Paolo está sentado a la mesa hojeando distraído el periódico. Mira a su alrededor. Qué extraño. Le había dicho Maria que hiciera la torta de manzana. Se habrá olvidado. Ingenuo. Recuerda el roscón que compró para las situaciones de emergencia. Decide que aquella es una de ellas. Abre algunos armarios. Al final lo encuentra. Lo escondió a conciencia para salvarlo del apetito insaciable de Zac y sus amigos.
Mientras se corta un trozo, entra Zac.
—Hola, hermano.
—¿Te parece que esta es hora de volver a casa…? Ahora te pasarás todo el día en la cama, luego, si se tercia, irás al gimnasio y por la noche de nuevo por ahí con Pollo y con esos cuatro delincuentes con los que sales. Desde luego, te pegas una vida…
—Estupenda. —Zac se sirve café, luego le añade un poco de leche—. Es cualquier caso, da la casualidad de que no vuelvo ahora, salgo.
—Dios mío, ¿qué hora es?
Paolo mira preocupado el reloj. Las siete y media. Exhala un suspiro de alivio. Todo está bajo control. Algo no encaja, de todos modos. Zac jamás ha salido a esta hora.
—¿Adónde vas?
—Al colegio.
—Ah. —Paolo se tranquiliza pero, de repente, recuerda que Zac acabó el año pasado—. ¿Qué vas a hacer allí?
—Coño, ¿se puede saber a qué vienen todas estas preguntas? Y de madrugada, por si fuera poco…
—Haz lo que quieras, basta con que no te metas en líos. A propósito, ¿Maria no hizo ayer la torta de manzana?
Zac lo mira con aire inocente.
—¿Torta de manzana? No, no creo.
—¿Seguro? ¿No será que tú, Pollo y esos muertos de hambre de tus amigos os la habéis acabado?
—Paolo, deja de insultar siempre a mis amigos. No me gusta. ¿Acaso ofendo yo a los tuyos?
Paolo se calla. No los ofende. Por otra parte, ¿cómo podría hacerlo? Paolo no tiene amigos. De vez en cuando le llama un colega o algún viejo compañero de la universidad, pero Zac no podría ofenderlos. La vida se ha encargado ya de castigarlos. Tristes, grises, con físico de poeta.
—Hasta luego Pa´, nos vemos esta noche.
Paolo mira la puerta cerrada. Su hermano consigue siempre sorprenderlo. A saber a dónde va a esa hora de la mañana. Bebe un sorbo de café. Luego se dispone a coger el trozo de roscón que ha dejado sobre el plato. Ha desaparecido: con Zac sale siempre perdiendo.
—Hola, papá. —Vanessa y Stella bajan del Mercedes. Claudio mira a sus hijas mientras se encaminan hacia el colegio. Un último saludo y luego se marcha. Vanessa sube todavía algunos escalones. Se da la vuelta. El Mercedes está ya lejos. Baja deprisa y, justo en ese momento, se cruza con Ash.
—Hola, ¿adónde vas?
—Me voy con Zac.
—¿De verdad? ¿Y adónde vais?
—No lo sé. A dar una vuelta. Antes de nada, a desayunar. Esta mañana estaba demasiado emocionada como para poder comer algo. Imagínate. Es la primera vez que hago novillos…
—Yo también estaba emocionada la primera vez. Pero a estas alturas… ¡Hago yo mejor la firma de mi madre que ella misma! —Vanessa se ríe. La moto de Zac se detiene con un zumbido delante de la acera.
—¿Vamos?
Vanessa se despide de Ash con un beso apresurado y luego sube emocionada detrás de él. El corazón le late a mil por hora.
—Te lo ruego, Ash… Trata de no recibir ninguna mala nota y anota a quién preguntan.
—¡OK, jefa!
—¿Otra vez? ¡Mira que me trae mala suerte! Ah, y ni una palabra a nadie, ¿eh?
Ash asiente. Vanessa mira a su alrededor preocupada porque alguien la vea. Luego se abraza a Zac. Ahora ya está. La moto arranca, huyendo del colegio, de las horas aburridas de clase, de la Giacci, de los deberes y de aquel timbre que a veces da la impresión de que nunca va a sonar.
