La caza del tesoro. Los paseos en Villa Glori, los besos al caer la tarde, mirarse a los ojos y decirse: te quiero. Imágenes dulcemente etéreas se desvanecen barridas por un viento de tristeza. Vanessa trata de sonreír.
—Bueno, no me parece tan fea.
Ash sacude la cabeza. Vanessa es increíble, incluso en una situación como esa no puede por menos que ser sincera. Vanessa coge la cerveza y da un largo sorbo. A continuación apoya con fuerza la jarra sobre la mesa y se limpia enérgicamente la boca con la servilleta imitando a Ash.
—Dios, cómo lo odio.
—¡Bien! Así me gusta. ¡Tenemos que castigarlo! —Ash hace chocar su jarra con la de su amiga, luego ambas se acaban la cerveza con un largo y sufrido sorbo. Vanessa, ligeramente confundida, nada acostumbrada a beber y a todo el resto, sonríe decidida a su amiga.
—Tienes razón, ¡me la tiene que pagar! Tengo una idea. ¡Vamos con Fabio!
Marco ríe divertido mientras sirve a la chica Galestro frío. Sabe divertir a una mujer casi tanto como es incapaz de elegir un buen vino. Aquella noche, la Nuova Fiorentina puede sentirse orgullosa. Nunca ha tenido un camarero tan atractivo. Una camarera, para ser más exactos. Vanessa avanza entre las mesas con las pizzas en la mano. No le cabe ninguna duda. Aquella con la mozzarella sin anchoas es para Marco. Cuántas veces se la ha oído pedir. Cuántas veces, además, se la ha hecho probar con amor, metiéndole un trozo en la boca.
Otra punzada. Decide que es mejor no pensar en ello. Se da la vuelta. Fabio y Ash están junto a la caja. Le sonríen incitándola desde lejos. Vanessa osa. Está aturdida. La cerveza estaba buena y ahora la está ayudando a llegar hasta la mesa de Marco.
—Esta es para usted.
Coloca la focaccia blanca con jamón y con poco aceite delante de la chica, que la mira estupefacta.
—¡Y esta es para ti, gusano! —A Marco no le da tiempo a sorprenderse. La mozzarella sin anchoas y el tomate le chorrean por la cabeza mientras la pizza caliente se transforma en un abrasador e incómodo sombrero. Fabio y Ash estallan en aplausos, seguidos de todo el restaurante. Vanessa, algo borracha, se inclina para dar las gracias. Luego se aleja del brazo de Ash seguida por los divertidos comentarios de los presentes y la mirada asombrada de la muchacha ignorante.
Regresan silenciosas en la Vespa. Vanessa se abraza estrechamente a Ash. Y no porque tenga miedo. En la calle hay mucho menos tráfico. Con la cabeza apoyada en el hombro de su amiga contempla desfilar los árboles por delante de ella, las luces lejanas rojas y blancas de los coches. Un autobús naranja pasa junto a ellas. Cierra los ojos. Un estremecimiento se apodera de ella, después la abandona. Tiene frío y calor, y se siente sola.
Siempre en silencio, llegan a casa. Vanessa baja de la Vespa.
—Gracias, Ash.
—¿De qué? Yo no he hecho nada.
Vanessa le sonríe.
—La cerveza estaba buenísima. Mañana te ofrezco la merienda en el colegio. Hay que celebrar.
—¿El qué?
—La total libertad. —Ash la abraza. Vanessa cierra los ojos. Se le escapa un sollozo, luego se separa y se apresura a marcharse. Ash la mira subir los escalones corriendo y desaparecer en el portal. A continuación arranca la Vespa y se aleja en la noche. Más tarde, mientras Vanessa se desviste, saca el dinero del bolsillo de los vaqueros. Cuando vuelve a meter la mano en él para ver si todavía queda algo, se queda estupefacta. En medio de todas aquellas lágrimas, asoma una sonrisa. La peineta de Ash con los brillantitos y los corazoncitos está allí. Se la ha metido en los pantalones, mientras se abrazaban.
Un pequeño regalo para darle ánimos, para hacerla sonreír. Lo ha conseguido. Ash es realmente una amiga. Al pobre de Marco, en cambio, le ha salido el tiro por la culata. Vanessa sonríe mientras se pone el pijama. Piensa que aquella tragedia tiene, en el fondo, un lado divertido. Si hubiéramos ido al Baffetto como siempre no lo habríamos pillado nunca. Vanessa se lava los dientes. Qué extraño, mira que decidir justo esa noche ir a la Nuova Fiorentina… Vanessa se desliza entre las sábanas. Sí, Marco ha tenido mala suerte y espero que sea así por el resto de su vida.
Ash gira a la derecha. Decide pasar a saludar a su amigo Dema.
Un gato cruza la calle. Ni siquiera se fija en si es negro o no. Ash no cree en la mala suerte. Prefiere mil veces la pizza de Baffetto que la calzone de la Nuova Fiorentina. No la cambiaría por nada del mundo. Pero aquella noche, cuando Fabio la llamó para decirle que estaba allí el novio de Vanessa con otra, no dudó ni por un momento. Era la ocasión que esperaba desde hacía tiempo. Se había enterado de demasiadas historias sobre Marco. No podía tratarse solo de rumores. Pero, si se lo hubiera contado, estaba segura de que Vanessa no le habría creído. O tal vez sí. Y entonces se habría arruinado una amistad. Mejor culpar al destino. Ash llama a Dema por el telefonillo. Le responde una voz somnolienta.
—Hola, ¿quién es?
—Ash. Hecho.
—¿Lo habéis pillado?
—¡In fraganti! Como un ratón con el queso en la boca o, mejor, ¡como un gusano con la pizza en la cabeza!
—¿Por qué, qué ha pasado?
—Si bajas te lo cuento.
—¿Y cómo se lo ha tomado Vanessa?
—Bastante mal…
—Espera, me visto y bajo.
Ash se peina el pelo hacia atrás. Solo por un momento echa de menos su peineta. Aunque está convencida de que es mejor así, lo lamenta por Vanessa. Tal vez sufra un poco. Pero es mejor ahora que después. Cuando estuviera más colada por él. No tardará en volver a estar alegre. Y la sonrisa de una amiga vale mucho más que una peineta, mucho más que una pizza Margarita. Aunque sea la de Baffetto.
aaawww ke mona ash
ResponderEliminarya lo sabia lo del gusano
¬¬
ke asco de tio
y parecia majo
y ke risa cuando despues de media ora llamandola, ness coje el telefono y ash solo keria saludarla, dish XD XD
bueno no te comente antes porke no pude leer el cap antes
tu pasate por la mia cuando puedas eh
y comenta porfis
bye!
kisses!