domingo, 31 de julio de 2011

Capitulo 23. Segunda parte.

Dario, Schello y algún que otro amigo más se precipitan a felicitarlo. Una mano fraterna difícil de reconocer en medio del grupo le ofrece una cerveza todavía fría. Zac la coge al vuelo, le da un largo sorbo, luego se la pasa a Maddalena.
—Lo has hecho muy bien, no te has movido ni por un momento. Eres una camomilla perfecta.
Maddalena da un sorbo, después baja de la moto y le sonríe.
—Hay momentos en los que hay que quedarse quietos y otros en lo que hace falta saberse mover. Estoy aprendiendo, ¿no?
Zac sonríe. Es una tía estupenda, esa muchacha.
—Sí, estás aprendiendo.
La mira alejarse. Está también muy buena. Llega Pollo y salta detrás de él en la moto.
—Venga, coño, vamos a buscar a Siga. ¡A ver cuánto has ganado!
—¡No mucho, era el favorito!
—Coño, has dejado de ser una buena jugada. Deberías perder alguna vez, así aumentarías la cuota. Podrías incluso caerte y así luego nos jugaríamos todo a la última, en la que ganarías. Clásico, ¿no? Como los boxeadores americanos en las películas.
—¡De acuerdo, pero la caída la hago con tu moto!
—¡Eso sí que no! La acabo de arreglar.
—¡Zac! ¡Zac! —Se da la vuelta. Es Ash que lo llama desde lo alto del muro que hay junto a la red—. ¡Genial! ¡Eres genial!
Zac le sonríe. Luego ve a Vanessa a su lado. Alza el brazo derecho mostrándole su bandana azul.
—¡Ha sido pura suerte! —grita Vanessa a lo lejos.
Zac mete la primera y, llevando detrás a Pollo, hace una gincana entre la gente y se aleja para retirar las merecidas ganancias.
Maddalena frena delante de Vanessa y Ash. Lleva a una chica rubia un poco regordeta detrás, sobre su SH. Su amiga tiene los pies sobre los pedales y apenas si se apoya sobre el sillín, pero, de todos modos, la rueda posterior está prácticamente clavada en el suelo. Maddalena mastica una Virgosol con la boca abierta.
—No es solo suerte. Es sobre todo valor, huevos. ¿Se puede saber qué hacen dos cobardes como vosotras en un sitio como este?
La tipa rechoncha que detrás sonríe.
—Ya, sobre todo, ¿cómo es que vais sin uniforme? ¿No sois dos de esas idiotas del Falconieri? O, mejor dicho, dos de esas furcias… ¿No es así como os llaman? ¡Dicen que sois todas unas putas!
Ash se ajusta la gorra.
—¡Oye, gordita! ¿Qué pasa, tienes algo contra nosotras? Si hay algo que te corroe dilo y basta. Sin dar tantos rodeos.
Maddalena apaga la SH.
—Lo que pasa es que tienes el cinturón de Camomilla y no te lo puedes permitir.
—¿Y quién lo dice?
—Entonces, ¿cómo es que no has corrido?
—Porque no ha corrido mi novio. Yo solo corro con Pollo. Porque, puede que no lo sepas —Ash se dirige a la regordeta que Maddalena lleva detrás—, pero Pollo y yo salimos juntos.
La muchacha hace una mueca. Aprieta los dientes. Ash se lo ha dicho adrede. Sabe que está interesada en la adquisición.
Maddalena señala a Vanessa.
—¿Y ella? ¿Qué hace ella aquí? Ni siquiera lleva cinturón. ¿No sabes que este sitio está reservado a las camomillas? O corres o te vas.
Vanessa se vuelve hacia Ash suspirando.
—Solo nos faltaba la macarra de turno.
Maddalena se pone tiesa.
—¿Qué has dicho?
Vanessa le sonríe.
—He dicho que estoy esperando mi turno.
Maddalena permanece impasible. Puede que de verdad no haya oído nada. Vanessa abre la cazadora de Ash.
—Venga, dame ese cinturón.
—¿Qué? ¿Estás bromeando?
—No, vamos, dámela. Si ser una camomilla es tan emocionante, quiero probar. —Suelta la trabilla. Ash la detiene.
—Mira que si te lo pones, luego te pueden elegir, tendrás que correr. Una vez vino hasta aquí una tipa que se había puesto el cinturón de Camomilla por casualidad, porque le gustaba. Bien, pues la hicieron subir a una moto y tuvo que correr a la fuerza.
Vanessa la mira con aire interrogativo.
—¿Y? ¿Cómo acabó la cosa?
—Bueno, no se hizo nada, no se cayó. Creo que la conoces. Es Giovanna Bardini. La de segundo E.
—¿Quién, esa mema? Entonces lo pueden hacer todas.
Ash le pasa el cinturón.
—Sí, pero no sé si te has dado cuenta… Giovanna ahora solo usa tirantes.
Vanessa la mira. Ash hace un gracioso mohín. Luego las dos se echan a reír. En realidad, solo tratan de quitar hierro a aquel momento. Maddalena y la amiga las miran con cara de fastidio. Vanessa se pone el cinturón.
—¡Qué guay! Ahora yo también soy una camomila.
Un macarra espantoso se planta con la moto delante de ellas. Tiene la parte baja del pelo prácticamente al ras y cuello de toro asoma impávido de una cazadora verde militar con solapas naranja.
—Venga, camomila, la de ahí arriba. Sube detrás.
Vanessa se indica incrédula.
—¿Quién, yo?
—¿Y quién si no? Venga, muévete, dentro de poco empezamos.
—Hola, Madda. —El macarra, además de tener un aspecto terrible, tiene además otro punto en su contra: es un amigo de Maddalena.
Vanessa se acerca a Ash.
—Bueno, yo voy. Luego te contaré cómo es.
—Sí, claro.
Ash se para delante de ella, preocupada.
—Oye, Vanessa… lo siento.
—No, qué dices. Me parece chulísimo hacer de camomila y quiero probar. Tú no tienes nada que ver.
Ash la abraza y le susurra al oído.
—Eres una jefa.
Vanessa le sonríe, luego se encamina hacia el macarra con la moto. De repente, recuerda aquella frase. Ash se la dijo también aquella mañana y luego la Giacci le puso una nota muy baja. ¿Estará gafada? Maldice a Ash, a las camomilas, pero también a ella misma, cuando se le mete entre ceja y ceja ser la jefa.
El macarra da gas sin problemas de consumo. Vanessa en cambio tiene algún que otro para subir detrás en la moto. El macarra la ayuda. Vanessa se desata el cinturón. El tipo lo coge, se lo coloca alrededor de la cintura y se lo pone de nuevo en la mano. Vanessa apenas consigue llegar el último agujero. Encima gordo. Como si no bastase, Maddalena da una palmada con fuerza sobre la cazadora del macarra.
