jueves, 23 de junio de 2011

Capitulo 21.

Bajo la ducha, Vanessa se peina el pelo lleno de bálsamo. En el 103.10 de la radio transmiten los últimos éxitos americanos. Anastasia ha subido al tercer puesto. Vanessa echa la cabeza hacia atrás mecida por aquella lenta melodía. Una ligera cascada de agua le quita el bálsamo, que se desliza por su cara, rozándole las facciones, las delicadas protuberancias. 
Alguien llama a la puerta.
—Vanessa… te llaman por teléfono.
Es Stella.
—Voy enseguida. —Se envuelve rápida en una toalla y va hasta la puerta. Stella le da el inalámbrico.
—Date prisa, estoy esperando que Andrea me llame. —Vanessa se encierra de nuevo en el baño y se sienta sobre la suave tapa de la taza.
La voz de Ash parece excitada.
—¿Estabas en la ducha?
—¡Claro, si no, no me habrías llamado! ¿Qué es lo que es tan urgente?
—Pollo me ha llamado hace diez segundos. Me ha dicho que el otro día se lo pasó muy bien conmigo. Me ha pedido disculpas por lo que pasó en el restaurante y me ha dicho que me quiere ver. Me ha pedido que esta noche vaya con él a las carreras.
—¿A qué carreras?
—Esta noche todos van a la Olimpica con las motos y hacen carreras. A toda velocidad, dos en cada moto sobre una sola rueda. ¿Te acuerdas?
Francesca nos dijo que había ido. Dijo que era muy guay. ¡Ella ha sido incluso camomila…!
—¿Camomila?
—Sí, a las que van detrás las llaman así porque tienen el cinturón doble de Camomillapara atarse al que conduce. La regla es que deben ir vueltas con la cara hacia atrás.
—¿Vueltas con la cara hacia atrás? Ash, ¿qué te pasa?, ¿has perdido la cabeza? Casi empiezo a lamentar haberme sacrificado por ti…
—¿A qué sacrificio te refieres?
—¿Cómo que a qué? ¡La comunicación y todo lo demás!
—¡Venga, la estás haciendo durar demasiado, esa historia de la comunicación!
—Sí, bueno, pero mientras tanto, yo estoy castigada y no puedo salir hasta el lunes.
—Está bien, pero mira que yo no te estoy pidiendo que vengas conmigo. Solo quería un consejo. ¿Qué piensas, voy?
—Ir a ver a los que corren es aún más idiota que correr con las motos. Además, puedes hacer lo que quieras.
—Bueno, tal vez tengas razón. Por cierto. Le he dicho a Dema que salgo con Pollo. ¿Estás contenta?
—¿Yo? ¿Y a mí qué me importa? Es tu amigo. Solo te dije que, en mi opinión, si se enteraba por otro le iba a sentar mal.
—Sí, ya lo he entendido. En cambio no le ha sentado nada mal. A mí me parecía incluso contento. ¿Ves cómo te habías equivocado? No era verdad que estaba enamorado de mí.
Vanessa se acerca al espejo. Quita con la toalla un poco de vapor. Aparece su imagen con el teléfono en la mano y aire de fastidio. A veces Ash resulta realmente exasperante.
—Bueno, mejor así, ¿no?
—¿Sabes qué te digo, Vanessa? Me has convencido. No voy a las carreras.
—¡Bien! Hablamos luego.
Vanessa sale del baño. Pasa delante de Stella y le devuelve el teléfono. Stella no dice nada, pero parece molesta, como si quisiera hacer notar que su hermana ha pasado demasiado tiempo al teléfono. Vanessa va a su habitación y empieza a secarse el pelo. Entra Stella con el teléfono.
—Es Dema. Es inútil que te diga que todavía vale lo mismo de antes.
Vanessa apaga el secador y coge el teléfono.
—Hola, Dema, ¿cómo estás?
—Fatal.
Vanessa escucha en silencio. Pero ¿en qué modo, si no tiene nada que recordar? Vanessa renuncia a decírselo. También porque Dema le hace mil preguntas.
—Pero cómo, después de todo el tiempo que he ido detrás de ella, ¿va y empieza a salir con ese? Y, además, ¿quién es?
—Se llama Pollo, es todo lo que sé.
—¿Pollo? ¡Qué nombre! ¿Qué espera encontrar en él? Es un violento, uno de esos gamberros que vinieron la otra noche a la fiesta de Roberta. Chusma, ¡y Ash va y se enamora!
—Bah, enamorada, Dema… ¡le gustará!
—No, no, enamorada. ¡Me lo ha dicho ella!
—Ya sabes todo lo que dice Ash, ¿no? La conoces mejor que yo. Esta noche, por ejemplo, quiere ir a ver las carreras en la Olimpica… Cinco segundos después cambia de idea. ¿Ves cómo es? A lo mejor dentro de poco se da cuenta del error que ha cometido y rectifica. Venga, Dema, ya verás cómo pasa eso.
Dema permanece en silencio. Se ha creído sus palabras o, en cualquier caso, ha querido creer en ellas. «Pobre», piensa Vanessa. ¡Y menos mal que no estaba enamorado!
—Sí, puede que tengas razón. Tal vez pase justo eso.
—Ya lo verás, Dema, es solo cuestión de tiempo.
—Sí, solo espero que no sea demasiado. —Luego, trata de quitarle hierro a todo aquel asunto—. Vanessa, por favor, no le digas nada a Ash de esta llamada.
—Por supuesto, y ánimo, ¿eh?
—Sí, gracias. —Cuelgan.
Entra Stella.
—Caramba, Ash sale con Pollo, ¡increíble! Y Dema, claro, está destrozado.
—Ya, pobre, lleva una vida detrás de ella.
—¡Sin esperanza! Es el clásico amigo de las mujeres.
Tras emitir ese duro juicio, Stella se aleja con el teléfono pero, antes de que pueda salir de la habitación, el aparato vuelve a sonar.
—Hola. Sí, ahora te la paso. Vanessa, te lo suplico, no estés una hora.
—¿Quién es?
—Ash.
—¡Lo intentaré! —Vanessa coge el teléfono.
—¿Has roto con Pollo?
—¡No!
—Lástima…
—¿Con quién hablabas que estaba siempre ocupado?
—Con Dema, está destrozado.
—¡No!
—¡Sí, le ha sentado fatal! Pobre, me ha pedido que no te lo diga. Te lo ruego, haz como si no supieras nada, ¿eh?
—Tal vez no debía haberle dicho que salgo con Pollo.
—Pero ¿qué dices, Ash?, si se hubiese enterado habría sido peor.
—Habría podido esperar hasta el último momento.
—¿Qué último momento? Podrías no salir con Pollo y basta.
—No toquemos ese tema. Digamos, más bien, que he decidido que en la vida es mucho más divertido ser idiotas…
—¿Y entonces?
—Entonces, voy a las carreras.
Vanessa sacude la cabeza. A esas alturas, el pelo ya casi se le ha secado solo.
—Está bien, diviértete.
—Me ha llamado Pollo y pasa a recogerme enseguida. ¿Qué piensas, tengo que ir allí a divertirme o a hacer la que se queda mirando las carreras y se aburre un poco?
Ash se ha pasado. Vanessa explota.
—Oye, Ash. Vete a las carreras, sube a una de esas motos, haz el caballito, sal con todos los gamberros de este mundo pero, por favor, ¡no le des tantas vueltas!
Ash suelta una carcajada.
—Tienes razón. Pero, escucha, tienes que hacerme un último favor. Como no sé a qué hora acaban las carreras, le he dicho a mi madre que voy adormir a tu casa.
—¿Y si tu madre llama?
—Imposible. Esa no me busca nunca… Más bien déjame las llaves bajo la alfombrilla del portal. En el sitio de siempre.
—Está bien.
—Ah, no te olvides, ¿eh? ¡Pobre Dema! ¿Crees que debo hacer algo?
—Me parece que por hoy ya has hecho bastante, Ash.
Vanessa apaga el teléfono. Stella casi se lo arranca de las manos.
—Menos mal que te he pedido que no estuvieras mucho, ¿eh?
—¡Qué puedo hacer! Ya has oído el lío que se ha armado. Te lo ruego, no se lo digas a nadie, lo de Pollo y Ash.
—¿Y a quién quieres que se lo diga?
El teléfono suena de nuevo. Es Giulia.
—¿Se puede saber a quién se le ha quedado pegado el teléfono a la oreja?
—Hola, Giuli. Perdona, eh, era mi hermana.
Stella va a su habitación. Nada más cerrar la puerta, revienta al no poderse aguantar.
—No sabes qué noticia, Giulia. ¡Ash sale con Pollo!
—¡No!
—¡Sí! ¡Dema está destrozado pero, te lo suplico, no se lo digas a nadie!
—Por supuesto, faltaría más. —Giulia escucha el resto de la historia pensando ya en lo que le va a contar más tarde a Giovanna y Stefania.

