sábado, 8 de octubre de 2011

Capitulo 38.

A la salida del Falconieri ningún muchacho vende libros. Es un colegio demasiado <fino> como para que cualquiera de sus alumnas compre un libro usado. Vanessa baja las escaleras mirando en derredor esperanzada. Al fondo de ellas, varios grupos de muchachos acechan nuevas presas o esperan a viejas conquistas. Pero ninguno de ellos es el apropiado. Vanessa da los últimos pasos. El ruido de una moto veloz le hace levantar la mirada. Su corazón se acelera. En vano. Un depósito rojo para como un rayo entre los coches. Dos jóvenes abrazados se ladean al mismo tiempo hacia la izquierda. Vanessa los envidia por un momento. Después sube al coche. Su madre la espera dentro, todavía enojada por lo que pasó el día anterior.
—Hola, mamá.
—Hola —es la seca respuesta de Gina. Vanessa no recibe ninguna bofetada ese día, no hay motivo. Pero casi lo lamenta.

Zac y Pollo están pegados a la red. Presencian en el borde del campo el entrenamiento de su equipo. Junto a ellos Schello, Hook y algún que otro amigo más, la pasión por el Lazio. Hinchas descontroladas con tal de armar un podo de alboroto. Zac, procurando que no lo vean, sube un poco la manga izquierda de la cazadora, dejando al descubierto el reloj. La una y media. Acabará de salir. Se la imagina en el coche de su madre, en la avenida de Francia, volviendo a casa. Más bonita que un gol de Mancini. Pollo no le quita ojo.
—¿Qué pasa?
Pollo abre los brazos.
—Nada, ¿por qué?
—Entonces, ¿se puede saber qué coño estás mirando?
—¿Por qué, acaso no puedo mirar?
—Pareces marica… Mira el partido, ¿no? Te traigo hasta aquí y ¿qué hacer? ¿Te dedicas a mirar la cara?
Zac se vuelve hacia el campo. Algunos jugadores con chaquetas de entrenamiento sobre las camisetas del equipo se pasan rápidos la pelota mientras un desgraciado que hay en medio de ellos trata de arrebatársela. Zac se vuelve de nuevo hacia Pollo. Sigue sin quitarle ojo.
—¡Todavía! Pero, ¿es que no lo entiendes? —Zac se abalanza sobre él. Le coge la cabeza con ambas manos y, riéndose, golpea con ella la red—. Tienes que mirar ahí. —Lo empuja varias veces—. ¡Ahí, ahí!
Schello, Hook y el resto del grupo se lanzan sobre ellos con el único objetivo de organizar un poco de follón. Otros hinchas se empujan entre ellos contra la red, armando alboroto. Uno de ellos, con un periódico enrollado y un silbato en la boca finge ser uno de la policía antidisturbios y aporrea a todos. Al poco tiempo, el grupo se disgrega, los hinchas corren en todas direcciones divertidos. Zac sube a la moto. Pollo salta tras él y ambos escapan de allí deslizándose sobre la grava. Zac se pregunta si Pollo habrá adivinado lo que estaba pensando antes.
—Oh, Zac, que lástima…
—¿Por qué?
—Se ha hecho muy tarde, si no, podríamos haber pasado a recogerlas al colegio.
Zac no le contesta. Siente que Pollo sonríe a sus espaldas. Luego recibe un puñetazo en el costado.
—Eh, no te hagas el listo conmigo, ¿está claro? —Zac se inclina hacia delante dolorido. Sí. Pollo lo ha adivinado y, por si fuera poco, da unos golpes terribles.