—Venga, ve a por todas. ¡Estoy segura que vais a ganar! —A continuación, sonríe a Vanessa—: Verás cómo te diviertes aquí detrás. Danilo hace el caballito de maravilla.
Vanessa no tiene tiempo de contestarle. El macarra da gas y arranca hacia delante. ¡Danilo! De modo era a él a quien se refería la D de su manzana. D. Como Danilo. O peor, como destino. La moto frena. Vanessa rebota y se da contra la espalda de Danilo.
Tranquila, pequeña.
La voz cálida y profunda del macarra que, según él, debería tranquilizarla, produce sobre ella el efecto contrario. Dios mío, piensa Vanessa. Tranquila, pequeña. Tiene que ser una pesadilla. Este cinturón de Camomilla que me aprieta la cintura. Yo el Camomilla no me lo he puesto nunca, ni siquiera cuando estaba de moda. Debe de ser una especie de castigo. Un tipo con una banda sobre un ojo y una moto amarilla frena a su izquierda. Hook. Lo ha visto ya alguna que otra vez en la plaza Euclide. A sus espaldas va una chica con el pelo rizado y un pintalabios excesivamente llamativo. Está encantada de hacer la camomila. La chica la saluda. Vanessa no le contesta. Tiene la garganta seca. Se vuelve hacia el otro lado. Un chico alto y atractivo, con el pelo más largo y una pequeña pluma de pájaro como pendiente, se para a su derecha. Tiene el depósito de la moto pintado con aerógrafo. Un atardecer con un gran sol en el centro, olas sobre la playa. Un tipo que hace surf. Seguro que hacer surf es menos peligroso que hacer de camomila. Abajo está escrito: <El Balle…>. Vanessa se inclina hacia delante, pero no consigue leer más. Los 501 del tipo tapan el resto de la inscripción. El chico saca del bolsillo de la cazadora un trozo de papel. Apoya los pies en el suelo y se acerca al espejito. Lo gira hacia lo alto. La luna se asoma allí dentro. Vanessa mira el depósito. Ahora se puede leer bien lo que hay escrito: <El Ballerino>. Ah, sí, ha oído hablar de él. Dicen que se droga. El Ballerino tira el contenido de la papelina sobre el espejito. La redonda palidez de la luna queda cubierta por el blanco de un polvo menos inocente. El Ballerino se inclina hacia delante. Apoya encima un rulo de diez euros e inspira. La luna vuelve repentinamente a reflejarse. El Ballerino no pasa el dedo por el espejito, recoge los últimos restos de aquella felicidad artificial y se los pasa por los dientes. Sonríe sin ningún motivo real. Químicamente feliz. Se enciende un cigarrillo. La muchacha detrás de él tiene el pelo recogido con una cinta y no parece haberse dado cuenta de nada. Acepta, sin embargo, un cigarrillo. No es válido. No se puede correr drogados. No es deportivo. Si luego le hacen el antidoping lo descubrirán. Pero, ¿qué estoy diciendo? ¡Esto no es una carrera de caballos! No hay nada lícito. Aquí uno se puede hasta drogar. Se va a ciento cincuenta sobre una sola rueda con una desgraciada detrás. Y yo soy ahora esa desgraciada.
Le entran ganas de llorar. ¡Maldita Ash!
Mientras Zac se mete en el bolsillo los cincuenta euros, Pollo le da un codazo.
Eh, mira quién está ahí. —Pollo indica las motos listas para arrancar—. ¿Esa que va detrás en la moto de Danilo no es la amiga de Ash?
Zac mira en esa dirección. No es posible. Es Vanessa.
Es cierto. —Agita el brazo con la bandana y grita su nombre—. ¡Vanessa! —Oye que la llaman. Es Zac. Lo reconoce, allí al fondo justo delante de ella. La está saludando.
<Tiene mi bandana —se susurra a sí misma—. Te lo ruego, Zac, hazme bajar, ayúdame. ¡Zac! ¡Zac!.> Luego suelta la mano para decirle que se acerque. En ese mismo momento, Siga silba. El público chilla. Es casi un estruendo. Las motos saltan hacia delante bramando. Vanessa se aferra de nuevo inmediatamente a Danilo, aterrorizada. Las tres motos hacen el caballito. Vanessa se encuentras con la cabeza hacia abajo. Le parece que casi toca el suelo. Ve el asfalto correr veloz por debajo de ella. Prueba a gritar mientras la moto ruge y el viento la despeina. No le sale nada. El cinturón le aprieta fuertemente la tripa. Le entran ganas de vomitar. Cierra los ojos. Es aún peor. Le parece que va a desmayarse. La moto sigue corriendo mientras hace el caballito. La rueda de delante baja un poco. Danilo da más gas. La moto se empina de nuevo, Vanessa se encuentras aún más cerca del asfalto. Cree que se va a dar la vuelta. Un toque al freno y la moto desciendo ligeramente. Va mejor. Vanessa mira en derredor.  La gente no es ya sino un grupo lejano, abigarrado, levemente borroso. A su alrededor, silencio. Solo el viento y el ruido de las otras motos. El Ballerino está a su derecha, casi detrás de ellos. Su pelo largo se tiende al viento y la rueda de delante está casi inmóvil. Hook los sigue a una cierta distancia.
Danilo está ganando. Ella está ganando. Maddalena tiene razón. <Hace el caballito de maravilla.> Vanessa está aturdida. Siente un ruido a su derecha. Se vuelve. El Ballerino ha dado más gas reduciendo la marcha. La moto se empina demasiado. Un golpe seco al freno. La ruede de delante baja demasiado deprisa. La moto rebota, el Ballerino prueba a sujetarla. Se le escapa el manillar. La moto se desplaza hacia la izquierda, deslizándose de lado, y luego de nuevo a la derecha, coleando. El Ballerino y la muchacha que detrás son derribados por aquel caballo de motor encolerizado, hecho de pistones y de cilindros enloquecidos. Acaban en el suelo todavía atados. Luego el cinturón se rompe, resbalan, juntos por un poco más de tiempo, rebotando y arañándose la piel, de un lado a otro de la carretera. La moto, ya liberada, sigue veloz su carrera. Después cae hacia un lado, se desliza sobre el asfalto, lanza chispas, tropieza, rebota varias veces. Al final hace una especie de cabriola, vuela cerca de Vanessa, alta en la oscuridad de la noche. Salta en el cielo, durante al menos cinco metros, con el faro todavía encendido ilumina todo a su alrededor, traza un arco luminoso. Después, con un último impulso inconexo, cae al suelo rebotando y rompiéndose, dejando tras de sí miles de pequeños pedazos de acero y de cristales de colores. Sutiles destellos de fuego siempre más débiles la acompañan hasta el final de su carrera. Hook y Danilo se detienen. El público permanece por un momento en silencio antes de precipitarse en aquella dirección. Subidos a Vespas, Sì, SH 50, Peugeot robados, motos de pequeña y gruesa cilindrada, Yamaha, Suzuki, Kawasaki, Honda.