miércoles, 22 de junio de 2011

Capitulo 20.

El año anterior.
—Vanessa, Vanessa. —Stella aporrea chillando la puerta del baño. Pero Vanessa no la oye. Está bajo la ducha y como si eso no bastase la radio cercana transmite a todo volumen una canción del año anterior de U2. Finalmente, Vanessa oye algo. Unos golpes fuertes que no siguen el ritmo del batería. Cierra el agua, luego, todavía chorreando, alarga el brazo bajando el volumen.
—¿Qué pasa?
Stella suspira al otro lado de la puerta.
—Finalmente, hace una hora que te estoy llamando. Ash al teléfono.
—Dile que estoy en la ducha, que la llamo dentro de cinco minutos.
—Dice que es algo urgentísimo.
Vanessa resopla.
—¡Está bien! Stella, ¿me traes el teléfono?
—Ya lo he hecho. —Vanessa abre la puerta. Stella está allí con el inalámbrico en la mano.
—No te alargues mucho, estoy esperando que me llame Giulia.
Vanessa se seca la oreja antes de apoyar sobre ella el teléfono.
—¿Qué es tan urgente?
—Nada, solo quería saludarte. ¿Qué haces?
—Estaba duchándome. No sé cómo lo haces, pero me llamas siempre cuando estoy bajo el agua.
—¿No sales con Marco?
—No, esta noche va a casa de un amigo a repasar. Tiene el examen dentro de dos días. Biología.
Ash se queda por un momento en silencio. Decide no decirle nada.
—Estupendo, entonces paso a recogerte dentro de diez minutos.
Vanessa coge una toalla pequeña y se frota el pelo.
—No puedo.
—Venga, vamos a tomar una pizza.
—¿Y si luego me llama Marco? Ha apagado su móvil, tiene que estudiar…
—Dile a Stella que le diga que te llame más tarde o que te busque en el tuyo. ¡Venga, volvemos enseguida!
Vanessa trata de replicar. Pero todas las excusas —cansancio, deberes por hacer y un increíble deseo de quedarse en casa en bata y camisón delante de la tele— son inútiles. Poco después se encuentra sentada en la Vespa detrás de Ash, que conduce temeraria en el tráfico de las nueve.
Vanessa tiene el pelo todavía mojado, un suéter con la inscripción California y una expresión de fastidio.
—Vas a hacer que acabe por tener un accidente.
—Pero ¡si esta noche hace calor!
—Me refería al modo en que conduces.
Ash reduce la velocidad y gira a la derecha.
Vanessa se acerca a la mejilla de Ash para que su amiga la oiga.
—¿Por dónde vas?
—¿Por qué?
—¿No vamos a Baffetto?
—No.
—¿Ha pasado algo?
—De vez en cuando hay que cambiar. Te has convertido en una metódica, Vanessa. Siempre a Baffetto, siempre ocho en latín, ¡siempre lo mismo! Por cierto, ¿con quién sales ahora?
—¿Cómo que con quién salgo? Con Marco, ¿no?
Vanessa mira sorprendida a Ash. No sabe por qué, pero está segura de que a ella Marco no le gusta.
—Ves, Vanessa, también en eso eres demasiado aburrida. Tendrías que cambiar.
—¿Bromeas? ¡Me gusta muchísimo!
—No exageres…
—No, Ash, en serio. ¡Me importa un montón!
—¿Cómo te puede importar tanto si apenas hace cinco meses que estás con él?
—Lo sé, pero estoy completamente enamorada, tal vez porque es mi primera historia importante.
Ash reduce las marchas con rabia. Ya, tu primera historia importante y justo con ese gusano, piensa Ash. Luego mete la tercera y emboca la plaza. Después reduce a segunda y dobla a la derecha. Vanessa se aferra a su cintura cuando entran en la tercera travesía. Fabio, el hijo del propietario, está en la puerta. Cuando las ve, las saluda saliéndoles al encuentro. Está muy unido a las dos. En realidad, tiene debilidad por Vanessa, aunque siempre lo haya ocultado. Fabio las acomoda en la hilera de mesas que hay a la derecha, nada más entrar, junto a la caja. Desde allí se puede ver todo el local. Un camarero les trae de inmediato el menú. Pero Ash sabe ya qué pedir.
—¡Ay, hacen un calzone maravilloso! Tiene de todo: queso con huevo, mozzarella y trocitos de jamón. ¡Como para desmayarse!
Vanessa controla en el menú si hay algo menos deletéreo para su dieta. Pero Ash es convincente.
—En ese caso, dos calzone y dos cervezas medias claras.
Vanessa mira preocupada a su amiga.
—¿También cerveza? Por lo visto quieres que reviente.
—¡Venga, por una vez! ¡Esta noche tenemos que celebrar!
—¿El qué?
—Bueno, hacía mucho tiempo que no salíamos solas.
Vanessa piensa que es verdad. Últimamente, las pocas veces que ha salido lo ha hecho siempre con Marco. Le gusta estar allí, en aquel momento, con su amiga. Ash está hurgando en los bolsillos de su cazadora. Al final saca de uno de ellos una peineta con brillantitos y corazoncitos de piedra dura de colores, se recoge el pelo y lo atraviesa con la peineta, sujetándolo.
Su bonita cara redonda queda despejada. Vanessa le sonríe.
—Esa peineta es preciosa. Te queda muy bien.
—¿Te gusta? La he comprado en la plaza Carli da Bruscoli.
—¿Te importa si me la compro también? Tal vez un poco distinta. Tenía una parecida pero la he perdido.
—Bromeas, estoy acostumbrada a que me copien. Soy una chica que marca la moda. ¿Sabes que cuando voy ahora a las tiendas me dan las cosas gratis? Basta con que me las ponga. ¡He decidido que desde mañana pido un porcentaje!
Se ríen. En ese momento llegan las cervezas. Vanessa las mira. Son enormes.
—¿Esta es la media? ¿Y si hubiera sido la grande?
Ash levanta la jarra.
—Venga, deja de protestar. —La hace chocar con fuerza contra la jarra de Vanessa. Un poco de cerveza se derrama de ella, espumando sobre el mantel.
—Por nuestra libertad.
Vanessa  la corrige:
—Provisional…
Ash le sonríe levemente como diciendo: concedido. Acto seguido, beben las dos. Vanessa es la primera en ceder. Llegada a un cuarto de la jaira, deja de beber. Ash sigue todavía un poco, bebiéndose más de la mitad.
—Ahhh. —Ash deja caer con fuerza la jarra sobre la mesa—. Esto sí que me hacía falta.
Y se limpia la boca restregándosela violentamente con la servilleta. De vez en cuando le divierte jugar a hacerse la dura. Vanessa abre una bolsa de grissini. Saca uno ligeramente tostado y lo mordisquea. A continuación, mira a su alrededor por el local. Grupos de chicos charlan divertidos dividiendo a triángulos una pizza con tomate. Muchachas refinadas se obstinan en comer con el tenedor hasta las aceitunas ascolanas. Una pareja de jóvenes habla divertida mientras espera que les sirvan. Ella es una chica bastante guapa con el pelo oscuro y no demasiado largo. Él le sirve amablemente la bebida. Está de espaldas. Vanessa no sabe por qué, pero le resulta familiar. Un camarero pasa junto a ellas. El muchacho lo detiene. Le pregunta dónde están sus pizzas. Vanessa le ve la cara. Es Marco. El grissini se le rompe entre las manos a la vez que algo más se resquebraja dentro de ella. Recuerdos, emociones, momentos preciosos, frases dulces susurradas empiezan a girar en un remolino de ilusión. Vanessa palidece. Ash lo advierte.
—¿Qué pasa?
Vanessa no consigue hablar. Le indica el fondo de la sala. Ash se da la vuelta. El camarero se está alejando de una mesa. Ash lo ve. Marco está allí, sonríe a una chica sentada frente a él. Le acaricia la mano, confiado en la llegada de las pizzas y, sobre todo, en lo que vendrá a continuación aquella noche. Ash se vuelve de nuevo hacia Vanessa.