La tarde resulta interminable para los dos, aunque no lo sepan.
Vanessa trata de estudiar. Se dedica a ojear el diario, a cambiar las emisoras de la radio, a abrir y cerrar la nevera intentando resistir la tentación de saltarse la dieta. Acaba delante de la tele mirando un estúpido programa infantil y comiéndose un Danone al chocolate, lo que hace que poco después se sienta todavía peor. Quién sabe si habrá conseguido el número de mi móvil. De todos modos, aquí no hay cobertura. Esperemos que le hayan dado el de casa. En la duda, se apresura a responder a todas las llamadas. Pero la mayor parte de las veces le toca escribir sobre la agenda el apellido de alguna amiga de madre. Andrea Palombi llama a Stella al menos tres veces. La envidia. El teléfono suena de nuevo. El corazón le da un vuelco. Corre por el pasillo, levanta el auricular, solo puede tratarse de Zac. En cambio, es Palombi, por cuarta vez. Llama a Stella rogándole que no se demore. Injusticias del mundo. A Stella cuatro llamadas, a ella ninguna. Luego se anima. Con todas las carreras que ha hecho debe de haber quemado al menos la mitad de las calorías.
Zac come en casa con su amigo. Pollo le vacía prácticamente la nevera. Le gusta mucho la cocina de Maria. Ella se muestra encantada de ver cómo su torta de manzana desaparece entre las fauces del joven invitado. Zac un poco menos ya que tendrá que soportar las quejas de Paolo, cuando vuelva a casa. La torta de manzana, en realidad, era para él. Poco después, Maria se marcha y los dos descansan un poco. Zac relee todos sus cómics. Controla las ilustraciones originales, de las que se siente muy orgulloso. Luego despierta a Pollo para enseñárselas. A pesar de que las ha visto ya un sinfín de veces, las contempla como ni no las hubiera visto nunca. Son de verdad muy buenos amigos, tanto que Zac no puede negarle una llamada por teléfono. Aunque esté al tanto del vicio de Pollo. Como era de prever, se pasa una hora al teléfono. Vaya a donde vaya, tiene que llamar al menos una vez. Se tira horas hablando, con quien sea, aunque no tenga nada que decir. Ahora, encima, que se ha echado novia, es incontenible. Su sueño, confiesa a Zac al salir, es robar un móvil.
—Mi hermano tiene uno nuevísimo —le responde divertido Zac. Paolo adquiere de inmediato un nuevo valor para Pollo. Quién sabe si después de la torta de manzana no conseguirá birlarle también el teléfono.