Un ejército de motos avanzan con gran estruendo. Todos se apresuran a llegar al lugar del accidente. El Ballerino se ha levantado. Se arrastra sobre una sola pierna. La otra sobresale fuera de sus vaqueros degarrados, herida y en mal estado, perdiendo sangre por la rodilla. Una llamativa hinchazón en lo alto de la cazadora indica que el hombro se le ha salido, mientras un chorro de sangre oscura se desliza desde su frente por todo el cuello. El Ballerino mira su moto destrozada. Una parte de la playa ha quedado borrada por los arañazos. El surfista ha desaparecido, transportado por esa ola mucho más dura que es el asfalto incandescente.
La chica está tendida en el suelo. El brazo derecho le cuelga como muerto a un lado. Está roto. Llora asustada, sollozando con fuerza. Vanessa se quita la Camomilla. Baja de la moto. Se tambalea al andar. Las piernas le tiemblan a causa de la emoción. Se adentra en la multitud. No conoce a nadie. Siente los quejidos de la chica tumbada en el suelo. Busca a Ash. De repente, oye otro silbido. Más prolongado. ¿Qué es? ¿Empieza otra terrible carrera? No entiende. La gente empieza a correr en todas direcciones. Tropiezan con ella. Las motos la rozan. Se oyen sirenas. No demasiado lejos aparecen unos coches. Sobre sus techos luces de color azul claro. La policía. Lo que faltaba. Tiene que llegar hasta su Vespa. A su alrededor no hay sino muchachos que escapan. Alguno grita, otros chocan peligrosamente. Una chica cae con la moto a poco metros de ella. Vanessa echa a correr. Varios coches de la municipal se detienen a su alrededor. Ahí está. Ve su Vespa parada delante de ella, a pocos metros de distancia. Está salvada. De repente, algo la detiene a mitad camino. Alguien la ha cogido por la melena. Un policía. Tira con fuerza de ella haciéndola caer al suelo, sujetándola por el pelo. Vanessa grita de dolor, la arrastra sobre el asfalto, arrancándole algunos mechones. Repentinamente, el policía la suelta. Una patada en plena cara lo ha obligado a doblarse soltando a su presa. Es Zac. El policía prueba a reaccionar. Zac le da un violento empujón que lo hace caer al suelo. Luego ayuda a Vanessa a levantarse, la hace subir detrás en su moto y parte a toda velocidad. El policía se recupera, sube a un coche que hay allí cerca con uno de sus colegas al volante, y se ponen a perseguirlos. Zac pasa fácilmente entre la gente y las motos paradas por la policía municipal. Algunos fotógrafos advertidos de la redada llegan y sacan algunas fotos. Zac hace el caballito y acelera. Adelanta a otro policía que con el disco rojo le hace un señal para que se detenga. A su alrededor, flashes enloquecidos. Zac apaga las luces y se agacha sobre el manillar. El coche de la policía municipal con el guardia que le ha golpeado adelanta al grupo por un lado y, haciendo sonar la sirena, los alcanza casi de inmediato.
Tapa la matrícula con el pie.
¿Qué?
Tapa el último número de la matrícula con el pie.
Vanessa echa la pierna derecha hacia atrás tratando de cubrir la matrícula. Se le resbala dos veces.
No puedo.
Déjalo estar. ¿Es posible que no sepas hacer nada?
Da la casualidad de que nunca he tenido que escapar en una moto. Y puedes estar seguro que hoy también me habría gustado evitarlo.
¿Tal vez preferías que te dejara en manos de esa policía que quería tu cuero cabelludo?
Zac reduce y gira a la derecha. La rueda de detrás se desliza ligeramente derrapando en el asfalto. Vanessa se abraza más fuerte a él.
¡Frena! —grita.
¿Estás bromeando? Si esos nos pillan ahora me secuestran la moto.
El coche de la municipal emboca detrás de ellos en callejón dando bandazos. Zac baja volando por él. Ciento treinta, ciento cincuenta, ciento setenta… Se oye a la sirena retumbar a lo lejos. Se están acercando. Vanessa piensa en lo que le dijo su madre.
<No te atrevas a subir detrás de ese chico. Mira cómo conduce… Es peligroso.> Tiene razón. Las madres tienen siempre razón. Sobre todo la suya.
Frena. No quiero matarme. Ya me imagino lo que leeré mañana en los periódicos. Joven muerta en una persecución policial. Frena, te lo suplico.
Pero si mueres, ¿cómo harás para leer el periódico?
¡Párate, Zac! ¡Tengo miedo! Puede que esos nos disparen.
Zac reduce de nuevo y gira repentinamente a la izquierda. Salen a una carretera en el campo casi desierta. Hay algunas casas con un muro alto y una valla. Tienen unos segundos. Zac frena.
Baja, deprisa. Espérame aquí y no te muevas. Paso a recogerte apenas los pierda de vista…
Vanessa se apresura a bajar de la moto. Zac vuelve a partir a toda velocidad. Vanessa se aplasta contra el muro cercano a la verja de la casa. Justo a tiempo. El coche de la policía municipal aparece en ese preciso momento. Pasa derrapando por delante de la casa y se aleja detrás de la moto. Vanessa se tapa los oídos y cierra los ojos para dejar de oír el sonido lancinante de aquella sirena. El coche desaparece a lo lejos, detrás del pequeño faro rojo. Es la moto de Zac que, con los faros apagados, solo de nuevo, corre veloz en la oscuridad de la noche.

sábado, 30 de julio de 2011

Capitulo 23. Primera parte.

A ambos márgenes de la carretera de amplia curva hay mucha gente. Algunos  jeep Patrol con las puertas abiertas  disparan música sin cesar. Muchachos con el pelo rubio teñido, con camisetas y gorras americanas, de físico enjuto, se fingen surfistas y en poses estatuarias se pasan, obsesionados por el físico, una cerveza. Un poco más allá, junto a un Maggiolones descapotable, otro guapo, mucho más realista, se está liando un porro.
Más allá, unas personas de cierta edad  a la búsqueda de una noche emocionante, se agrupan alrededor de un Jaguar. Junto a ellos, una pareja de amigos contempla divertida aquel absurdo torbellino.
Motocicletas sobre una sola rueda, motos que zumban veloces, muchacho que pasan de pie sobre los pedales mirando a su alrededor para ver si hay alguien que conocen, saludando a los amigos.
Vanessa empieza a subir por la suave pendiente con su Vespa trucada. Una vez en lo alto, se queda sin habla. Cláxones de todo tipo, agudos y graves, suenan como enloquecidos. Al estruendo de los motores responden nuevos rugidos. Luces de faros de diferentes colores iluminan la carretera como si se tratara de una enorme discoteca.