—Menudo hijo de puta. Nada de tópico. ¡Todos los hombres son realmente iguales! Tenía el examen de biología, ¿eh? ¡Ese está preparando el de anatomía! —Vanessa agacha en silencio la cabeza. Una lágrima ingenua le resbala por la mejilla. Se detiene indecisa un instante en la barbilla, luego, empujada por el dolor, efectúa un salto en el vacío.
Ash mira a su amiga con pesar.
—Perdona, no quería.
Se saca del bolsillo de los pantalones una bandana de colores y se la da.
—Ten, no es lo más apropiado para la situación, puede que resulte demasiado alegre, pero siempre es mejor que nada.
Vanessa suelta una extraña carcajada con un cierto regusto a llanto. Acto seguido, se seca las lágrimas y levanta la nariz. Sus ojos brillantes, ligeramente enrojecidos, vuelven a mirar a su amiga. Vanessa suelta otra carcajada. En realidad suena como un sollozo. Ash le acaricia la barbilla, arrastrando al hacerlo otra lágrima indecisa.
—Venga, no hagas eso, ese gusano no se lo merece. ¿Cuándo encontrará a otra como tú? Es él el que debería llorar. No sabe lo que se ha perdido. De ahora en adelante no tendrá más remedio que salir con tías como esa.
Ash se vuelve de nuevo para mirar la mesa de Marco. Vanessa lo hace también. Siente una nueva punzada en el estómago. La caza del tesoro. Los paseos en Villa Glori, los besos al caer la tarde, mirarse a los ojos y decirse: te quiero. Imágenes dulcemente etéreas se desvanecen barridas por un viento de tristeza. Vanessa trata de sonreír.
—Bueno, no me parece tan fea.
Ash sacude la cabeza. Vanessa es increíble, incluso en una situación como esa no puede por menos que ser sincera. Vanessa coge la cerveza y da un largo sorbo. A continuación apoya con fuerza la jarra sobre la mesa y se limpia enérgicamente la boca con la servilleta imitando a Ash.
—Dios, cómo lo odio.
—¡Bien! Así me gusta. ¡Tenemos que castigarlo! —Ash hace chocar su jarra con la de su amiga, luego ambas se acaban la cerveza con un largo y sufrido sorbo. Vanessa, ligeramente confundida, nada acostumbrada a beber y a todo el resto, sonríe decidida a su amiga.
—Tienes razón, ¡me la tiene que pagar! Tengo una idea. ¡Vamos con Fabio!
Marco ríe divertido mientras sirve a la chica Galestro frío. Sabe divertir a una mujer casi tanto como es incapaz de elegir un buen vino. Aquella noche, la Nuova Fiorentina puede sentirse orgullosa. Nunca ha tenido un camarero tan atractivo. Una camarera, para ser más exactos. Vanessa avanza entre las mesas con las pizzas en la mano. No le cabe ninguna duda. Aquella con la mozzarella sin anchoas es para Marco. Cuántas veces se la ha oído pedir. Cuántas veces, además, se la ha hecho probar con amor, metiéndole un trozo en la boca.
Otra punzada. Decide que es mejor no pensar en ello. Se da la vuelta. Fabio y Ash están junto a la caja. Le sonríen incitándola desde lejos. Vanessa osa. Está aturdida. La cerveza estaba buena y ahora la está ayudando a llegar hasta la mesa de Marco.
—Esta es para usted.
Coloca la focaccia blanca con jamón y con poco aceite delante de la chica, que la mira estupefacta.
—¡Y esta es para ti, gusano! —A Marco no le da tiempo a sorprenderse. La mozzarella sin anchoas y el tomate le chorrean por la cabeza mientras la pizza caliente se transforma en un abrasador e incómodo sombrero. Fabio y Ash estallan en aplausos, seguidos de todo el restaurante. Vanessa, algo borracha, se inclina para dar las gracias. Luego se aleja del brazo de Ash seguida por los divertidos comentarios de los presentes y la mirada asombrada de la muchacha ignorante.
Regresan silenciosas en la Vespa. Vanessa se abraza estrechamente a Ash. Y no porque tenga miedo. En la calle hay mucho menos tráfico. Con la cabeza apoyada en el hombro de su amiga contempla desfilar los árboles por delante de ella, las luces lejanas rojas y blancas de los coches. Un autobús naranja pasa junto a ellas. Cierra los ojos. Un estremecimiento se apodera de ella, después la abandona. Tiene frío y calor, y se siente sola.
Siempre en silencio, llegan a casa. Vanessa baja de la Vespa.
—Gracias, Ash.
—¿De qué? Yo no he hecho nada.
Vanessa le sonríe.
—La cerveza estaba buenísima. Mañana te ofrezco la merienda en el colegio. Hay que celebrar.
—¿El qué?
—La total libertad. —Ash la abraza. Vanessa cierra los ojos. Se le escapa un sollozo, luego se separa y se apresura a marcharse. Ash la mira subir los escalones corriendo y desaparecer en el portal. A continuación arranca la Vespa y se aleja en la noche. Más tarde, mientras Vanessa se desviste, saca el dinero del bolsillo de los vaqueros. Cuando vuelve a meter la mano en él para ver si todavía queda algo, se queda estupefacta. En medio de todas aquellas lágrimas, asoma una sonrisa. La peineta de Ash con los brillantitos y los corazoncitos está allí. Se la ha metido en los pantalones, mientras se abrazaban.
Un pequeño regalo para darle ánimos, para hacerla sonreír. Lo ha conseguido. Ash es realmente una amiga. Al pobre de Marco, en cambio, le ha salido el tiro por la culata. Vanessa sonríe mientras se pone el pijama. Piensa que aquella tragedia tiene, en el fondo, un lado divertido. Si hubiéramos ido al Baffetto como siempre no lo habríamos pillado nunca. Vanessa se lava los dientes. Qué extraño, mira que decidir justo esa noche ir a la Nuova Fiorentina… Vanessa se desliza entre las sábanas. Sí, Marco ha tenido mala suerte y espero que sea así por el resto de su vida.
Ash gira a la derecha. Decide pasar a saludar a su amigo Dema.
Un gato cruza la calle. Ni siquiera se fija en si es negro o no. Ash no cree en la mala suerte. Prefiere mil veces la pizza de Baffetto que la calzone de la Nuova Fiorentina. No la cambiaría por nada del mundo. Pero aquella noche, cuando Fabio la llamó para decirle que estaba allí el novio de Vanessa con otra, no dudó ni por un momento. Era la ocasión que esperaba desde hacía tiempo. Se había enterado de demasiadas historias sobre Marco. No podía tratarse solo de rumores. Pero, si se lo hubiera contado, estaba segura de que Vanessa no le habría creído. O tal vez sí. Y entonces se habría arruinado una amistad. Mejor culpar al destino. Ash llama a Dema por el telefonillo. Le responde una voz somnolienta.
—Hola, ¿quién es?
—Ash. Hecho.
—¿Lo habéis pillado?
—¡In fraganti! Como un ratón con el queso en la boca o, mejor, ¡como un gusano con la pizza en la cabeza!
—¿Por qué, qué ha pasado?
—Si bajas te lo cuento.
—¿Y cómo se lo ha tomado Vanessa?
—Bastante mal…
—Espera, me visto y bajo.
Ash se peina el pelo hacia atrás. Solo por un momento echa de menos su peineta. Aunque está convencida de que es mejor así, lo lamenta por Vanessa. Tal vez sufra un poco. Pero es mejor ahora que después. Cuando estuviera más colada por él. No tardará en volver a estar alegre. Y la sonrisa de una amiga vale mucho más que una peineta, mucho más que una pizza Margarita. Aunque sea la de Baffetto.

