Dario, Schello y algún que otro amigo más se precipitan a felicitarlo. Una mano fraterna difícil de reconocer en medio del grupo le ofrece una cerveza todavía fría. Zac la coge al vuelo, le da un largo sorbo, luego se la pasa a Maddalena.
—Lo has hecho muy bien, no te has movido ni por un momento. Eres una camomilla perfecta.
Maddalena da un sorbo, después baja de la moto y le sonríe.
—Hay momentos en los que hay que quedarse quietos y otros en lo que hace falta saberse mover. Estoy aprendiendo, ¿no?
Zac sonríe. Es una tía estupenda, esa muchacha.
—Sí, estás aprendiendo.
La mira alejarse. Está también muy buena. Llega Pollo y salta detrás de él en la moto.
—Venga, coño, vamos a buscar a Siga. ¡A ver cuánto has ganado!
—¡No mucho, era el favorito!
—Coño, has dejado de ser una buena jugada. Deberías perder alguna vez, así aumentarías la cuota. Podrías incluso caerte y así luego nos jugaríamos todo a la última, en la que ganarías. Clásico, ¿no? Como los boxeadores americanos en las películas.
—¡De acuerdo, pero la caída la hago con tu moto!
—¡Eso sí que no! La acabo de arreglar.
—¡Zac! ¡Zac! —Se da la vuelta. Es Ash que lo llama desde lo alto del muro que hay junto a la red—. ¡Genial! ¡Eres genial!
Zac le sonríe. Luego ve a Vanessa a su lado. Alza el brazo derecho mostrándole su bandana azul.
—¡Ha sido pura suerte! —grita Vanessa a lo lejos.
Zac mete la primera y, llevando detrás a Pollo, hace una gincana entre la gente y se aleja para retirar las merecidas ganancias.
Maddalena frena delante de Vanessa y Ash. Lleva a una chica rubia un poco regordeta detrás, sobre su SH. Su amiga tiene los pies sobre los pedales y apenas si se apoya sobre el sillín, pero, de todos modos, la rueda posterior está prácticamente clavada en el suelo. Maddalena mastica una Virgosol con la boca abierta.
—No es solo suerte. Es sobre todo valor, huevos. ¿Se puede saber qué hacen dos cobardes como vosotras en un sitio como este?
La tipa rechoncha que detrás sonríe.
—Ya, sobre todo, ¿cómo es que vais sin uniforme? ¿No sois dos de esas idiotas del Falconieri? O, mejor dicho, dos de esas furcias… ¿No es así como os llaman? ¡Dicen que sois todas unas putas!
Ash se ajusta la gorra.
—¡Oye, gordita! ¿Qué pasa, tienes algo contra nosotras? Si hay algo que te corroe dilo y basta. Sin dar tantos rodeos.
Maddalena apaga la SH.
—Lo que pasa es que tienes el cinturón de Camomilla y no te lo puedes permitir.
—¿Y quién lo dice?
—Entonces, ¿cómo es que no has corrido?
—Porque no ha corrido mi novio. Yo solo corro con Pollo. Porque, puede que no lo sepas —Ash se dirige a la regordeta que Maddalena lleva detrás—, pero Pollo y yo salimos juntos.
La muchacha hace una mueca. Aprieta los dientes. Ash se lo ha dicho adrede. Sabe que está interesada en la adquisición.
Maddalena señala a Vanessa.
—¿Y ella? ¿Qué hace ella aquí? Ni siquiera lleva cinturón. ¿No sabes que este sitio está reservado a las camomillas? O corres o te vas.
Vanessa se vuelve hacia Ash suspirando.
—Solo nos faltaba la macarra de turno.
Maddalena se pone tiesa.
—¿Qué has dicho?
Vanessa le sonríe.
—He dicho que estoy esperando mi turno.
Maddalena permanece impasible. Puede que de verdad no haya oído nada. Vanessa abre la cazadora de Ash.