En una pequeña explanada hay un puesto de esos móviles que venden bebidas y bocadillos calientes. Está haciendo su agosto. Vanessa se detiene delante de él y pone el soporte a la Vespa. La cierra. Una Free sobre una sola rueda le pasa tan cerca que Vanessa casi pierde el equilibrio. Un muchacho de unos quien años como mucho vuelve a caer sobre la rueda delantera riendo groseramente. Frena derrapando y vuelve a arrancar en sentido inverso. Hace de nuevo el caballito con las piernas fuera de sitio, ligeramente desequilibrado.
Vanessa mira distraída en derredor. Luego echa de nuevo a andar, tropieza con un tipo con el pelo al rape, una cazadora negra de piel y un pendiente en la oreja derecha. Parece tener una gran prisa.
—Mira por dónde cojones vas, ¿no?
Vanessa se disculpa. Se vuelve a preguntar qué estará haciendo en aquel sitio. De repente, ve a Gloria, la hija de los Accado. Está allí, sentada en el suelo, sobre una cazadora vaquera. A su lado está Dario, su novio. Vanessa se acerca a ellos.
—Hola, Gloria.
—Hola, ¿cómo estás?
—Bien.
—¿Conoces a Dario?
—Sí, nos hemos visto ya.
Se intercambian una sonrisa tratando de recordar dónde y cuándo.
—Oye, siento lo que le pasó a tu padre.
—¿Ah,sí? Bueno, a mí me importa un comino. Se lo tiene bien merecido. Así aprende a no meterse donde no le llaman. Siempre tiene que estar en medio, decir lo que piensa. Finalmente  se ha topado con uno que lo ha puesto en su sitio.
—Pero ¡es tu padre!
—Sí, pero es también un coñazo.
Dario se ha encendido un cigarrillo.
—Estoy de acuerdo. Es más, dale las gracias a Zac de mi parte. ¿Sabes que no me deja subir a su casa? Tengo que esperar siempre abajo, para salir con Gloria. Y no porque tenga ningún interés e verlo. Es una cuestión de principios, ¿no?
Vanessa se pregunta a qué principios se referirá. Dario le pasa el cigarrillo a Gloria.
—Claro que si el que le daba el cabezazo era yo, habría visto las estrellas.
Dario suelta una carcajada.
Gloria da una calada, luego mira a Vanessa sonriendo.
—¿Y qué, estás saliendo con Zac?
—¿Yo? ¡Tú estás loca! Bueno, yo me voy, tengo que encontrar a Ash.
Se aleja. Se ha equivocado. Los dos están locos. Una hija feliz de que a su padre lo hayan vapulado. Se novio disgustado por no haberlo podido hacer él. Increíble. Sobre una pequeña elevación, detrás de una red agujereada, está Pollo. Está sentado sobre una gruesa moto y charla alegremente con una chica que tiene abrazada entre las piernas. La chica lleva una gorra azul con la visera y la inscripción NY delante. El pelo rubio recogido en una cola le sale de la gorra entre el cierre y la costura. Viste una cazadora con las mangas blancas plastificadas de típica chica pompón americana. El cinturón doble de Camomilla, un par de mallas azul oscuras y las Superga a juego la hacen parecer un poco más italiana. Esa loca  desenfrenada que se ríe y mueve divertida la cabeza besando de vez en cuando a Pollo es Ash. Vanessa se acerca. Su amiga la ve.
—¡Eh, hola, qué sorpresa! —Sale a su encuentro y la abraza—. Estoy muy contenta de que hayas venido.
—Yo para nada. Al contrario, ¡quiero irme lo antes posible!
—Por cierto, ¿qué haces aquí? ¿No es una idiotez venir a las carreras?
—De echo, eres realmente una idiota. ¡Tu madre ha llamado!
—¿No…? ¿Y tú qué le has dicho?
—Que estabas durmiendo.
—¿Y se lo ha creído?
—Sí.
Ash silba.
—¡Menos mal!
—Sí, pero me ha dicho que mañana por la mañana te viene a recoger pronto, que tienes que ir a hacer los análisis y te saltas la primera hora.
Ash da un salto de alegría.
—¡Yuhuu! —Su entusiasmo, sin embargo, no dura mucho—. Pero mañana a primera hora tenemos religión, ¿no?
—Sí.
—Qué rabia, ¿no puedo hacer los análisis el viernes que tenemos italiano?
—Bueno, en cualquier caso, pasará a recogerte a las siete, así que trata de volver pronto, ¿eh?
—¡Quédate, venga! —Ash coge del brazo a Vanessa y la arrastra hacia donde está Pollo—. ¿A qué hora se acaba esto?
Pollo sonríe a Vanessa que lo saluda resignada.
—Pronto, como mucho en dos horas se habrá acabado todo. Luego nos vamos a comer una buena pizza, ¿eh?
Ash mira entusiasmada a la amiga.
—¡Venga, no seas muermo! —dice mientras Pollo sonríe y se enciende un cigarrillo—. Venga, que está también Zac, se alegrará de verte.
—¡Sí, pero yo no! Ash, yo me vuelvo a casa. Trata de  volver pronto. ¡No quiero tener problemas con tu madre por tu culpa!
Vanessa advierte un letrero en el suelo en el borde de la carretera. Es de madera, y en el centro hay una foto de un chico junto a un círculo mitad negro y mitad blanco. El símbolo de la vida. Esa misma vida que el chico en cuestión ha dejado de tener. En él está escrito: <Era rápido y fuerte pero al final el Señor no se comportó con él como un verdadero señor. No quiso concederle el desquite. Los amigos.>
—¡Menudos amigos que sois! ¡Y hasta os da por hacer de poetas! Prefiero estar sola que tener amigos como vosotros que me ayudan a matarme.
—¿Qué coño has venido a hacer aquí si nada te parece bien? —dice Pollo tirando al suelo el cigarrillo.
Luego, su voz.
—Pero, ¿es posible que no consigas llevarte bien con nadie? Tienes realmente un carácter asqueroso, ¿eh?
Es Zac. Plantado delante de ella con su sonrisa insolente.
—Da la casualidad de que yo me llevo bien con todos. Jamás he tenido una discusión en mi vida, puede que porque siempre he frecuentado un cierto tipo de gente. Es solo hace poco que mis amistades han empeorado, tal vez por culpa de alguien… —Mira alusivamente a Ash, quien a su vez alza la mirada resoplando.
—Ya lo sé, de todos modos, lo mires como lo mires, es siempre culpa mía.
—¿Acaso no he venido hasta aquí solo para avisarte?
—Pero bueno, ¿no has venido por mí? —Zac se pone delante de ella—. Estoy seguro de que has venido a verme correr…
Se cara se acerca demasiado peligrosamente a la de ella. Vanessa lo esquiva haciéndose a un lado.
—Pero si ni siquiera sabía que estabas aquí. —Enrojece.