martes, 21 de junio de 2011

Capitulo 19.

Ash, con un chándal Adidas afelpado y azul del mismo color del elástico que le sujeta el mechón de pelo, corre casi rebotando en sus Nike claras.
—Entonces, ¿no me preguntas cómo fue?
Vanessa, con un chándal oscuro de cintura baja con la inscripción Danza y con una banda rosa en el pelo, mira a su amiga.
—¿Cómo fue?
—No, si me lo preguntas así no te lo cuento.
—Entonces no me lo cuentes.
Siguen corriendo en silencio, manteniendo el ritmo.
Ash no consigue aguantarse.
—Está bien, ya que te interesa tanto, te lo digo de todos modos. Me divertí como una loca. No sabes adónde me llevó.
—No, no lo sé.
—¡Venga, no seas antipática!
—No comparto ciertas amistades, eso es todo.
—Eh, pero si he salido con él solo una vez, ¿qué pasa?
—Puede, ¡basta con que sea la última!
Ash permanece por un momento en silencio. Un chico con un chándal impecable las adelanta. Se las queda mirando. A continuación, a pesar de que está exhausto, controla un cronómetro que tiene en la mano y para darse aires acelera el paso, desapareciendo por un sendero.
—Bueno, en fin, me llevó a comer a un sitio chulísimo. Está cerca de la calle Cola di Rienzo, creo que es la calle Crescenzio, una bocacalle de esas. Se llama La Pirámide.
Vanessa no parece particularmente interesada.
Ash sigue contando, algo jadeante.
—Lo más divertido es esto: en cada mesa hay un teléfono.
—Hasta ahora no me parece demasiado interesante.
—¡Vamos, qué plasta que eres! Los teléfonos tienen un número que va, haz la cuenta, del 0 al 20.
—¿Y tú cómo lo sabes?
—Está escrito en el menú.
—¡Ah, porque se come también! ¡Pensaba que te había llevado a Telefónica!
—Oye, si quieres que te lo cuente cierra ese pico de amargada.
—¿Qué? —Vanessa  la mira fingiendo estupor—. ¿Amargada yo? Pero ¡si soy la más cortejada! ¿Has visto cómo me miraba el que acaba de pasar? ¿Qué crees, que se le iban los ojos detrás de ti?
—¡Claro!
—Pero si es imposible que ni siquiera se haya dado cuenta de que éramos dos…
—Aquí lo único imposible es que yo siga corriendo de esta manera. ¿No podríamos sentarnos en ese banco y charlar normalmente?
—Ni hablar. Yo corro. Tengo que perder al menos dos kilos. Si quieres venir conmigo, bien, si no, enciendo el Sony. Por cierto, llevo dentro el último CD de U2.
—¿Sony? ¿Desde cuándo lo tienes?
—¡Desde ayer!
Vanessa se levanta la sudadera enseñándole el walkman MP3 de Sony, sujeto a la cintura. Ash no da crédito a sus ojos.
—¡Caramba! Con CD y radio. ¿Dónde lo has comprado? Aquí en Los Angeles no se encuentra.
—Me lo ha traído mi tía que ayer volvió de Bangkok.
—Estupendo.
—Como ves, he pensado en ti.
Vanessa le enseña a Ash dos auriculares.
—Si hubieses pensado en mí de verdad le tenías que haber dicho que trajera dos.
—¡Hablas siempre por hablar! Yo le pedí dos. Pero mi tía se quedó sin dinero y trajo uno solo. ¡Qué más te da! Este tiene dos auriculares y nosotras corremos siempre juntas.
Ash le sonríe a su amiga.
—Tienes razón.
Vanessa la mira seria.
—¡Lo sé! Pero bueno, ¿acabas o no esa historia del teléfono que se come?
Vanessa y Ash se miran y después se echan a reír. Dos chicos se cruzan con ellas. Al verlas tan alegres las saludan esperanzados. Su osadía no se ve recompensada. Ash retoma su relato.
—Entonces, cada teléfono corresponde a un número, pero ninguno sabe a cuál. De modo que tú marcas un número del 0 al 20 y te contesta otra mesa que tú no sabes cuál es. Por ejemplo, marcas el 18 y te contesta uno que tal vez está en la otra sala. Puedes hablar, contar chistes, describirte inventándote que eres mucho más guapa de lo que realmente eres o, en mi caso, mucho menos. Claro, ¿no?
Vanessa mira a su amiga enarcando las cejas.
Ash finge no hacerle caso.
—Si estás sola o con algunas amigas puedes quedar, hacer estupideces. ¿Entiendes? Divertido, ¿no?
Vanessa sonríe.
—Sí, me parece muy divertido. Realmente simpático. —Ash cambia de expresión.
—No cuando el que te llama es un maleducado…
—¿Por qué, qué te pasó?
—Bueno, llegado un momento, nos trajeron la pasta. Los dos habíamos pedido macarrones a la arrabiata. No sabes lo fuertes que estaban, picaban… Quemaban, además. Yo soplaba para que se enfriaran y mientras tanto charlaba con Pollo. Entonces va y suena el teléfono. Pollo hace ademán de contestar pero yo soy mucho más rápida que él, cojo el auricular y digo: «Aquí la secretaria del doctor Pollo.» Siempre muy simpática, yo.
—Ash hace un mohín. Vanessa sonríe. La historia empieza a interesarle.
—¿Y bien? ¡Continúa!
—En fin, no sabes lo que me dijo el chulo que había al otro lado del teléfono.
—¿Qué te dijo?
—Me dijo: «¿Así que eres la secretaria del doctor Pollo? Pues muy bien, en ese caso procuraré que lo sientas bien alto en el cuello.»
—Delicado, muy inglés.
—Sí, muy grosero. Entonces yo le tiré el teléfono a la cara y lo más probable es que me pusiera roja como un tomate. Entonces Pollo me preguntó qué era lo que me habían dicho por teléfono, pero yo no le contesté. Me molestaba. Me daba vergüenza. Entonces, ¿sabes lo que hizo él? Me cogió por el brazo y me hizo dar la vuelta al local. Pensaba que aquel garrulo, al verme, reaccionaría en algún modo…
—Sí, vale, pero ¿ese cómo sabía que eras tú la chica que había contestado al teléfono?
—Lo sabía, lo sabía…
—¿Y por qué lo sabía?
—Porque yo era la única chica del restaurante.
Vanessa sacude la cabeza.
—Bonito sitio para ir a comer. La única chica con todos esos maníacos que te llaman para decirte guarradas… Bueno, ¿cómo sigue?
—Sigue que uno, al verme, soltó una carcajada. ¡Pollo lo cogió, le metió la cara en el plato y le tiró la cerveza por la cabeza!
—¡Le está bien empleado, así aprenderá a no decir ciertas cosas!
—Bueno, puede que no haya entendido demasiado bien la lección.
—¿Por qué?
—Porque cuando Pollo fue a pagar…
—Ah, sí… con tu dinero…
—Uf… Bueno, pues va y se me acerca un tipo bajo y me dice: «Pero bueno, ¿qué haces?, ¿te marchas ya?, espero que no te hayas enfadado. Solo estaba bromeando, ¿eh?» El chulo era ese. ¿Entiendes?, el pobre de antes no tenía nada que ver…
—¿Se lo dijiste a Pollo?
—¿Bromeas? ¿Para que le pegara también?
—¡No, que se había equivocado! Esos se comportan como si fueran jueces. Castigan, pegan y, por si fuera poco, cometen también errores. Lo más trágico es que hasta puede que te hayas divertido.
Vanessa está ahora verdaderamente seria. Ash lo advierte. Por unos momentos, corren en silencio, recuperando el aliento. Luego Ash habla de nuevo. Esta vez, ella también se ha puesto seria.
—No sé si me divertí. Solo sé que sentí algo nuevo, algo que no había experimentado antes. Me sentía tranquila y segura. Sí, Pollo fue allí, pegó a quien no debía, pero me defendió, entiendes. Me protegió.
—¿Ah, sí? Bueno, es muy bonito. Pero dime una cosa… ¿quién te protege a ti de él?
—Qué pesada eres… me proteges tú, ¿no?
—Olvídalo. Yo a ese y a su amigo no los quiero ver ni en pintura.
—Entonces me temo que tampoco nos veremos nosotras.
—¿Por qué?
—Porque estoy saliendo con él.
Vanessa se para en seco.
—¡No, no me puedes hacer esto! —Ash continúa corriendo. Sin girarse, hace una señal a su amiga para que la siga.
—Venga, venga, vamos, corre, no hagas eso. Sé que eres feliz. Bien, bien adentro, pero eres feliz.
Vanessa empieza a correr de nuevo. Alarga un poco el paso, alcanzándola.
—Ash, te lo ruego, dime que estás bromeando.
—Nada de eso, y me gusta un montón.
—Pero ¿cómo puede gustarte un montón?
—No lo sé, me gusta y basta.
—Pero te ha robado dinero.
—Me lo ha devuelto, me invitó a comer.
—Y eso qué quiere decir, ¡es como si hubieras pagado tú!
—Mejor, así resulta que me he puesto a salir con él porque quería y no porque debía hacerlo. Normalmente, cuando sales con un chico y te ofrece pizza y todo lo demás, luego casi te sientes en la obligación de besarlo. ¡Esto, en cambio, ha sido una elección libre!
Vanessa permanece en silencio por un momento, luego recuerda algo.
—¿Se lo has dicho a Dema?
—¡Claro que no!
—¡Se lo tendrás que decir!
—Tendrás, tendrás. Se lo diré cuando quiera…
—No, díselo enseguida. Si se entera por otro le sentará mal. Está enamorado de ti.
—Eres tú la que estás obsesionada con esa historia. No es en absoluto cierta.
—Es la pura verdad y lo sabes. Así que, cuando vuelvas a casa, le llamas por teléfono y se lo dices.
—Si me apetece lo llamo, si no, no.
—¿Sabes lo que te digo? Que me alegro que mi tía me haya traído solo un Sony, no te lo mereces. —Vanessa corre más deprisa. Ash aprieta los dientes y no da su brazo a torcer.
—Si tanto lo quiero, el Sony me lo regala Pollo.
—Ah, claro, robándomelo a mí.
Ash se echa a reír. Vanessa sigue todavía de morros durante un buen rato. Ash, al final, le da un ligero empujón.
—Venga, no riñamos. Sé que eres una amiga. Hoy te has sacrificado incluso para salvarme de la interrogación. ¿Cómo se ha tomado tu madre la historia de la comunicación de la Giacci?
—Mejor de como yo me he tomado la de Pollo.
—¿Lo ves tan trágico?
—Dramático.
—Oye, tú no lo conoces bien. Es alguien lleno de problemas. No tiene dinero, su padre lo trata mal. Y, además, es muy simpático, conmigo es muy cariñoso, en serio.
—¿No te importa que no lo sea con los demás?
—Tal vez mejore.
Vanessa piensa que es todo inútil. Cuando a Ash se le mete una cosa en la cabeza, no hay modo de quitársela.
—Está bien, basta. Ya veremos.
—Oh, así me gustas más. —Ash sonríe—. Te prometo que cuando llegue a casa llamo a Dema.
Bueno, Vanessa al menos ha conseguido una cosa.

