domingo, 4 de septiembre de 2011

Capitulo 33.

Guapos y vestidos de vaquero, mejor que una publicidad en vivo. Sobre la moto azul oscura como la noche, se confunden en la ciudad, riéndose. Halando de esto y lo otro, sonriéndose en los espejitos intencionadamente doblados hacia dentro. Ella se apoya sobre su hombro, se deja llevar así, acariciada por el viento y por aquella nueva fuerza, la rendición. Calle Quattro Fontane. Plaza Santa Maria Maggiore. La esquina de la derecha. Un pequeño pub. Un tipo inglés en la puerta reconoce a Zac. Lo deja pasar. Vanessa sonríe. Con él se entra en todas partes. Es su salvoconducto. El salvoconducto para la felicidad. Se siente tan feliz que ni siquiera se da cuenta de que pide una cerveza roja, ella que odia incluso las claras, tan encantada que comparte con él un plato de pasta olvidando la pesadilla de la dieta. Como un río en crecida se da cuenta de que le habla de todo, de no tener secretos para él. Lo encuentra inteligente y fuerte, guapo y dulce.
Y ella que no se había dado cuenta antes, estúpida y ciega, ella que lo ha ofendido, ruda y malvada. Pero luego se disculpa. Tenía miedo. Juegan a los dardos. Ella da en lo alto de la diana. Se vuelve exultante hacia él. <No está mal como resultado, ¿no?> Él le sonría. Hace  un gesto afirmativo. Vanessa lanza divertida otro dardo, sin que sus ojo se hayan dado cuenta de que ya han dado en el blanco.
De nuevo secuestrada. Calle Cavour. La pirámide. Testaccio. A toda velocidad. Saboreando el viento fresco de aquella noche de finales de abril. Zac mete la tercera, luego la cuarta. El semáforo del cruce está en naranja. Zac sigue adelante. Repentinamente, oye el chirrido de unos frenos. Neumáticos pentinamente, que quemaban el asfalto. Grava. Un Jaguar Sovereign viene por su izquierda a toda velocidad, prueba a frenar en seco. Zac, cogido por sorpresa, frena quedándose plantado en medio del cruce. La moto se apaga. Vanessa lo abraza con fuerza. En sus ojos asustados los faros potentes del coche que se acerca.
El morro de la pantera salvaje se rebela ante el brusco frenazo. El coche da un bandazo. Vanessa cierra los ojos. Oye el rugido del motor al frenar, el perfecto ABS controlar las ruedas, los neumáticos maltratados por los frenos. Eso es todo. Abre los ojos. El Jaguar está allí, a pocos centímetros de la moto, inmóvil. Vanessa exhala un suspiro de alivio y libera la cazadora de Zac de su abrazo aterrorizado.
Zac, impasible, mira el conductor del coche.
—¿A dónde crees que vas, gilipollas? —El tipo, un hombre de unos treinta y cinco años, con el pelo bien cortado, abundante y rizado, baja la ventanilla eléctrica.
—Perdona, niño, ¿qué has dicho? —Zac sonríe mientras baja de la moto. Conoce a esos tipos. Debe de llevar a una mujer al lado y no quiere hacer el ridículo. Se acerca al coche.  En efecto, a través del cristal ve unas piernas femeninas al lado del tipo. Unas bonitas manos cruzadas sobre un bolso de fiesta negro, sobre un vestido elegante. Trata de ver la cara de la mujer, pero la luz de una farola se refleja en el cristal, ocultándola. Niño. Ahora verás lo que te hace este niño. Zac abre la puerta del tipo con educación.
—Sal de ahí, gilipollas, así me oirás mejor. —El hombre de unos treinta  y cinco años hace ademán de salir. Zac lo agarra de la chaqueta y lo saca violentamente del coche. Lo tira sobre el Jaguar. El puño de Zac se alza, listo para golpearlo.
—¡Zac, no! —Es Vanessa. La ve de pie junto a la moto. Su mirada expresa disgusto y preocupación. Los brazos dejados caer a ambos lados de su cuerpo—. ¡No lo hagas! —Zac lo suelta ligeramente. El tipo se aprovecha de inmediato. Libre y canalla le da un puñetazo en la cara. Zac echa la cabeza hacia detrás. Pero solo por un instante. Sorprendido, se lleva la mano a la boca. Le sangra el labio.
—Hijo de… —Zac se abalanza sobre él. El tipo extiende los brazos, inclina la cabeza tratando de protegerse, asustado. Zac lo agarra por los rizos, empuja hacia abajo su cabeza listo para darle con la rodilla, cuando, repentinamente, es golpeado de nuevo. Esta vez, sin embargo, de modo distinto, más fuerte, directamente en el corazón. Un golpe seco. Una simple palabra. Su nombre.
—Zachary…
La mujer ha bajado del coche. Ha apoyado el bolso sobre el capó y está a su lado de pie. Zac la mira. Mira el bolso, no lo reconoce. A saber quién se lo habrá regalado. Qué extraño pensamiento. Lentamente, abre la mano. El tipo de los rizos tiene suerte y se ve liberado. Zac la mira en silencio. Sigue siendo tan guapa como siempre. Un débil <Ciao> sale de sus labios. El tipo lo empuja a un lado. Zac retrocede abandonando la pelea. El tipo sube al Jaguar y arranca.