Ash mira alejarse con envidia a su amiga. Se alegra por ella. Sube las escaleras charlando, sin advertir que alguien la está observando. Algo más arriba, una mano ajada por el tiempo y el oído, adornada con un viejo anillo con una piedra morada en el centro, tan dura como su dueña, deja caer una cortina. Alguien lo ha visto todo. Las alumnas de la III B entran preocupadas en el aula. A primera hora toca italiano y la profesora Giacci va a preguntar. Es una de las asignaturas que saldrán sin duda en el examen de selectividad. Las alumnas toman asiento saludándose. Una rezagada entra a toda prisa. Llega tarde, como siempre. Charlan nerviosas. Inesperadamente, un mudo y respetuoso silencio. La Giacci está en la puerta. Todas se cuadran. La maestra examina la clase.
—Sentaos.
Extrañamente, esa mañana parece contenta. Lo que no presagia nada bueno. Pasa lista. Algunas muchachas levantan la mano respondiendo con un respetuoso <presente>. Una chica, cuyo nombre empieza por C, no está. Llegadas a la F, otra alumna, en un tentativo de ser original, suelta un <aquí estoy> de escaso valor. La Giacci no deja escapar la ocasión y le toma el pelo delante de toda la clase. Catinelli, como de costumbre, parece apreciar el fino sentido del humor de la maestra. Tan fino que la mayor parte de las alumnas no alcanza a verle la gracia.
—¿Hudgens?
—Ausente —responde alguien al fondo de la clase. La Giacci escribe una <a> junto al nombre de Vanessa. Luego levanta lentamente la mirada.
—Tisdale.
—¿Sí, maestra? —Ash se pone de pie de un salto.
—¿Sabe usted por qué Hudgens no ha venido hoy a clase? —Ash está algo nerviosa.
—No lo sé. Ayer por la noche me llamó por teléfono y me dijo que no se encontraba muy bien. Puede que esta mañana estuviera peor y haya preferido no venir. —La Giacci la mira. Ash se encoge de hombros. La Giacci entorna los ojos. Estos se convierten en dos fisuras impenetrables. Ash siente un escalofrío en la espalda.
—Gracias, Tisdale, ya se puede sentar. —La Giacci vuelve a pasar lista. Su mirada se cruza de nuevo con la de Ash. La profesora esboza una sonrisa burlona. Ash enrojece. Se vuelve enseguida hacia otro lado, incómoda. ¿Y si supiera algo? Sobre el pupitre, la frase que ella misma ha grabado con la pluma: <Ash e Pollo forever>. Sonríe. No, es imposible.
—Marini.
—¡Presente!
Ash se calma. A saber dónde estará Vanessa en ese momento. Lo más probable es que ya haya desayunado. Un buen buñuelo con nata en Euclide y uno de esos capuchinos cubiertos de espuma. Daría lo que fuera por estar en su lugar con Pollo, en lugar de Zac. Sobre gustos no hay nada escrito, es su proverbio preferido. La Giacci cierra la lista y empieza a explicar. Explica la lección contenta, particularmente serena. Un rayo de sol ilumina sus manos alrededor del dedo con el que juega, el viejo anillo brilla con luz morada.
Se alejan de los ruidos de la ciudad recién levantada, con los labios embadurnados de café y la boca dulcificada por la nata de un buñuelo. Fácil de prever, el desayuno en el Euclide de la Flaminia, más apartado y lejano, donde es menos probable que alguien los puede reconocer. Se dirigen hacia la torre. Por la Flaminia, envueltos en el sol mientras, a su alrededor, prados circulares, difuminados de verde, se pierden dulcemente entre los confines de bosques más oscuros. Dejan atrás la carretera. La moto dobla al pasar las altas espigas que, en un abrir y cerrar de ojos, vuelven a erguirse impertérritas e insolentes. Se detiene tras la colina, no muy lejos de la torre. Algo más abajo, a la derecha, un perro somnoliento vigila algunas ovejas peladas. Un pastor en vaqueros escucha una pequeña radio desvencijada mientras se fuma un canuto bien alejado de sus colegas de pesebre. Van un poco más allá. Solos. Vanessa abre la bolsa. Una enorme bandera inglesa hace su aparición.
—La compré en Portobello cuando estuve en Londres. Ayúdame a extenderla. ¿Has ido alguna vez?
—No, nunca. ¿Es bonito?
—Mucho. Me divertí como una loca. Estuve en Brighton un mes y luego algunos días en Londres. Fui con la EF.