Vanessa y Ash siguen corriendo, en silencio, para recuperar un poco el aliento. Llegan hasta la explanada equipada para hacer gimnasia. Algunos niños se tiran por los toboganes, chillando. Madres preocupadas los siguen de cerca listas para socorrerlos en aquellos saltos de kamikaze. Un guaperas alto y rubio y una chica un poco más baja tratan de hacer algunos ejercicios en las barras. Vanessa y Ash pasan junto a ellos corriendo. El chico, al verlas, deja por un momento los ejercicios.
—¡Vanessa!
Vanessa se para. Es Marco. Hacía más de ocho meses que no se habían vuelto a ver. También Ash deja de correr. Vanessa se ruboriza. Se siente violenta. Pero, extrañamente, el corazón no le late veloz como de costumbre. Marco le da un beso en la mejilla.
—¿Cómo estás?
Vanessa ha recuperado el control.
—Bien, ¿y tú?
—Muy bien. Te presento a Giorgia.
Marco le indica a la chica. Vanessa le da la mano y curiosamente no se olvida acto seguido de su nombre como suele pasar cuando nos presentan a alguien. También Ash la saluda, aunque se ve a las claras que querría evitar aquel encuentro. Marco empieza a hablar. Lo de siempre. Frases ya oídas. Te he llamado. No me llamas nunca. He visto a una amiga tuya o a un amigo. ¿Qué haces? Ah, claro, tienes la selectividad. No nos defraudes, por favor. Un intento de mostrarse simpático. Vanessa casi no lo escucha. Recuerda todos los momentos pasados con él, el amor que ha sentido, la desilusión, las lágrimas. Qué sufrimiento. Por uno así, además. Lo mira mejor. Ha engordado. Tiene el pelo sucio. Hasta le parece más escaso. Y qué mirada inexpresiva. Carente de vida. ¿Cómo podía gustarle tanto? Una ojeada a la chica. Ni siquiera merece que se la tenga en cuenta. Terrible, la indiferencia. Se despiden así. Después de hablar durante cinco minutos sin haberse dicho nada. Aquel mágico puente ha dejado de existir. Vanessa se pone de nuevo a correr. Se pregunta adónde habrá ido a parar su amor por él. ¿Cómo es posible que ya no lo pueda sentir? Y, sin embargo, parecía inmenso. Se pone los auriculares del Sony. U2 acomete su último éxito. Vanessa alza el volumen. Mira a Ash. Su amiga le sonríe con afecto. Su mechón baila en el viento. Le pasa los otros auriculares. Se los merece. Porque, aunque Vanessa no lo sepa, fue ella la que la salvó.

lunes, 20 de junio de 2011

Capitulo 18.