—Lo sabías, lo sabías. Te has puesto roja como un pimiento. Ves, no te conviene contar mentiras, no eres capaz.
Vanessa se calla. Exasperada con aquel maldito rubor y con el corazón que, desobediente, le late con fuerza. Zac se acerca a ella lentamente. Su cara se encuentra de nuevo demasiado próxima a la de Vanessa. Le sonríe.
—No entiendo por qué te preocupas tanto. ¿Tienes miedo de decirlo?
—¿Miedo? ¿Miedo yo? ¿Y de quién? Tú no me das miedo. Solo me produces risa. ¿Quieres saber algo? Esta noche te he denunciado. —Esta vez es ella la que se acerca a la cara de Zac—. ¿Has entendido? He dicho que has sido tú el que pegó al señor Accado. Imagínate, pues, el miedo que te tengo…
Pollo baja de la moto y se dirige deprisa hacia Vanessa.
—Asquerosa…
Zac lo detiene.
—Tranquilo, Pollo, tranquilo.
—¿Cómo que tranquilo, Zac? ¡Esa te ha arruinado! Después de todo lo que pasó, otra denuncia y tendrás que pagar por todo lo que pasó, otra denuncia y tendrás que pagar por todo el resto. Irás directamente a la cárcel.
Vanessa se queda estupefacta. Esto no lo sabía. Zac calma al amigo.
—No te preocupes, Pollo. No pasará nada. No iré a la cárcel. Puede que, como mucho, tenga que presentarme ante el juez. —Luego, dirigiéndose a Vanessa—: Lo que importa es lo que digas en el proceso cuando te llamen para testimoniar en mi contra. Ese día tú no dirás mi nombre. Estoy seguro. Dirás que no he sido yo. Que yo no tengo nada que ver.
Vanessa lo mira con aire de desafío.
—¿Ah, sí? ¿Estás seguro?
—Por supuesto.
—¿Piensas meterme miedo?
—En absoluto. Ese día, cuando vayamos al juzgado, estarás tan loca por mí que harás lo que sea con tal de salvarme.
Vanessa se queda en silencio por un instante, acto seguido suelta una carcajada.
—El que está loco eres tú, si te crees eso. Ese día diré tu nombre. Te lo juro.
Zac le sonríe imperturbable.
—No jures.
Un silbido prolongado y decidido. Todos se dan la vuelta. Es Siga. En el centro de la carretera hay un hombre bajo de unos treinta y cinco años. Lleva puesta una cazadora negra de piel. Todos lo respetan, en parte porque se rumorea que lleva escondida una pistola en su interior. Levanta los brazos. Es la señal. La primera carrera, la de las camomilas. Zac se vuelve hacia Vanessa.
—¿Quieres venir detrás de mi?
—¿Lo ves como es verdad? Estás loco.
—No, la verdad es otra: tú tienes miedo.
—¡No tengo miedo!
—Entonces pídele prestado el cinturón a Ash, ¿no?
—Estoy en contra de esas estúpidas carreras.
Una SH azul se para delante de ella. Es Maddalena. Saluda a Ash con una sonrisa, luego ve a Vanessa. Las dos muchachas se miran fríamente. Maddalena se levanta la cazadora.
—¿Me llevas, Zac? —Enseña el cinturón de Camomilla.
—Claro, pequeña. Apaga la SH.
Maddalena lanza una mirada de satisfacción a Vanessa, luego le pasa por delante para aparcar la SH un poco más allá. Zac se acerca a Vanessa.
—Qué lástima, te habrías divertido. A veces el miedo es realmente algo terrible. Te impide disfrutar de los mejores momentos. Si no sabes vencerlo, es como una especia de maldición.
—Ya te he dicho que no tengo miedo. Vete a hacer tu carrera, si eso te divierte tanto.
—¿Me animarás?
—Me voy a casa.
—No puedes, después del silbido nadie se puede mover, Ash se acerca a ellos.
—Tiene razón. Venga, Vanessa. Quédate aquí conmigo. Vemos esta carrera y luego nos vamos las dos juntas.
Vanessa asiente. Zac se le acerca y con un ágil movimiento le quita la bandana que ella lleva en lugar de cinturón. A Vanessa no le da tiempo a impedirlo.
—Devuélvemela.
Trata de cogerla. Zac la tiene en alto con la mano. Entonces Vanessa intenta golpearle en plena cara, pero Zac es más rápido. La agarra la mano a mitad camino y se la aprieta con fuerza. Los ojos marrones de Vanessa brillan. Le está haciendo daño. Orgullosa como es, no dice una palabra. Zac se da cuenta. Afloja la mano.
—No vuelvas a intentarlo.
Luego la deja marcharse y monta en su moto. En ese momento llega Maddalena y sube detrás de él. Lo hace al revés, como establece el reglamento, y se ata con su cinturón Camomilla. La moto da un salto hacia delante justo cuando ella está acabando de abrocharse el cinturón en el último agujero. Maddalena lleva las manos hacia atrás y se aferra a su cintura. Las dos muchachas se intercambian una última mirada.
Luego Zac hace el caballito, Maddalena cierra los ojos sujetándose aún con más fuerzas a él. El cinturón aguanta. Zac vuelve sobre las dos ruedas y acelera para llegar al centro de la carretera, listo para la carrera. Levanta el brazo derecho. En su muñeca, llamativa y socarrona, se agita la bandana de Vanessa.
Repentinamente, tres motos salidas de la nada se colocan en el centro de la carretera. Todas llevan detrás a una chica sentada del revés. Las camomilas miran a su alrededor. Una multitud de chicos y chicas las rodea. Las miran divertidos. Algunas las conoces y las señalan gritando sus nombres. Otras las saludan con la mano tratando de llamar su atención. Pero las camomilas no contestan. Todas tienen los brazos hacia atrás y se aferran al conductor por miedo al arranque. Siga recoge las apuestas. Los señores del Jaguar son los que más dinero se juegan. Uno de ellos lo hace por Zac. El otro por uno que está a su lado con la moto de colores. Recoge el dinero y se lo mete en el bolsillo delantero de la cazadora, el abolsado. A continuación levanta el brazo derecho y se lleva el silbato a la boca. Se produce un momento silencio. Los chicos sobre las motos miran hacia delante, listos para partir. Las camomilas están sentadas detrás, mirando hacia el otro lado. Tienen los ojos cerrados. Todas menos una. Maddalena quiere disfrutar de ese momento. Adora las carreras. Las motos rugen. Tres pies izquierdos empujan hacia abajo el pedal. Con un único ruido entran tres primeras. Preparados. Siga baja el brazo y silba.  Las motos arrancan hacia delante, casi de inmediato sobre una sola rueda, veloces y causando un gran estruendo. Las camomillas se sujetan con fuerza a sus hombres. Con la cara vuelta hacia el suelo, ven pasar corriendo bajo ellas la carretera, dura y terrible. Conteniendo el aliento, el corazón a dos mil, el estómago en la garganta. Arrastradas desde detrás a cien, ciento veinte, ciento cuarenta. El primero a la izquierda se adelanta. Baja la rueda delantera, tocando el suelo con un golpe fuerte, empujando sobre los amortiguadores. La horquilla tiembla, pero no sucede nada. El que va a su lado da demasiado gas. La moto se empina, la muchacha, sintiéndose casi en vertical, chilla. El chicho, asustado, puede que porque, además, sale con ella, reduce gas y frena. La moto baja delicadamente. Una enorme Kawasaki de casi trescientos kilos planea como teledirigirla, baja el morro, tocando el suelo, como un pequeño avión sin alas. Zac sigue con la carrera, alternando el freno y el acelerador. Su moto, proyectada hacia delante siempre a la misma altura, parece inmóvil, como dirigida por un hilo transparente en la oscuridad de la noche. Vuela, pegado a las estrellas. Maddalena ve pasar la carretera, las bandas blancas casi invisibles se mezclan unas con otras y aquel gris asfalto asemeja a un mar que blando, liso, sin olas, navega en silencio por debajo de ella. Zac llega el primero entre los gritos de alegría de sus amigos presentes y la felicidad del señor que ha apostado por él, no tanto por el dinero que ganado como por haber vencido al amigo que lo ha llevado a aquel sitio.