—Venga, dame ese cinturón.
—¿Qué? ¿Estás bromeando?
—No, vamos, dámela. Si ser una camomilla es tan emocionante, quiero probar. —Suelta la trabilla. Ash la detiene.
—Mira que si te lo pones, luego te pueden elegir, tendrás que correr. Una vez vino hasta aquí una tipa que se había puesto el cinturón de Camomilla por casualidad, porque le gustaba. Bien, pues la hicieron subir a una moto y tuvo que correr a la fuerza.
Vanessa la mira con aire interrogativo.
—¿Y? ¿Cómo acabó la cosa?
—Bueno, no se hizo nada, no se cayó. Creo que la conoces. Es Giovanna Bardini. La de segundo E.
—¿Quién, esa mema? Entonces lo pueden hacer todas.
Ash le pasa el cinturón.
—Sí, pero no sé si te has dado cuenta… Giovanna ahora solo usa tirantes.
Vanessa la mira. Ash hace un gracioso mohín. Luego las dos se echan a reír. En realidad, solo tratan de quitar hierro a aquel momento. Maddalena y la amiga las miran con cara de fastidio. Vanessa se pone el cinturón.
—¡Qué guay! Ahora yo también soy una camomila.
Un macarra espantoso se planta con la moto delante de ellas. Tiene la parte baja del pelo prácticamente al ras y cuello de toro asoma impávido de una cazadora verde militar con solapas naranja.
—Venga, camomila, la de ahí arriba. Sube detrás.
Vanessa se indica incrédula.
—¿Quién, yo?
—¿Y quién si no? Venga, muévete, dentro de poco empezamos.
—Hola, Madda. —El macarra, además de tener un aspecto terrible, tiene además otro punto en su contra: es un amigo de Maddalena.
Vanessa se acerca a Ash.
—Bueno, yo voy. Luego te contaré cómo es.
—Sí, claro.
Ash se para delante de ella, preocupada.
—Oye, Vanessa… lo siento.
—No, qué dices. Me parece chulísimo hacer de camomila y quiero probar. Tú no tienes nada que ver.
Ash la abraza y le susurra al oído.
—Eres una jefa.
Vanessa le sonríe, luego se encamina hacia el macarra con la moto. De repente, recuerda aquella frase. Ash se la dijo también aquella mañana y luego la Giacci le puso una nota muy baja. ¿Estará gafada? Maldice a Ash, a las camomilas, pero también a ella misma, cuando se le mete entre ceja y ceja ser la jefa.
El macarra da gas sin problemas de consumo. Vanessa en cambio tiene algún que otro para subir detrás en la moto. El macarra la ayuda. Vanessa se desata el cinturón. El tipo lo coge, se lo coloca alrededor de la cintura y se lo pone de nuevo en la mano. Vanessa apenas consigue llegar el último agujero. Encima gordo. Como si no bastase, Maddalena da una palmada con fuerza sobre la cazadora del macarra.
—Venga, ve a por todas. ¡Estoy segura que vais a ganar! —A continuación, sonríe a Vanessa—: Verás cómo te diviertes aquí detrás. Danilo hace el caballito de maravilla.
Vanessa no tiene tiempo de contestarle. El macarra da gas y arranca hacia delante. ¡Danilo! De modo era a él a quien se refería la D de su manzana. D. Como Danilo. O peor, como destino. La moto frena. Vanessa rebota y se da contra la espalda de Danilo.
—Tranquila, pequeña.