Zac se sirve una cerveza y enciende la tele. Pone el canal diez. En MTV sale en ese momento el viejo vídeo de los Aerosmith: Love in an elevator. Una tía buenísima acoge en un ascensor a Steven Tyler. Tyler, con una cara diez veces mejor que la de Mick Jagger, sabe apreciar a la muchacha. Zac piensa en su padre sentado frente a él. Quién sabe si él también la aprecia. Su padre coge el mando a distancia de la mesa y apaga la televisión. Su padre es como Paolo, no sabe disfrutar de las cosas buenas de la vida.
—Hace tres semanas que no nos vemos y te pones a mirar la tele. Hablemos, ¿no?
Zac bebe su cerveza.
—Está bien, hablemos. ¿De qué quieres hablar?
—Me gustaría saber qué has decidido hacer…
—No lo sé.
—¿Qué quiere decir no lo sé?
—Muy sencillo… Quiere decir que no lo sé.
La criada entra con el primer plato. Pone la pasta en el centro de la mesa. Zac mira la tele apagada. Quién sabe si Steven Tyler habrá hecho ya el salto mortal con el que finaliza la canción. Cincuenta y seis años y todavía está así. Un físico excepcional. Una fuerza de la naturaleza. Mira a su padre. Tiene dificultades incluso para ponerse los espaguetis en el plato. Zac se lo imagina algunos años antes haciendo un salto mortal. Imposible. Es más fácil que Paolo salga con su secretaria.
Su padre le pasa la pasta. Está aderezada con pan rallado y anchoas. Justo la que le gusta a él, la que le hacía siempre su madre. No tiene un nombre particular. Son los espaguetis con el pan rallado y basta. Aunque tengan también las anchoas. Zac se sirve. Recuerda las veces que la ha comido en aquella misma mesa, en aquella casa, con Paolo y su madre. Normalmente, servían un poco más de salsa en un platito de porcelana. Paolo y su padre no querían, le tocaba siempre a él. Su madre le ponía un poco sobre la pasta con una cucharita. Al final le sonreía y volcaba el platito echándosela toda. Era su pasta preferida. Quién sabe si su padre lo ha hecho adrede. Decide no hablar de ello. Ese día, el platito no está. Al igual que muchas otras cosas. Su padre se limpia educadamente la boca con la servilleta.
—¿Has visto? He pedido que te preparen la pasta que te gusta. ¿Cómo está?
—Buena. Gracias, papá. Ha salido buenísima.
No está mal, en efecto.
—Lo único es que, quizá, debería tener un poco más de salsa. ¿Puedo beber otra cerveza?
Su padre llama a la criada.
—Sin ánimo de resultar aburrido pero ¿por qué no te matriculas en la universidad?
—No lo sé. Lo estoy pensando. Y, además, tendría que decidirme por una facultad.
—Podrías hacer derecho o economía, como tu hermano. Una vez licenciado te podría ayudar a encontrar un trabajo.
Zac se imagina vestido como su hermano, en su despacho, con todos aquellos expedientes. Con su secretaria. Esa última idea le gusta por un instante. Luego se lo piensa mejor. En el fondo, puede siempre invitarla a salir y seguir sin pegar ni chapa.
—No sé. No creo que sirva.
—Pero ¿por qué dices eso? En el colegio ibas bien. No deberías tener problemas. En selectividad sacaste buena nota, no te fue tan mal.
Zac bebe la cerveza que acaba de llegar. Habría podido ir mejor si no se hubiera producido todo aquel lío. Después de aquella historia no volvió a abrir un libro. No había vuelto a estudiar.
—No es ese el problema, papá. No lo sé, ya te lo he dicho. A lo mejor después del verano. Ahora no tengo ningunas ganas de pensar en eso.
—Y qué es lo que tienes ganas de hacer ahora, ¿eh? Te dedicas a ir por ahí buscando gresca. Siempre estás en la calle y vuelves tarde a casa. Me lo ha dicho Paolo.
—¡No sé qué te puede haber dicho Paolo, no se entera de nada!
—No, pero yo lo sé. Tal vez sería mejor que pasaras un año en el ejército, al menos te meterían un poco en vereda.
—Eso, solo me faltaba el ejército.
—Bueno, si lo único que he logrado al conseguir que no fueras es que te pases el día en la calle buscando pelea, entonces habría sido mejor que te marchases.
—Pero quién te ha dicho que busco pelea… ¡Estás obsesionado, papá!
—No, estoy asustado. ¿Recuerdas lo que dijo el abogado después del proceso? Su hijo tiene que tener cuidado. A partir de este momento cualquier denuncia, cualquier cosa que suceda, causará automáticamente la decisión del juez.
—Claro que me acuerdo, me lo has repetido al menos veinte veces. Por cierto, ¿has visto al abogado?
—Lo vi la semana pasada. Pagué la última parte de sus honorarios.
Lo dice en tono grave, como para subrayar que han sido sin duda elevados. En eso es idéntico a Paolo. Se pasan la vida contando el dinero. Zac decide no hacerle caso.
—¿Todavía lleva esa corbata tremenda?
—No, ha conseguido ponerse otra aún más fea.
Su padre sonríe. Más vale hacerse el simpático. Con Zac no sirve de nada la línea dura.
—Venga, me parece imposible. Con todo el dinero que le hemos dado… —Zac se corrige—. Perdona, papá, que le has dado, podría, al menos, comprarse una corbata algo más bonita.
—Si es por eso, podría hacerse un nuevo guardarropa…
La criada se lleva los platos y vuelve con el segundo. Es un filete poco hecho. Afortunadamente, no va unido a ningún recuerdo. Mira a su padre. Inclinado sobre el plato, corta la carne. Tranquilo. No como aquel día. Hace mucho tiempo, aquel terrible día.