Se tumban sobre la bandera caldeados por el sol. Zac escucha la historia sobre Londres y sobre algún que otro viaje más. Parece haber estado en un montón de sitios y, además, se acuerda de todo. Pero él, poco interesado en sus aventuras y en absoluto acostumbrado a madrugar, se duerme.
Cuando Zac abre los ojos, Vanessa ya no está a su lado. Se levanta mirando preocupado a su alrededor. Luego la ve. Un poco más abajo, sobre la colina. El suave contorno de sus hombros. Está sentada entre el trigo. La llama. Ella parece no oírlo. Cuando se acerca a ella, entiende el motivo. Está escuchando el Sony. Vanessa se gira hacia él. Su mirada no promete nada bueno. Luego, sus ojos se pierden de nuevo en los prados que hay a lo lejos. Zac se sienta a su lado. Sin decir nada. Hasta que Vanessa no puede resistirlo más y se quita los auriculares.
—¿Te parece bonito dormirte mientras te estoy hablando? —Está realmente enfadada—. ¡Eso significa que no me tienes respeto!
—Venga, no te enfades. Solo significa que no he dormido bastante.
Ella resopla y se da de nuevo la vuelta. Zac no puede por menos que advertir lo guapa que es. Puede que incluso más cuando se enfada. Ha alzado el rostro y todo en él adquiere un aire cómico, la barbilla, la nariz, la frente. Su pelo refleja los rayos de sol, parece respirar el olor del trigo. Tiene la belleza de una playa abandonada cuyos cofines remotos se ven rodeados por un mar embravecido. Algunos mechones de pelo, semejantes a olas de espuma, le rodean la cara, la cubren rebeldes en algunos puntos, sin que ella haga nada por evitarlo.
Zac se inclina y recoge con la mano su delicada belleza. Vanessa trata de esquivarlo.
—¡Déjame!
—No puedo. Es más fuerte que yo. Tengo que darte un beso.
—He dicho que me dejes. Estoy enfadada.
Zac se aproxima a sus labios.
—Te prometo que después te escucho: Inglaterra, tus viajes, ¡todo lo que quieras!
—¡Tenías que haberme escuchado antes!
Zac se aprovecha y la besa al vuelo, sorprendiendo sus labios desprevenidos, apenas entreabiertos. Pero Vanessa cierra la boca decidida. Se produce entre ellos un simulacro de lucha. Ella finalmente se rinde, se abandona paulatinamente a su beso.
—Eres violento y maleducado.
Palabras susurradas entre labios que casi se pueden tocar.
—Es cierto. —Palabras que casi se confunden.
—No me gusta que hagas eso.
—No lo volveré a hacer, te lo prometo.
—Ya te he dicho que no creo en tus promesas.
—Entonces te lo juro…
—Figúrate si creo entonces en tus juramente…
—Está bien, de acuerdo, lo juro por ti.
Vanessa le da un puñetazo. El acusa el golpe bromeando. Luego la abraza y se hunde con ella entre las suaves espigas. En lo alto, el sol y el cielo azul, mudos espectadores. Más allá, una bandera inglesa abandonada. Algo más cerca, dos sonrisas llenas de frescura. Zac se entretiene con los botones de su camisa. Se detiene por un instante, temeroso. Vanessa ha cerrado los ojos y parece tranquila. Desabrocha un botón, después otro, con delicadeza, como si un contacto algo más brusco pudiera romper en mil pedazos la magia de aquel momento. Acto seguido desliza su mano por el interior de la camisa, recorriendo el costado, sobre la piel blanda y tibia. La acaricia. Vanessa se lo permite y, besándolo, lo abraza con más intensidad. Zac, embriagado por su perfume, cierra los ojos. Por primera vez todo le parece distinto. No tiene prisa, está tranquilo. Siente una extraña paz. Su palma resbala por la espalda, recorriendo aquel foso suave hasta llegar a la cintura de la falda. Una ligera pendiente en ascenso, el inicio de una dulce promesa. Por allí cerca, dos diminutos agujeros lo hacen sonreír, como los besos algo más apasionados de ella. Dulcemente, sigue acariciándola. Asciende de nuevo, hasta llegar a aquel débil elástico almenado. Se detiene en el cierre, intentando desvelar el misterio, y algo más. ¿Dos ganchos? ¿Dos pequeñas medialunas que encajan una dentro de otra? ¿Una <s> metálica que se introduce desde arriba? Se demora un poco. Ella lo mira curiosa. Zac empieza a ponerse nervioso.