La voz cálida y profunda del macarra que, según él, debería tranquilizarla, produce sobre ella el efecto contrario. Dios mío, piensa Vanessa. Tranquila, pequeña. Tiene que ser una pesadilla. Este cinturón de Camomilla que me aprieta la cintura. Yo el Camomilla no me lo he puesto nunca, ni siquiera cuando estaba de moda. Debe de ser una especie de castigo. Un tipo con una banda sobre un ojo y una moto amarilla frena a su izquierda. Hook. Lo ha visto ya alguna que otra vez en la plaza Euclide. A sus espaldas va una chica con el pelo rizado y un pintalabios excesivamente llamativo. Está encantada de hacer la camomila. La chica la saluda. Vanessa no le contesta. Tiene la garganta seca. Se vuelve hacia el otro lado. Un chico alto y atractivo, con el pelo más largo y una pequeña pluma de pájaro como pendiente, se para a su derecha. Tiene el depósito de la moto pintado con aerógrafo. Un atardecer con un gran sol en el centro, olas sobre la playa. Un tipo que hace surf. Seguro que hacer surf es menos peligroso que hacer de camomila. Abajo está escrito: <El Balle…>. Vanessa se inclina hacia delante, pero no consigue leer más. Los 501 del tipo tapan el resto de la inscripción. El chico saca del bolsillo de la cazadora un trozo de papel. Apoya los pies en el suelo y se acerca al espejito. Lo gira hacia lo alto. La luna se asoma allí dentro. Vanessa mira el depósito. Ahora se puede leer bien lo que hay escrito: <El Ballerino>. Ah, sí, ha oído hablar de él. Dicen que se droga. El Ballerino tira el contenido de la papelina sobre el espejito. La redonda palidez de la luna queda cubierta por el blanco de un polvo menos inocente. El Ballerino se inclina hacia delante. Apoya encima un rulo de diez euros e inspira. La luna vuelve repentinamente a reflejarse. El Ballerino no pasa el dedo por el espejito, recoge los últimos restos de aquella felicidad artificial y se los pasa por los dientes. Sonríe sin ningún motivo real. Químicamente feliz. Se enciende un cigarrillo. La muchacha detrás de él tiene el pelo recogido con una cinta y no parece haberse dado cuenta de nada. Acepta, sin embargo, un cigarrillo. No es válido. No se puede correr drogados. No es deportivo. Si luego le hacen el antidoping lo descubrirán. Pero, ¿qué estoy diciendo? ¡Esto no es una carrera de caballos! No hay nada lícito. Aquí uno se puede hasta drogar. Se va a ciento cincuenta sobre una sola rueda con una desgraciada detrás. Y yo soy ahora esa desgraciada.
Le entran ganas de llorar. ¡Maldita Ash!
Mientras Zac se mete en el bolsillo los cincuenta euros, Pollo le da un codazo.
—Eh, mira quién está ahí. —Pollo indica las motos listas para arrancar—. ¿Esa que va detrás en la moto de Danilo no es la amiga de Ash?
Zac mira en esa dirección. No es posible. Es Vanessa.
—Es cierto. —Agita el brazo con la bandana y grita su nombre—. ¡Vanessa! —Oye que la llaman. Es Zac. Lo reconoce, allí al fondo justo delante de ella. La está saludando.
<Tiene mi bandana —se susurra a sí misma—. Te lo ruego, Zac, hazme bajar, ayúdame. ¡Zac! ¡Zac!.> Luego suelta la mano para decirle que se acerque. En ese mismo momento, Siga silba. El público chilla. Es casi un estruendo. Las motos saltan hacia delante bramando. Vanessa se aferra de nuevo inmediatamente a Danilo, aterrorizada. Las tres motos hacen el caballito. Vanessa se encuentras con la cabeza hacia abajo. Le parece que casi toca el suelo. Ve el asfalto correr veloz por debajo de ella. Prueba a gritar mientras la moto ruge y el viento la despeina. No le sale nada. El cinturón le aprieta fuertemente la tripa. Le entran ganas de vomitar. Cierra los ojos. Es aún peor. Le parece que va a desmayarse. La moto sigue corriendo mientras hace el caballito. La rueda de delante baja un poco. Danilo da más gas. La moto se empina de nuevo, Vanessa se encuentras aún más cerca del asfalto. Cree que se va a dar la vuelta. Un toque al freno y la moto desciendo ligeramente. Va mejor. Vanessa mira en derredor. La gente no es ya sino un grupo lejano, abigarrado, levemente borroso. A su alrededor, silencio. Solo el viento y el ruido de las otras motos. El Ballerino está a su derecha, casi detrás de ellos. Su pelo largo se tiende al viento y la rueda de delante está casi inmóvil. Hook los sigue a una cierta distancia.