—Vámonos, venga.
Zac y la mujer se miran por última vez. Entre aquellos ojos tan similares, un extraño hechizo, una larga historia de amor y tristeza, sufrimiento y pasado. Luego ella vuelve a subir al coche, guapa y elegante, igual que ha aparecido. Lo deja allí, en la calle, con el labio sangrando y el corazón destrozado. Vanessa se acerca a él. Preocupada por la única herida que puede ver, le acaricia delicadamente el labio con la mano. Zac se aparta y sube en silencio a la moto. Espera a que ella suba detrás para arrancar con rabia. Avanza, reduce, da gas. La moto se desliza por el asfalto, aumenta de revoluciones. Lungotevere.
Zac, sin pensar, empieza a correr. Dejando a sus espaldas viejos recuerdos. Ciento treinta, ciento cuarenta. Cada vez más rápido. El aire frío le pincha en la cara y ese fresco sufrimiento parece aliviarlo. Ciento cuarenta, ciento sesenta. Aún más rápido. Pasa como un rayo entre dos coches muy próximos. Ciento setenta, ciento ochenta. Una suave cuneta y la moto casi vuela atravesando un cruce. Un semáforo que acaba de ponerse rojo. Los coches a su izquierda tocan el claxon, frenando nada más arrancar. Sometidos a esa moto arrogante, a ese bólido nocturno débilmente iluminado, peligroso y raudo como un proyectil esmaltado de azul. Ciento noventa, doscientos. El viento silba. La calle, difuminada a ambos lados, se une en el centro. Otro cruce. Una luz a lo lejos. El verde desaparece. Ahora llega el naranja. Zac aprieta el pequeño botón que hay a su izquierda. Su claxon se alza en la noche. Como el aullido de un animal herido que corre a encontrarse con la muerte, como la sirena de una ambulancia, desgarradora como el grito del herido que transporta. El semáforo cambia de nuevo. Rojo.
Vanessa empieza a aporrearle la espalda.
—Párate, párate. —En el cruce, los coches se ponen en marcha. Un muro de metal de ladrillos costosos y multicolores se alza retumbando ante ellos—. ¡Párate!
Aquel último grito, aquella llamada a la vida. Zac parece despertarse de golpe. La empuñadora del gas, libre, vuelve rápidamente al cero. El motor reduce bajo su pie arrogante. Cuarta, tercera, segunda. Zac aprieta con fuerza el freno de acero, casi doblándolo. La moto tiembla al frenar, mientras que las revoluciones descienden veloces. Las ruedas dejan dos líneas rectas y profundas sobre el asfalto. Un olor a quemado envuelve los pistones humeantes. Los coches avanzan tranquilos a pocos centímetros de la rueda delantera de la moto. No se han dado cuenta de nada. Solo entonces, Zac se acuerda de ella, de Vanessa. Ha bajado. La ve allí, apoyada contra un muro al borde la carretera.
Unos sollozos quedos le salen del pecho, incontenibles, al igual que las pequeñas lágrimas que rayan su cara morena. Zac no sabe qué hacer. De pie, frente a ella, con los brazos abiertos, temeroso incluso de acariciarla, asustado ante la idea de que esos leves sollozos nerviosos se transformen en auténtico llanto con solo tocarla. La intenta igualmente. Pero la reacción es inesperada. Vanessa le aparta con rudeza la mano, sus palabras son más bien gritos, quebrados por el llanto.
—¿Por qué? ¿Por qué eres así? ¿Estás loco? ¿Crees que es normal correr de ese modo? —Zac no sabe qué contestarle. Mira aquellos ojos húmedos y grandes, anegados en lágrimas.
¿Cómo puede explicarle? ¿Cómo puede decirle lo que hay detrás? El corazón se le encoge. Vanessa lo mira. Sus ojos marrones sufren e, inquisitivos, buscan en él una respuesta. Zac sacude la cabeza. No puedo, parece repetir para sus adentros. No puedo. Vanessa alza la nariz y casi como si reuniera fuerzas, ataca de nuevo.
—¿Quién era esa mujer? ¿Por qué has cambiado tan repentinamente? Me lo tienes que decir, Zac. ¿Qué ha pasado entre vosotros?
Y aquella última frase, aquel gran error, aquel equívoco imposible, parece golpearlo de lleno. En un abrir y cerrar de ojos, todas sus defensas se desvanecen. La guardia que había montado a su alrededor, constante, irreducible, entrenada en silencio un día tras otro, cede inesperadamente. Su corazón se abre, en calma por primera vez. Sonríe a aquella muchacha ingenua.
—¿Quieres saber quién es esa mujer?
Vanessa asiente.
—Es mi madre.

1 comentario:

  1. guau!!
    este cap si a sido lo mas!
    no recuerdo si estaba en la peli
    bueno, si estaba
    lo ke no recuerdo es si le dice ke es su madre
    bueno siguela ke esta muy interesante
    demasiado para dejarla asi!!
    bye!
    kisses!

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