La misma habitación. Su padre camina arriba y abajo, rápido, agitado.
—¡Cómo que porque sí! ¿Porque me apetecía? Pero entonces tú eres una bestia, un animal, uno que no razona. Mi hijo es un violento, un loco, un criminal. Has destrozado a ese muchacho. ¿Te das cuenta? Podías haberlo matado. ¿O es que ni siquiera te das cuenta de eso?
Zac está sentado con la mirada baja sin responderle. El abogado interviene.
—Señor Efron, lo pasado, pasado está. Es inútil reñir al muchacho. Yo creo que algún motivo, aunque oculto, tiene que haber habido.
—Está bien, abogado. Entonces dígame usted: ¿qué debemos hacer?
—Para organizar la defensa, para poder responder en el tribunal, tendremos que descubrirlo.
Zac levanta la cabeza. Pero ¿qué dice? ¿Qué sabe él? El abogado mira comprensivo a Zac. Acto seguido se le acerca.
—Tiene que haber pasado algo, Zachary. Una vieja desavenencia. Una pelea. Una frase que haya dicho ese muchacho, algo que te pueda haber hecho… sí, en fin, que te haya sacado de tus casillas.
Zac mira al abogado. Lleva una corbata terrible a rombos grises sobre un fondo de lamé. Luego se vuelve hacia su madre. Está sentada en una silla en un rincón del salón. Tan elegante como siempre. Fuma tranquila un cigarrillo. Zac baja de nuevo la mirada. El abogado lo mira. Reflexiona por un momento en silencio. Luego se gira hacia la madre de Zac y le sonríe de modo diplomático.
—Señora, ¿sabe si su hijo ha tenido alguna vez algo que ver con ese muchacho? ¿Si han tenido alguna discusión?
—No, abogado, no creo. Ni siquiera sabía que se conocieran.
—Señora, Zachary tendrá que presentarse ante un tribunal. Lo han denunciado. Habrá un juez, una sentencia. Con las lesiones que ha referido ese muchacho, serán severos. Si nosotros no podemos alegar nada… una prueba, algo, una mínima razón, su hijo tendrá problemas. Serios problemas.
Zac está con la cabeza gacha. Se mira las rodillas. Sus pantalones vaqueros. Luego entorna los ojos. Dios mío, mamá, ¿por qué no hablas? ¿Por qué no me ayudas? Yo te quiero tanto. Te lo ruego, no me dejes. Al oír las palabras de su madre, el corazón le da un vuelco.
—Lo siento, abogado. No tengo nada que decirle. No sé nada. ¿Le parece que, si tuviera algo que decir, si pudiera ayudar a mi hijo, no lo haría? Y ahora discúlpenme, tengo que marcharme. —La madre de Zac se levanta. El abogado la mira salir de la habitación. A continuación se dirige a Zac por última vez.
—Zachary, ¿seguro que no tienes nada que decirnos?
Zac ni siquiera le contesta. Se levanta sin mirarlo y va hasta la ventana. Mira fuera. Aquel último piso justo frente al suyo. Piensa en su madre. Y en aquel momento la odia, tanto como antes la amaba. Luego cierra los ojos. Una lágrima desciende por su mejilla. No consigue detenerla y sufre como nunca, por su madre, por lo que no está haciendo, por lo que ha hecho.
—Zachary, ten, ¿quieres un café?
—Zac deja de mirar por la ventana y se da la vuelta. De nuevo en la misma habitación. Ahora. Su padre está allí tranquilo, con la tacita en la mano.
—Gracias, papá. —Lo bebe veloz—. Ahora tengo que irme. Hablamos la semana que viene.
—Vale. ¿Pensarás en lo de la universidad?
Zac se pone la cazadora en el recibidor.
—Pensaré en ello.
—Llama de vez en cuando a tu madre. ¡Dice que hace mucho que no sabe nada de ti!
—Nunca tengo tiempo, papá.
—No hace falta mucho, solo una llamada.
—Está bien, la llamaré. —Zac sale deprisa. Su padre, a solas en el salón, se acerca a la ventana y mira a través de ella. En el último piso, en aquel ático frente al suyo, las ventanas están cerradas. Starla Baskett se ha cambiado de casa, así, de un día para otro, del mismo modo que cambió también la vida de ellos. ¿Cómo puede odiar a su hijo?
Zac se enciende en el ascensor uno de los últimos cigarrillos de Martinelli. Se mira al espejo. Ya ha pasado. Aquellas comidas lo destrozan. Llega a la planta baja. Cuando las puertas de acero se abren, Zac está distraído y recibe un golpe.
La señora Mentarini, una vecina con unas mechas desastrosas en el pelo y la nariz aguileña, está delante de él.
—Hola, Zachary, ¿cómo estás? Hacía mucho que no te veía.
Por suerte, piensa Zac. Ver a menudo a un monstruo semejante debe de ser nocivo. Luego se acuerda de Steven Tyler y de la tía buena que entra en su ascensor. A él, en cambio, le toca la señora Mentarini. Injusticias del mundo. Se aleja sin saludar. Tira el cigarrillo en el patio. Corre deprisa, da un salto y tirando las manos al suelo se lanza hacia delante. No se puede comparar. Él hace mucho mejor el salto mortal. Por otra parte, Tyler tiene cincuenta y cinco años y él solo diecinueve. A saber lo que hará dentro de treinta años. Algo, por descontado, no: no será un asesor fiscal.

domingo, 19 de junio de 2011

Capitulo 17.