Danilo está ganando. Ella está ganando. Maddalena tiene razón. <Hace el caballito de maravilla.> Vanessa está aturdida. Siente un ruido a su derecha. Se vuelve. El Ballerino ha dado más gas reduciendo la marcha. La moto se empina demasiado. Un golpe seco al freno. La ruede de delante baja demasiado deprisa. La moto rebota, el Ballerino prueba a sujetarla. Se le escapa el manillar. La moto se desplaza hacia la izquierda, deslizándose de lado, y luego de nuevo a la derecha, coleando. El Ballerino y la muchacha que detrás son derribados por aquel caballo de motor encolerizado, hecho de pistones y de cilindros enloquecidos. Acaban en el suelo todavía atados. Luego el cinturón se rompe, resbalan, juntos por un poco más de tiempo, rebotando y arañándose la piel, de un lado a otro de la carretera. La moto, ya liberada, sigue veloz su carrera. Después cae hacia un lado, se desliza sobre el asfalto, lanza chispas, tropieza, rebota varias veces. Al final hace una especie de cabriola, vuela cerca de Vanessa, alta en la oscuridad de la noche. Salta en el cielo, durante al menos cinco metros, con el faro todavía encendido ilumina todo a su alrededor, traza un arco luminoso. Después, con un último impulso inconexo, cae al suelo rebotando y rompiéndose, dejando tras de sí miles de pequeños pedazos de acero y de cristales de colores. Sutiles destellos de fuego siempre más débiles la acompañan hasta el final de su carrera. Hook y Danilo se detienen. El público permanece por un momento en silencio antes de precipitarse en aquella dirección. Subidos a Vespas, Sì, SH 50, Peugeot robados, motos de pequeña y gruesa cilindrada, Yamaha, Suzuki, Kawasaki, Honda.
Un ejército de motos avanzan con gran estruendo. Todos se apresuran a llegar al lugar del accidente. El Ballerino se ha levantado. Se arrastra sobre una sola pierna. La otra sobresale fuera de sus vaqueros degarrados, herida y en mal estado, perdiendo sangre por la rodilla. Una llamativa hinchazón en lo alto de la cazadora indica que el hombro se le ha salido, mientras un chorro de sangre oscura se desliza desde su frente por todo el cuello. El Ballerino mira su moto destrozada. Una parte de la playa ha quedado borrada por los arañazos. El surfista ha desaparecido, transportado por esa ola mucho más dura que es el asfalto incandescente.