Chicas, como este capítulo es muy largo lo he dividido en dos. 
Pronto subiré la segunda parte.
Y perdonarme por teneros tan abandonadas, pero estoy haciendo viajes y estoy atareada.
Espero que os guste. Muack

miércoles, 13 de julio de 2011

Capitulo 22.

Vanessa sale de su habitación. Lleva puesta una bata rosa suave y acolchada bajo un pijama de felpa azul claro, y en los pies unas cálidas zapatillas. La ducha la ha ayudado a recuperarse del cansancio del footing, pero no está nada de contenta. Aquella noche la dieta solo le permite una miserable manzana verde. Cruza el pasillo. Justo en ese momento siente girar la llave en la cerradura de la puerta. Su padre.
—¡Papá!Vanessa corre a su encuentro.
Vanessa.
Su padre está furioso. Vanessa se detiene.
¿Qué ha pasado? No me digas que no he puesto bien la Vespa, que no has conseguido entrar en el garaje…
¡Qué narices me importa a mí la Vespa! Hoy han venido a verme los Accado.
Al oír aquellas palabras, Vanessa palidece. ¿Cómo no se le ha ocurrido antes? Debería haber contado a sus padres todo lo que pasó.
Gina, que ha acabado de lavar las dos manzanas verdes preparando de este modo la cena, entra en el salón.
¿Qué querían de ti los Accado? ¿Qué ha pasado? ¿Qué tiene que ver Vanessa?
Greg mira a su hija.
No lo sé. Dínoslo tú, Vanessa, ¿qué tienes que ver?
¿Yo? ¡Yo no tengo nada que ver!
Stella se asoma a la puerta.
¡Es verdad, ella no tiene nada que ver!
Gina se vuelve hacia Stella.
Tú calla, nadie te ha preguntado.
Greg coge a Vanessa por un brazo.
Puede que no sea culpa tuya, ¡pero ese que estaba contigo tiene que ver y cómo! Accado ha tenido que ir al hospital. Tiene el tabique nasal fracturado en dos puntos. El hueso se ha hundido y el médico ha dicho que medio centímetro más y le agujereaba el cerebro.
Vanessa permanece en silencio. Greg la mira. Su hija está descompuesta. Le suelta el brazo.
Puede que no me hayas entendido, Vanessa, medio centímetro más y Accado habría muerto…
Vanessa traga saliva. Se le ha pasado el hambre. Ahora ni siquiera le apetece la manzana. Gina mira preocupada a su hija, luego, al verla tan alterada, adopta un tono sereno y tranquilo.
Vanessa, por favor, ¿puedes contarme esta historia?
Vanessa alza los ojos. Son marrones claros y están asustados. Es como si la viera por primera vez aquella noche. Empieza con un <Nada, mamá> y prosigue contándoselo todo. La fiesta, los que se colaron, Josh, que llamó a la policía, eso que hicieron como que se marchaban y, en cambio, los esperaron debajo de casa. La persecución, El BMW destrozado. Josh que se para, el chico de la moto azul le pega, Accado interviene y el chico le pega también a él.
Pero cómo, ¿Accado te dejó sola con ese gamberro? ¿Con ese violento, no te llevó con él?
Gina está conmocionada. Vanessa no sabe qué contestarle.
Puede que pensase que se trataba de un amigo mío, yo qué sé. Lo único que te puedo decir es que, después de los golpes, todos escaparon de allí y yo me quedé a solas con él.
Greg sacude la cabeza.
Es cierto que Accado escapó. Se arriesgaba a morir desangrado con esa nariz rota. En cualquier caso, se ha acabado para ese muchacho. Filippo lo ha denunciado. Hoy vinieron a mi despacho a contarme toda la historia por corrección. Me dijeron que procederán por la vía legal. Quieren saber el nombre y los apellidos de ese chico. ¿Cómo se llama?
Zac.
Greg mira perplejo a Vanessa.
¿Cómo Zac?
Zac. Se llama así. Yo, al menos, lo he oído nombrar siempre así.
¿Y eso por qué?
Es un apodo.
Greg mira a sus hijas.
Pero digo yo que ese chico tendrá un nombre, ¿o no?
Vanessa le sonríe.
Claro que lo tiene, pero yo no lo sé.
Greg pierde de nuevo la paciencia.
Pero ¿cómo les puedo decir yo a los Accado que mi hija va por ahí con uno que ni siquiera sabe cómo se llama?
Yo no voy por ahí con él. Estaba con Josh… ya te lo he dicho.
Gina interviene.
Sí, pero luego volviste a casa en moto con él.
Pero, mamá, si Josh y los Accado se habían marchado, ¿de qué otro modo podía volver? ¿Me quedaba ahí en la calle, de noche? ¿Qué hacía, volver a casa sola? Lo intenté. Pero pasados unos minutos se paró uno tremendo con un golf y empezó a molestarme. Entonces hice que me acompañara.
Greg apenas puede creer lo que oye.
¡No, si ahora resulta que tendremos que darle las gracias a ese Zac!
Gina mira enfadada a sus hijas.
No podemos hacer una papelón semejante. ¿Lo habéis entendido? Quiero saber de inmediato el nombre de ese chico. ¿Está claro? —En ese momento, Vanessa recuerda lo que le dijo Stella esa misma mañana. Todavía era pronto, ella estaba medio dormida, pero está segura.
Stella, tú sabes cómo se llama. ¡Díselo!