Llueve. Vanessa y Stella están sentadas en el sofá junto a sus padres. Miran una película divertida y familiar en el primer canal. La atmósfera parece más distendida.
Suena el teléfono. Stella enciende el inalámbrico que tiene junto a ella sobre el almohadón del sofá.
—¿Sí? —Mira a Vanessa asombrada. Incapaz de dar crédito a sus oídos—. Ahora te la paso. —Vanessa se vuelve tranquila hacia la hermana—. Es para ti, Vanessa.
Basta ese instante, su mirada, su cara, para comprender. Es él.
Stella le pasa el teléfono tratando de disimular delante de sus padres. Su hermana lo coge con delicadeza, casi temerosa de tocarlo, de apretarlo, como si una vibración de más pudiera cortar la comunicación, hacerlo desaparecer para siempre. Se lo lleva lentamente a la cara de mejillas encendidas, a los labios emocionados incluso por aquel siemple…
—¿Sí?
—Hola, ¿cómo estás? —La voz cálida de Zac le llega directamente al corazón. Vanessa mira a su alrededor consternada, preocupada porque alguien se haya dado cuenta de lo que siente, de su corazón que late enloquecido, de la felicidad que trata desesperadamente de disimular.
—Bien, ¿y tú?
—Bien. ¿Puedes hablar?
—Espera un momento, no oigo nada. —Se levanta del sofá con el teléfono en la mano mientras su bata hace una especie de revoloteo. A saber por qué, ciertos teléfonos no funcionan nunca delante de los padres. Su madre la mira salir del salón y luego se vuelve curiosa hacia Stella.
—¿Quién es?
Stella es rápida.
—Oh, es Josh, uno de sus pretendientes.
Gina la mira por un momento. Luego se tranquiliza. Se concentra de nuevo en la película. También Stella se vuelve hacia el televisor con un pequeño suspiro. Ha colado. Si su madre hubiera seguido mirándola se habría derrumbado. Es difícil sostener su mirada, uno tiene siempre la impresión de que lo sabe todo. Se felicita por la idea de Josh. Al menos ese estúpido ha servido para algo.
La habitación a oscuras. Ella apoyada contra el cristal, mojado por la lluvia, con el teléfono en la mano.
—Hola, Zac, ¿eres tú?
—¿Quién si no?
Vanessa se echa a reír.
—¿Dónde estás?
—Bajo la lluvia. ¿Puedo venir a tu casa?
—Imposible. Están mis padres.
—Entonces ven tú.
—No, no puedo. Estoy castigada. Ayer me pillaron al volver a casa. Estaban esperándome en la ventana.
Zac sonríe y tira el cigarrillo.
—¡Entonces es cierto! Todavía se castiga a ciertas chicas.
—Eh, sí, y tú estás saliendo con una de ellas. —Vanessa cierra los ojos aterrorizada por la bomba que acaba de lanzar. Se queda esperando la respuesta. Sea como sea, ahora ya no tiene remedio. Pero no oye ningún estallido. Lentamente, abre los ojos. Al otro lado del cristal, el resplandor de un rayo permite ver mejor la lluvia. Está amainado—. ¿Sigues ahí?
—Sí. Estaba tratando de entender qué efecto produce caer en las redes de una mosquita muerta.
—Si fuera realmente una mosquita muerta habría elegido otro que enredar.
Zac se echa a reír.
—Está bien, hagamos las paces. Tratemos de resistir al menos un día. ¿Qué haces mañana?
—Ir al colegio, estudiar y luego, sigo castigada.
—Bueno, puedo ir a buscarte.
—Yo diría que esa no es precisamente una idea brillante…
—Me vestiré bien.
Vanessa se ríe.
—No, no es por eso. Es una cuestión algo más general. ¿A qué hora te levantas mañana?
—Bah, a las diez, a las once. Cuando Pollo venga a despertarme.
Vanessa sacude la cabeza.
—¿Y si no va?
—A las doce, a la una…
—¿Puedes venir a recogerme del colegio?
—¿A la una? Sí, creo que sí.
—Me refería a la entrada.
Silencio.
—¿A qué hora sería eso?
—A las ocho y diez.
—Pero ¿por qué hay que ir al colegio de madrugada? Y luego, ¿qué hacemos?
—Bueno, no sé, nos escapamos… —Vanessa apenas puede creer lo que está diciendo. Nos escapamos. Debe de haberse vuelto loca.
—Está bien, cometamos esa locura. A las ocho en la entrada de tu colegio. Espero poder despertarme a esa hora.
—Será difícil, ¿verdad?
—Bastante.
Se quedan por un momento en silencio. Son saber muy bien qué decir, cómo despedirse.
—Bueno, entonces, hasta mañana.
Zac mira afuera. Ha dejado de llover. Las nubes se mueven veloces. Es feliz. Mira el móvil. En ese momento, ella está al otro lado.
—Adiós, Vanessa. —Cuelgan. Zac alza la mirada. Ahí arriba, en el cielo, han aparecido algunas estrellas, tímidas y mojadas. Mañana será un buen día. Pasará la mañana con ella.
Ocho y diez. Debe de haberse vuelto loco. Trata de recordar cuando se levantó por última vez tan temprano. No se acuerda. Sonríe. Hace apenas tres días, volvió a casa justo a esa hora.
En la oscuridad de su habitación, con el teléfono portátil en la mano, Vanessa sigue con la mirada clavada en el cristal durante un buen rato. Se lo imagina en la calle. Fuera debe de hacer frío. Se estremece por él. Regresa al salón. Devuelve el teléfono a su hermana y luego se sienta junto a ella en el sofá. Sin que se dé cuenta, Stella observa su cara con curiosidad. Le gustaría acribillarla a preguntas. Tiene que conformarse con aquellos ojos que, de repente, parecen extasiados. Vanessa se concentra de nuevo en la televisión. Por un instante, tiene la impresión de estar viendo a colores aquella vieja película en blanco y negro. No entiende mínimamente de qué están hablando y sus pensamientos la transportan muy lejos de allí. Poco después, vuelve inesperadamente a la realidad. Mira a los demás inquieta, pero ninguno da muestras de haberlo notado. Mañana hará novillos por primera vez en su vida.


A las lectoras que lean esta novela quiero decirles que tengo todo esto un poco abandonado, ya que estoy liada con el trabajo, estudios y tal.. pero que todos los fines de semana que tengo un poquito de tiempo libre leo todas las novelas e intento publicarle esta. Un beso a todas, y gracias por quien la siga:)

2 comentarios:

  1. aaawwww
    por fin!
    ke monos, ya salen juntos
    en la peli tb eran muy monos
    y mario llamaba desde una cabina, creo recordar
    y los padres los odio ¬¬
    ke pesaos
    no las dejan vivir
    bueno siguela cuando puedas
    aunke lo antes posible porfis
    ya me imagine ke estarias liada con los estudios
    pero el trabajo? :s
    tu trabajas? XD
    pensaba ke eras mas pekeña XD
    bueno bye!
    kisses!

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  2. aaaaaaaawwwwwwwww
    cuidas niños pekes
    ke envidia
    a mi me encantan los niños pekeños
    estoy buscando trabajo de eso
    pero es muy dificil
    y mas aki, en palma
    bueno, tengo paciencia XD
    y la otra leela tb ¬¬
    ke es mejor ke la mia XD
    bueno espero poner cap pronto de la mia
    ke el proximo ya lo tengo un pokito empezado
    adios!
    kisses!

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