La chica está tendida en el suelo. El brazo derecho le cuelga como muerto a un lado. Está roto. Llora asustada, sollozando con fuerza. Vanessa se quita la Camomilla. Baja de la moto. Se tambalea al andar. Las piernas le tiemblan a causa de la emoción. Se adentra en la multitud. No conoce a nadie. Siente los quejidos de la chica tumbada en el suelo. Busca a Ash. De repente, oye otro silbido. Más prolongado. ¿Qué es? ¿Empieza otra terrible carrera? No entiende. La gente empieza a correr en todas direcciones. Tropiezan con ella. Las motos la rozan. Se oyen sirenas. No demasiado lejos aparecen unos coches. Sobre sus techos luces de color azul claro. La policía. Lo que faltaba. Tiene que llegar hasta su Vespa. A su alrededor no hay sino muchachos que escapan. Alguno grita, otros chocan peligrosamente. Una chica cae con la moto a poco metros de ella. Vanessa echa a correr. Varios coches de la municipal se detienen a su alrededor. Ahí está. Ve su Vespa parada delante de ella, a pocos metros de distancia. Está salvada. De repente, algo la detiene a mitad camino. Alguien la ha cogido por la melena. Un policía. Tira con fuerza de ella haciéndola caer al suelo, sujetándola por el pelo. Vanessa grita de dolor, la arrastra sobre el asfalto, arrancándole algunos mechones. Repentinamente, el policía la suelta. Una patada en plena cara lo ha obligado a doblarse soltando a su presa. Es Zac. El policía prueba a reaccionar. Zac le da un violento empujón que lo hace caer al suelo. Luego ayuda a Vanessa a levantarse, la hace subir detrás en su moto y parte a toda velocidad. El policía se recupera, sube a un coche que hay allí cerca con uno de sus colegas al volante, y se ponen a perseguirlos. Zac pasa fácilmente entre la gente y las motos paradas por la policía municipal. Algunos fotógrafos advertidos de la redada llegan y sacan algunas fotos. Zac hace el caballito y acelera. Adelanta a otro policía que con el disco rojo le hace un señal para que se detenga. A su alrededor, flashes enloquecidos. Zac apaga las luces y se agacha sobre el manillar. El coche de la policía municipal con el guardia que le ha golpeado adelanta al grupo por un lado y, haciendo sonar la sirena, los alcanza casi de inmediato.
—Tapa la matrícula con el pie.
—¿Qué?
—Tapa el último número de la matrícula con el pie.
Vanessa echa la pierna derecha hacia atrás tratando de cubrir la matrícula. Se le resbala dos veces.
—No puedo.
—Déjalo estar. ¿Es posible que no sepas hacer nada?
—Da la casualidad de que nunca he tenido que escapar en una moto. Y puedes estar seguro que hoy también me habría gustado evitarlo.
—¿Tal vez preferías que te dejara en manos de esa policía que quería tu cuero cabelludo?
Zac reduce y gira a la derecha. La rueda de detrás se desliza ligeramente derrapando en el asfalto. Vanessa se abraza más fuerte a él.
—¡Frena! —grita.
—¿Estás bromeando? Si esos nos pillan ahora me secuestran la moto.
El coche de la municipal emboca detrás de ellos en callejón dando bandazos. Zac baja volando por él. Ciento treinta, ciento cincuenta, ciento setenta… Se oye a la sirena retumbar a lo lejos. Se están acercando. Vanessa piensa en lo que le dijo su madre.
<No te atrevas a subir detrás de ese chico. Mira cómo conduce… Es peligroso.> Tiene razón. Las madres tienen siempre razón. Sobre todo la suya.
—Frena. No quiero matarme. Ya me imagino lo que leeré mañana en los periódicos. Joven muerta en una persecución policial. Frena, te lo suplico.
—Pero si mueres, ¿cómo harás para leer el periódico?
—¡Párate, Zac! ¡Tengo miedo! Puede que esos nos disparen.
Zac reduce de nuevo y gira repentinamente a la izquierda. Salen a una carretera en el campo casi desierta. Hay algunas casas con un muro alto y una valla. Tienen unos segundos. Zac frena.
—Baja, deprisa. Espérame aquí y no te muevas. Paso a recogerte apenas los pierda de vista…
Vanessa se apresura a bajar de la moto. Zac vuelve a partir a toda velocidad. Vanessa se aplasta contra el muro cercano a la verja de la casa. Justo a tiempo. El coche de la policía municipal aparece en ese preciso momento. Pasa derrapando por delante de la casa y se aleja detrás de la moto. Vanessa se tapa los oídos y cierra los ojos para dejar de oír el sonido lancinante de aquella sirena. El coche desaparece a lo lejos, detrás del pequeño faro rojo. Es la moto de Zac que, con los faros apagados, solo de nuevo, corre veloz en la oscuridad de la noche.