Stella mira a Vanessa sorprendida. ¿Qué le pasa, se ha vuelto loca? ¿Decirlo? ¿Denuncias a Zac? Recuerda lo que le hicieron a Josh y muchas otras historias más que le han contado. Le destrozarían la Vespa, le pegarían, la violarían. Escribirían cosas terribles sobre las paredes del colegio con su nombre, cosas indecentes que, desgraciadamente, todavía no ha hecho. ¿Denunciarlo? Pierde la memoria en un abrir y cerrar de ojos.
Mamá, solo sé que se llama Zac.
Vanessa arremete contra la hermana.
¡Mentirosa! ¡Eres una mentirosa! Yo no me acuerdo, pero esta mañana me has dicho su nombre. Tú y tus amigas lo conocéis de sobra.
Pero, ¿qué estás diciendo?
¡Eres solo una cobarde, no lo quieres decir porque tienes miedo! Tú sabes cómo se llama.
No, no lo sé.
¡Sí que lo sabes!
Vanessa se interrumpe repentinamente. Como si algo se hubiera abierto, desatado, aclarado en su mente. Ahora recuerda.
Zachary David Alexander Efron. Se llama así. Lo llaman Zac.
A continuación, mira a su hermana y cita sus palabras:
Yo y mis amigas lo llamamos 10 y matrícula de honor.
Muy bien, Vanessa. —Greg saca del bolsillo una hoja sobre la que anota todo. Escribe el nombre antes de olvidarlo. Mientras escribe se pone nervioso. Ha leído algo que tendría que haber hecho, pero ya es demasiado tarde.
Stella mira a la hermana.
Te sientes fuerte, ¿eh? ¿No entiendes lo que te van a hacer? Te destrozarán la Vespa, te pegarán, escribirán sobre ti en las paredes del colegio.
Pues vaya, la Vespa está ya destrozada. Dudo que escriban algo sobre las paredes, entre otras cosas, porque no creo que ninguno de ellos sepa escribir. Y si me quieren hacer daño papá me protegerá, ¿verdad?
Vanessa se vuelve hacia él. Greg piensa en Accado, imagina el dolor que se debe sentir cuando a uno le rompen la nariz.
Claro, Vanessa, puedes contar conmigo.
Se pregunta hasta qué punto es cierta aquella afirmación. Puede que no demasiado. Pero, al menos, ha conseguido lo que pretendía. Vanessa, ya más tranquila, va a la cocina. Coge su manzana verde y la lava de nuevo. Acto seguido, manteniéndola alzada en el vacío por el rabito, empieza a girarla. Cada vuelta, una letra. Cuando el rabito se rompe, la inicial donde se ha detenido corresponde a la de la persona que piensa en ti.
A, B, C, D. El rabito se rompe con un ruido seco.
Ha salido la D. ¿A quién conoce que empiece por la D? A nadie, no se le ocurre nadie. Menos mal que no ha salido la Z. Es difícil que un rabito resista tanto. Pero, aun en el caso de que hubiera salido esa letra, no se habría preocupado demasiado. No tiene miedo. Vanessa pasa por delante de su madre. Le sonríe. Gina la contempla alejarse. Está orgullosa de su hija. Vanessa sí que se le parece. No como Stella. Su miedo, en el fondo, está injustificado. Stella es igual que su padre. Greg pone el traje gris sobre la cama.
Ah, cariño, ¿has comprado la cafetera grande?
No, me he olvidado.
Gina se encierra en el baño. Pero cómo es posible, piensa Greg, lo he escrito incluso en la lista de la compra. Decide no decir nada justificando de este modo aún más el carácter de Stella. Greg, elegida una camisa, la arroja sobre la cama. Luego pone encima su corbata preferida. Quién sabe, tal vez esa noche consiga ponérsela.

Los padres salen rogándoles, como todas las noches, que no le abran a nadie. Inmediatamente después, Vanessa baja corriendo en batín y, sin que nadie la vea, esconde las llaves de casa bajo la alfombrilla del portal. A saber dónde estará Ash en ese momento. En las carreras de motos de la Olimpica. Contenta ella…
Stella está en el pasillo. Habla con Andrea Palombi por teléfono mientras garabatea con un bolígrafo sus nombres y algunos corazoncitos sobre un folio. Andre, al oír que Stella no le contesta, siente curiosidad.
Stella, ¿qué estás haciendo?
Nada.
¿Cómo nada? Oigo ruidos.
Estoy escribiendo.
Ah, ¿y qué escribes?
Nada… —miente—. Estoy dibujando.
Ah, entiendo. ¿Así que dibujas mientras hablas conmigo?
Eh, no, te escucho. He entendido todo.
Entonces repítelo.
Stella resopla.
Lunes, miércoles y viernes vas al gimnasio, martes y jueves a inglés.
¿A qué hora?
Stella piensa por un momento.
A las cinco.
A las seis. ¿Lo ves como no me estabas escuchando?
Claro que sí, solo que no me acuerdo. ¿Has entendido en cambio por qué antes no podía hablar?
Sí, porque estaban tus padres y se estaban despidiendo.
Exacto: te hacía sí, er, eh. Y tú no me entendías.
¿Cómo puedo entenderlo si tú no me lo dices?
¿Cómo puedo decírtelo si mis padres estaban delante? ¡Mira que eres listo! Tengo una idea: tenemos que ponernos de acuerdo sobre una palabra para cuando no podamos hablar.
¿Tipo?
No sé, pensemos…
Podremos decir el nombre de mi academia de inglés.
¿Cuál es?
¡Ves cómo no me escuchas! British.
Sí, British me gusta.
Vanessa pasa en ese momento por el pasillo y se detiene delante de la hermana.
¿Es posibles que te pases la vida al teléfono?
Stella no le contesta. Decide recurrir de inmediato a la nueva palabra.
British.
Andrea se queda perplejo por un momento.
¿Qué pasa, no puedes hablar?
¡Claro! ¿Por qué digo British si no? Así, sin ton ni son. Entonces, ¿para qué hemos decidido usarla?
Está bien, pero ¿yo cómo puedo saber que ahora no puedes hablar?
Ah, no, lo tienes que sabes. He dicho British.
Sí, pero pensaba que tal vez estuvieras probando para ver que tal suena.
Esta conversación, no precisamente metafísica, se ve interrumpida repentinamente por la voz inflexible de una señorita de la Telecom.
Atención. Llamada urbana urgente para el número… —Stella y Andrea se callan. Esperan la primera cifra para saber a cuál de los dos buscan—. 3…2… Stella habla por encima de la voz de la señorita.
Es para mí. ¡Será Giulia!
¿Hablamos más tarde?
Sí, te llamo en cuanto acabe. ¡British! —Andrea se ríe—. En ese caso quiere decir algo así como: <Te quiero mucho>.
Yo también. —Cuelgan. Vanessa mira a su hermana. Qué extraño que haya obedecido tan pronto.