—¿Cómo coño se abre?
Vanessa sacude la cabeza.
—¿Por qué has de ser siempre tan mal hablado? No me gusta que digas esas cosas cuando estás conmigo.
En ese preciso momento, el misterio se resuelve. Dos pequeñas medialunas se separan tiradas por un elástico finalmente liberado. La moto de Zac deambula por toda la espalda, subiendo hasta el cuello, finalmente sin obstáculos.
—Perdona…
Zac apenas puede creer lo que oye. Le ha pedido perdón. Perdona. Vuelve a oír aquella palabra. Él, Zac, se ha disculpado. Pero luego, sin querer pensar más en ello, se abandona como arrebatado por aquella nueva conquista. Le acaricia el pecho, la besa delicadamente en el cuello, pasa al otro seno y encuentra también allí aquella frágil señal de deseo y pasión. Entonces se desliza algo más lentamente hacia abajo, hacia su vientre liso, hacia la cintura de la falda. La mano de ella lo detiene. Zac abre los ojos. Vanessa están frente a él, negando con la cabeza.
—No.
—No, ¿qué?
—No, eso… —Le sonríe.
—¿Por qué? —Él no sonríe en absoluto.
—¡Porque no!
—¿Y por qué no?
—¡Porque no y basta!
—Pero hay alguna razón, tipo… —Zac esboza una leve sonrisa alusiva.
—No, cretino… ninguna razón. Simplemente que no quiero. Cuando aprendas a soltar menos tacos, entonces puede que…
Zac se gira sobre un costado y empieza a hacer flexiones. Una tras otra, cada vez más rápido, sin parar.
—No me lo puedo creer, no puede ser verdad. La he encontrado.
Sonríe, hablando entre una flexión y otra, jadeando ligeramente. Vanessa se abrocha el sostén y la camisa.
—¿Qué has encontrado? Y deja de hacer flexiones mientras hablamos…
Zac hace dos últimas con una sola mano. Luego se tumba de lado y se pone a mirarla sin dejar de sonreír.
—No has estado nunca con nadie.
—Si lo que insinúas es que soy virgen la respuesta es sí. —Aquella palabra le cuesta muchísimo. Vanessa se pone de pie. Se limpia la falda con la mano. Algunos trozos de espiga caen al suelo—. ¡Y ahora llévame al colegio!
—¿Qué pasa? ¿Te has enfadado?
Zac la rodea con sus brazos.
—Sí, tienes un modo de comportarte que me exaspera. No estoy acostumbrada a que me traten así. Y déjame…
Se escabulle de su abrazo y camina a paso liego hacia la bandeja inglesa. Zac va tras ella.
—Venga, Vanessa… No quería ofenderte. Perdóname, en serio.
—No te he oído.
—Sí que me has oído.
—No, repite.
Zac vuelve la cabeza, molesto. Luego la mira otra vez.
—Perdóname, ¿vale? Mira que yo estoy encantado de que no hayas estado nunca con nadie.
Vanessa se inclina para recoger la bandera inglesa y se pone a doblarla.
—¿Ah, sí? ¿Y por qué?
—Bueno, porque… porque sí. Me gusta y basta.
—¿Por qué piensas acaso que tú vas a ser el primero?
—Oye, te he pedido ya perdón. Ahora basta, déjalo estar ya. Mira que eres difícil.
—Tienes razón. Tregua. —Le pasa un borde de la bandera—. Ten, ayúdame a doblarla. —Se alejan. La extienden y después se vuelven a acercar. Vanessa toma de sus manos el otro borde y le da un beso—. Es que ese tema me pone nerviosa.
Vuelven en silencio a la moto. Vanessa sube detrás de él. Se alejan por la colina, dejando a sus espaldas espigas deshechas y una conversación a la mitad. Es el primer día que salen juntos y Zac le ha pedido perdón dos veces. Caramba… No va nada mal. Ella lo abraza feliz. Sí, vamos de maravilla. Vanessa se ha calmado, ahora no piensa en nada. No sabe que un día no muy lejano volverá a afrontar con él ese tema que le pone tan nerviosa.
Bueno lectoras, perdonarme por tardar tanto tiempo en publicar.. pero estoy muy liada con los estudios..
Me queda una semana aproximadamente para terminar con todos mis examenes y todo, asi que pronto estaré aquí publicando a diario. Un besito.