En la plaza Euclide, delante de la salida del Falconieri, hay algunos coches parados en doble fila. Tras ellos algunos conductores, llenos de obligaciones y sin hijos que van a aquel colegio, se pegan al claxon: el habitual y terrible concierto posmoderno.
Algunos muchachos con Peugeot y SH 50 se paran justo delante de la escalera. También Gina llega en ese momento. Encuentra un pequeño hueco al otro lado de la calle, enfrente de la gasolinera que hay antes de la iglesia, y se mete en él con su Peugeot 205 cuatro puertas. Palombi la reconoce. Recordando la noche anterior, decide que es mejor poner tierra por medio.
Se une al grupo de muchachos que hay a los pies de la escalera. Argumento del día: la fiesta de Roberta y los que se colaron en ella. Algún muchacho cuenta su propia versión de los hechos. Debe de ser cierta a juzgar por las marcas de los golpes que le asestaron. Al menos es verdad que ha ido y que ha recibido lo suyo, el resto puede que hasta se lo invente. Josh se acerca a ellos.
—Hola, Josh, ¿cómo va?
—Bien —miente descaradamente. Su amigo, sin embargo, le cree. Josh se ha convertido ya en todo un experto en cuestión de mentiras. Las ha probado de todos los tipos esa misma mañana, cuando su padre ha visto el estado en el que había quedado el BMW. Lástima que su padre no sea tan crédulo como su amigo. No se tragó en lo más mínimo la historia del robo. Cuando Josh decidió contarle entonces la verdad, su padre se enfadó realmente. En efecto, pensándolo bien, toda aquella historia es absurda. Esos tipos son absurdos, pensó Josh. Destruirme el coche de ese modo. Aunque mi padre no me crea, se lo demostraré. Encontraré a esos gamberros, descubriré sus nombres y los denunciaré. ¡Eso haré! ¡Bien! Antes o después los encuentro, seguro.
Josh se queda paralizado. Sus deseos se han visto realizados en menos que canta un gallo. Pero él no parece muy feliz. Zac y Pollo aparecen a toda velocidad en la curva con las motos inclinadas y muy próximas. Reducen la marcha y adelantan a un coche. Luego se detienen a unos metros de él. Josh, antes de que Zac lo reconozca, se da la vuelta. Sube a su Vespa, el único medio del que ahora dispone, y se aleja rápidamente. Zac se enciende uno de los cigarrillos que le han birlado a Martinelli y se dirige a Pollo.
—¿Estás seguro de que es aquí?
—Claro que sí. Lo he leído en su agenda. Ayer quedamos en ir a comer juntos.
—Menudo estás hecho. Pero si no tienes un euro. ¿Cómo te puedes permitir esas generosidades?
—Pero bueno, ¿qué quieres? Te he llevado hasta el desayuno. ¡Así que cierra la boca!
—Sí, por dos miserables sándwiches.
—Ah, ¿miserables? Dos sándwiches al día, suman un capital a final de mes. En cualquier caso, no te preocupes, se ha ofrecido ella, soy su invitado, no pago.
—Qué morro tienes, has encontrado incluso la rica que te ofrece. ¿Cómo es?
—Mona. Me parece que incluso simpática. Un poco extraña, tal vez.
—Algo extraño tiene que tener si decide ir a comer contigo e invitarte. ¡O es extraña o es un monstruo! —Zac  suelta una carcajada.
Suena el timbre de la última hora. En lo alto de las escaleras aparecen unas muchachas. Todas visten más o menos de uniforme. Rubias, morenas, castañas. Bajan a saltos, deprisa, lentas o en grupo. Charlando. Alguna contenta porque la interrogación ha ido bien. Otra cabreada por la mala nota del ejercicio que han hecho en clase. Algunas miran esperanzadas al chico que acaban de conquistar o a aquel que las ha dejado confiando en hacer las paces. Otras, menos agraciadas, controlan si está ese tan guapo, ese que les gusta a todas ellas, las menos afortunadas. Ese que seguramente acabará saliendo con una de otra clase. Algunas chicas que han ido al colegio en motocicleta se encienden un cigarrillo. Stella baja deprisa los últimos escalones y se dirige corriendo hacia Palombi. Gina ve a su hija y toca el claxon. Le hace una señal para que suba de inmediato al coche. Stella asiente pero antes se acerca a Palombi y lo saluda con un beso apresurado en la mejilla.
—Hola, ha venido mi madre, me tengo que ir. ¿Hablamos hoy por la tarde? Me tienes que llamar a casa porque el móvil allí no funciona…
—Vale. ¿Cómo va la mejilla?
—¡Mejor, mucho mejor! Me voy, no me gustaría tener una recaída.
Salen las otras clases. Al final les toca a las del último año.
Vanesa y Ash aparecen en lo alto de las escaleras. Pollo le da una palmada a Zac.
—Mira, es esa. —Zac mira hacia arriba. Ve a algunas chicas más mayores que bajan las escaleras. Entre ellas reconoce a Vannessa. Se vuelve hacia Pollo.
—¿Cuál es?
—Esa con el pelo rubio y suelto, esa menuda. —Zac vuelve a mirar hacia arriba. Debe de ser la chica que está junto a Vanessa.
No sabe por qué, pero se alegra de que no sea Vanessa la tipa extraña que lleva a comer a Pollo, invitándole, además.
—Mona, pero yo conozco a la que va a su lado.
—¿Ah, sí? ¿Y cómo?
—Me duché con ella ayer por la noche.
—Pero ¿qué coño dices…?
—Te lo juro. Pregúntaselo.
—¿Crees de verdad que se lo puedo preguntar? Qué hago, voy hasta ella y le digo: perdona, ¿ayer te duchaste con Zac? ¡Vamos!
—Entonces se lo digo yo.
Ash está considerando con Vanessa los diversos modos de enseñarle la comunicación a Gina, cuando ve a Pollo.
—¡Oh, no!
Vanessa se vuelve hacia ella.
—¿Qué pasa?
—Ahí está el que ayer me robó la paga de la semana.
—¿Cuál es?
—El que está ahí abajo. —Ash indica a Pollo. Vanessa mira en esa dirección. Pollo está de pie y, a su lado, sentado en la moto, está Zac.
—¡Oh, no!
Ash mira preocupada a su amiga.
—¿Qué pasa? ¿También a ti te ha robado dinero?
—No, su amigo, el que está a su lado, me metió bajo la ducha.
Ash asiente, como si el hecho de que unos tipos les roben en el bolso y las metan bajo la ducha fuera la cosa más normal del mundo.
—¡Ah, entiendo, no me lo habías dicho!
—Esperaba olvidarlo. Vamos.
Bajan decididas los últimos escalones. Pollo se acerca a Ash. Vanessa deja que se expliquen y se dirige a Zac.
—¿Qué haces aquí? ¿Se puede saber a qué has venido?
—¡Eh, calma! Antes que nada, este es un sitio público y, además, he venido a acompañar a Pollo que hoy sale a comer con esa.
—Da la casualidad de que «esa» es mi mejor amiga. Y que Pollo en cambio es un ladrón, dado que ayer le robó el dinero.
Zac la imita.
—Da la casualidad de que Pollo es mi mejor amigo y que no es un ladrón. Es ella la que lo ha invitado a comer y, entre otras cosas, paga tu amiga. Eh, pero ¿por qué eres tan ácida conmigo? ¿Qué pasa, estás enfadada porque no te invito a comer? Te llevo si quieres. ¡Basta con que pagues tú!
—Lo que hay que oír…
—Entonces hacemos así: tú mañana traes dinero, reservas en un buen sitio y yo tal vez pase a recogerte… ¿De acuerdo?
—¡Figúrate si yo voy contigo!
—Bueno, ayer por la noche fuiste, y hasta me abrazabas.
—Cretino.
—Venga, monta que te acompaño.
—Imbécil.
—¿Es posible que solo sepas decir palabrotas? ¡Una buena chica como tú con el uniforme, que viene aquí al Falconieri toda modosita y luego va y se comporta así! ¡No está bien, no!
—Gilipollas.
Pollo se acerca justo a tiempo de oír ese último cumplido.
—Veo que os estáis haciendo amigos. Entonces, ¿venís a comer con nosotros?
Vanessa mira sorprendida a su amiga.
—¡Ash, no me lo puedo creer! ¿Vas a comer con ese ladrón?
—Bueno, al menos recupero algo, ¡paga él!
Zac mira a Pollo.
—¡Qué canalla…! Me habías dicho que te invitaba ella.
Pollo sonríe a su amigo.
—Bueno, de hecho, así es. Ya sabes que yo no miento nunca. Ayer le robé su dinero y pago con eso. Así que, en un cierto sentido, paga ella. ¿Qué hacéis entonces, venís o no?
Zac, con aire insolente, mira a Vanessa.
—Lo siento, tengo que ir a comer a casa de mi padre. Pero no desesperes. ¿Quedamos mañana?
Vanessa trata de controlarse.
—¡Nunca!
Ash monta detrás de Pollo. Vanessa la mira amargada, se siente traicionada. Ash intenta calmarla.
—¡Nos vemos más tarde, paso por tu casa!
Vanessa hace ademán de irse. Zac la detiene.
—Eh, espera. Si no me toman por mentiroso. Dilo, por favor. ¿Es verdad o no que ayer nos duchamos juntos?
Vanessa se libera.
—¡Vete a la mierda!
Zac le sonríe a Pollo.
—¡Es su modo de decir que sí!
Pollo sacude la cabeza y se marcha con Ash. Zac se queda mirando a Vanessa mientras cruza la calle. Camina con paso resuelto. Un coche frena para no atropellarla. El conductor toca el claxon. Vanessa, sin ni siquiera volverse, sube al coche.
—¡Hola, mamá!
Vanessa le da un beso a Gina.
—¿Ha ido bien en el colegio?
—Estupendamente —miente. Recibir un dos en latín y una comunicación en el cuaderno no es, lo que se dice, ir estupendamente.
—¿No viene Ash?
—No, va por su cuenta. —Vanessa piensa en su amiga, que va a comer con aquel tipo, Pollo. Absurdo. Gina toca el claxon, exasperada.
—Pero bueno, ¿se puede saber qué hace Giovanna?  Stella, te dije que se lo dijeras.
—Aquí está, llega ahora.
Giovanna, una muchacha rubia algo lánguida, cruza lentamente la calle y sube al coche.
—Perdone, señora. —Gina no dice nada. Mete la primera y se pone en marcha. La violencia con la que arranca es de por sí bastante elocuente. Stella mira por la ventanilla. Su amiga Giulia habla con Palombi delante del colegio. Stella se enfada.
—¡No es posible! Cada vez que me gusta uno Giulia se tiene que poner a hablar con él y a comportarse como una idiota. Mira que es increíble. Parece que lo haga adrede. Antes odiaba a Palombi y ahora, se pone a hablar con él.
Giulia ve pasar el Peugeot. Saluda a Stella y le indica con un gesto que la llamará por la tarde. Stella la mira con odio y no le responde. Luego se vuelve hacia su hermana.
—Vanessa, ¿Zac ha venido a recogerte?
—No.
—¿Cómo que no? He visto que hablabais.
—Pasaba por casualidad.
—Bueno, podías haber vuelto con él. ¡Aquí está!
Justo en ese momento, Zac pasa a toda velocidad con su moto junto al Peugeot. Gina mira de golpe asustada. Inútilmente. Zac no la habría tocado jamás. Calcula siempre la distancia al milímetro.
La Honda 750 se dobla dos o tres veces rozando a los otros coches. Acto seguido, Zac , con las Ray—Ban oscuras en los ojos, se vuelve ligeramente y sonríe. Está seguro de que Vanessa lo mira. De hecho, no se equivoca. Zac reduce y sin detenerse en el semáforo rojo emboca la calle toda velocidad. Un coche que viene por su derecha toca el claxon, cargado de razón. Un guardia no alcanza a ver bien la matrícula. La moto desaparece adelantando a otros coches. Gina se detiene en el semáforo y se vuelve hacia Vanessa.
—Como se te ocurra subir detrás de ese tipo no sé lo que te hago. Es un cretino. ¿Has visto cómo conduce? Mira, Vanessa, no bromeo, no quiero que vayas con él.
Puede que su madre tenga razón. Zac conduce como un loco. Y sin embargo, anoche, cuando iba detrás de él con los ojos cerrados, en silencio, no tuvo miedo. Al contrario, le gustó ir con él. Vanessa abre la bolsa de la compra y arranca un trozo de pizza blanca. No siempre se puede uno controlar. Luego, movida por un impulso de total transgresión, decide que aquel es el momento adecuado.
—Hoy me han puesto una buena nota, mamá.