Nos han hecho una llamada urbana urgente.
¡Ya me parecía a mí! Era demasiado extraño que colgaras solo porque te lo hubiera dicho yo. Serán papá y mamá enojados porque tienen que decirnos algo y la línea está siempre ocupada.
¡Qué va! Esta es sin duda giulia, quedamos en volvernos a llamar.
Esperan en silencio junto al teléfono. Listas para levantar el auricular a la primera llamada. Como dos participantes en un concurso televisivo donde hay que ser el primero en apretar el botón y dar la respuesta exacta. El teléfono suena. Stella es la más rápida.
¿Giulia? —Respuesta equivocada—. Ah, perdone, sí, ahora se la paso. Es para ti. —Vanessa arranca el auricular de las manos de Stella.
¿Sí?
Aquel sentimiento de satisfacción se convierte de inmediato en una grave desazón. Es la madre de Ash. Stella sonríe.
No estés mucho, ¿eh?
Vanessa prueba a darle una patada. Stella la esquiva. Vanessa se concentra en la llamada.
Ah, sí, señora, buenas noches. —Escucha a la madre de Ash. Naturalmente, quiere hablar con su hija—. La verdad es que está durmiendo. —Acto seguido, arriesgándose como nunca—: ¿Quiere que la despierte? —Vanessa entorna los ojos y aprieta los dientes esperando a que se produzca la respuesta.
No, no te preocupes. Puedo decírtelo a ti.
Ha salido bien.
Mañana por la mañana tenemos una cita para hacer los análisis de sangre. De modo que tienes que decirle que no como cuando se levante y que iré a recogerla hacia las siete. Entrará a segunda hora, si no nos retrasamos mucho. —Vanessa se ha relajado ya.
Sí, de todos modos a primera hora tenemos religión… —Vanessa piensa que aquella materia no le sirve de nada a su amiga. El alma de Ash, entre mentiras y novios violentos, se ha perdido ya irremediablemente.
Recuerda, Vanessa, no le dejes comer.
No, señora. No se preocupe.
Vanessa cuelga. Stella pasa junto a ella lista para apoderarse de nuevo del teléfono.
Te ha ido bien, ¿eh?
Le ha ido bien a Ash. Si la pilla es asunto suyo. ¿Qué tengo que ver yo? —Vanessa se apresura a llamar al móvil de Ash. Nada que hacer: está apagado. Claro. Está durmiendo en mi casa y en mi casa no tiene cobertura. ¿Para qué la llamo? ¿De qué me preocupo? Al límite, la que se arriesga es ella. Es más, ni siquiera me tengo que poner nerviosa.
Vanessa se prepara una camomila. Dos rodajas de limón, un sobrecito de Dietor y se echa sobre el sofá. Las piernas dobladas hacia atrás, los pies metidos en el pliegue de un almohadón, justo en el sitio más caliente. Se pone a mirar la televisión. Stella, por supuesto, vuelve a llamar a Andrea. Le cuenta la historia de Ash, la llamada de la madre, la mentira de Vanessa y muchas otras cosas más que ellos encuentran divertidísimas. En la tele del salón un poco de zapping. Una retransmisión sobre las civilizaciones antiguas, una historia de amor más contemporánea, un concurso demasiado difícil. Vanessa piensa un momento, sentada en el sofá. No. Esa respuesta no la sabe. La voz de Stella llega desde el pasillo alegre y divertida. Dulces palabras de amor se confunden entre frescas risas. Vanessa apaga la tele. Ash llegará antes de las siete.
Buenas noches, Stella.
Stella sonríe a la hermana.
Buenas noches.
Vanessa ni siquiera prueba a repetir de nuevo que no tenga ocupado el teléfono. ¿Para qué? Se lava los dientes. Coloca sobre la silla el uniforme para el día siguiente, prepara la bolsa y se mete en la cama. Recita una oración mirando el techo. Se siente un poco distraída. Luego apaga la luz. Da vueltas en la cama tratando de conciliar el sueño. En vano. ¿Y si Ash decidiera ir directamente al colegio? Esa es capaz de todo. A lo mejor pasa toda la noche fuera y hace que Pollo la acompañe al Falconieri mientras su madre viene a recogerla a su casa. ¡Maldita Ash! ¿Por qué no puede ser una enamorada como las demás? Se pasa dos horas al teléfono como su hermana y ya está. No causa tantos daños, solo una factura un poco más sustanciosa. No, ella tiene que ir a las carreras. Tiene que se la novia del duro. ¡Maldita Ash! Baja de la cama y se viene apresuradamente. Se pone solo un suéter y unos de vaqueros, luego va hasta la habitación de Stella y coge sus Superga azules. Pasa por delante de su hermana. Como no podía ser de otro modo, sigue colgada del teléfono.
Voy a avisar a Ash.
Stella la mira asombrada.
¿Vas al invernadero? Yo también quiero ir.
¿Al invernadero? Voy a la Olimpica. Donde hacen las carreras.
¡Eh! Se llama invernadero.
¿Y por qué?
¡Por todas las flores que hay a lo largo del camino! En recuerdo de todos los que han muerto.
Vanessa se pasa la mano por la frente.
Solo me faltaba eso… ¡el invernadero!
Coge la cazadora colgada en el pasillo y hace ademán de salir. Stella la detiene.
¡Te lo suplico, Vanessa, llévame contigo!
Pero bueno, ¿acaso os habéis vuelto todas locas? Ash, tú y yo frecuentando ese invernadero. Podríamos incluso hacer una carrera en moto, ¿eh?
Si te pones el cinturón de Camomila te eligen ellos y te llevan detrás, coge el mío, venga, piensa qué guay, hacer la camomila.
Vanessa piensa en la que ha bebido antes de ir a la cama. Todo inútil. Se levanta el cuello de la cazadora. Se siente como si estuviera sentada frente al presentador de un concurso en el que ella es la única participante. ¿Qué vas a hacer allí? ¿Por qué vas al invernadero, entre ramos de flores en honor de aquellos que han muerto? ¿A esa carrera donde unos grupos de exaltados en moto se arriesgan a acabar del mismo modo? La respuesta le parece fácil. Va a avisar a Ash de que vuelva antes de la siete. A esa misma Ash a la que le gusta ir a lugares absurdos, esa Ash que no sabe nada de latín. La Ash a la que a ella le gusta soplar aunque eso suponga recibir una mala nota. Sí, ella va allí sobre todo por su amiga Ash. O al menos eso es lo que quisiera creer.
No te lo repito más. Stella. Cuelga el teléfono. —Luego sale corriendo con la peineta de los brillantitos en el pelo y el corazón, curiosamente, a mil por hora.

Perdonen por la tardanza, pero he estado de descanso.. jiji
Espero que os guste el capitulo.
Por cierto, Andrea, es un chico vale?
Aunque parezca que es una chica.. jajaja
Un beso