jueves, 8 de diciembre de 2011

Capitulo 39.

Paolo está sentado a la mesa hojeando distraído el periódico. Mira a su alrededor. Qué extraño. Le había dicho Maria que hiciera la torta de manzana. Se  habrá olvidado. Ingenuo. Recuerda el roscón que compró para las situaciones de emergencia. Decide que aquella es una de ellas. Abre algunos armarios. Al final lo encuentra. Lo escondió a conciencia para salvarlo del apetito insaciable de Zac y sus amigos.
Mientras se corta un trozo, entra Zac.
—Hola, hermano.
—¿Te parece que esta es hora de volver a casa…? Ahora te pasarás todo el día en la cama, luego, si se tercia, irás al gimnasio y por la noche de nuevo por ahí con Pollo y con esos cuatro delincuentes con los que sales. Desde luego, te pegas una vida…
—Estupenda. —Zac se sirve café, luego le añade un poco de leche—. Es cualquier caso, da la casualidad de que no vuelvo ahora, salgo.
—Dios mío, ¿qué hora es?
Paolo mira preocupado el reloj. Las siete y media. Exhala un suspiro de alivio. Todo está bajo control. Algo no encaja, de todos modos. Zac jamás ha salido a esta hora.
—¿Adónde vas?
—Al colegio.
—Ah. —Paolo se tranquiliza pero, de repente, recuerda que Zac acabó el año pasado—. ¿Qué vas a hacer allí?
—Coño, ¿se puede saber a qué vienen todas estas preguntas? Y de madrugada, por si fuera poco…
—Haz lo que quieras, basta con que no te metas en líos. A propósito, ¿Maria no hizo ayer la torta de manzana?
Zac lo mira con aire inocente.
—¿Torta de manzana? No, no creo.
—¿Seguro? ¿No será que tú, Pollo y esos muertos de hambre de tus amigos os la habéis acabado?
—Paolo, deja de insultar siempre a mis amigos. No me gusta. ¿Acaso ofendo yo a los tuyos?
Paolo se calla. No los ofende. Por otra parte, ¿cómo podría hacerlo? Paolo no tiene amigos. De vez en cuando le llama un colega o algún viejo compañero de la universidad, pero Zac no podría ofenderlos. La vida se ha encargado ya de castigarlos. Tristes, grises, con físico de poeta.
—Hasta luego Pa´, nos vemos esta noche.
Paolo mira la puerta cerrada. Su hermano consigue siempre sorprenderlo. A saber a dónde va a esa hora de la mañana. Bebe un sorbo de café. Luego se dispone a coger el trozo de roscón que ha dejado sobre el plato. Ha desaparecido: con Zac sale siempre perdiendo.

—Hola, papá. —Vanessa y Stella bajan del Mercedes. Claudio mira a sus hijas mientras se encaminan hacia el colegio. Un último saludo y luego se marcha. Vanessa sube todavía algunos escalones. Se da la vuelta. El Mercedes está ya lejos. Baja deprisa y, justo en ese momento, se cruza con Ash.
—Hola, ¿adónde vas?
—Me voy con Zac.
—¿De verdad? ¿Y adónde vais?
—No lo sé. A dar una vuelta. Antes de nada, a desayunar. Esta mañana estaba demasiado emocionada como para poder comer algo. Imagínate. Es la primera vez que hago novillos…
—Yo también estaba emocionada la primera vez. Pero a estas alturas… ¡Hago yo mejor la firma de mi madre que ella misma! —Vanessa se ríe. La moto de Zac se detiene con un zumbido delante de la acera.
—¿Vamos?
Vanessa se despide de Ash con un beso apresurado y luego sube emocionada detrás de él. El corazón le late a mil por hora.
—Te lo ruego, Ash… Trata de no recibir ninguna mala nota y anota a quién preguntan.
—¡OK, jefa!
—¿Otra vez? ¡Mira que me trae mala suerte! Ah, y ni una palabra a nadie, ¿eh?
Ash asiente. Vanessa mira a su alrededor preocupada porque alguien la vea. Luego se abraza a Zac. Ahora ya está. La moto arranca, huyendo del colegio, de las horas aburridas de clase, de la Giacci, de los deberes y de aquel timbre que a veces da la impresión de que nunca va a sonar.
Ash mira alejarse con envidia a su amiga. Se alegra por ella. Sube las escaleras charlando, sin advertir que alguien la está observando. Algo más arriba, una mano ajada por el tiempo y el oído, adornada con un viejo anillo con una piedra morada en el centro, tan dura como su dueña, deja caer una cortina. Alguien lo ha visto todo. Las alumnas de la III B entran preocupadas en el aula. A primera hora toca italiano y la profesora Giacci va a preguntar. Es una de las asignaturas que saldrán sin duda en el examen de selectividad. Las alumnas toman asiento saludándose. Una rezagada entra a toda prisa. Llega tarde, como siempre. Charlan nerviosas. Inesperadamente, un mudo y respetuoso silencio. La Giacci está en la puerta. Todas se cuadran. La maestra examina la clase.
—Sentaos.
Extrañamente, esa mañana parece contenta. Lo que no presagia nada bueno. Pasa lista. Algunas muchachas levantan la mano respondiendo con un respetuoso <presente>. Una chica, cuyo nombre empieza por C, no está. Llegadas a la F, otra alumna, en un tentativo de ser original, suelta un <aquí estoy> de escaso valor. La Giacci no deja escapar la ocasión y le toma el pelo delante de toda la clase. Catinelli, como de costumbre, parece apreciar el fino sentido del humor de la maestra. Tan fino que la mayor parte de las alumnas no alcanza a verle la gracia.
—¿Hudgens?
—Ausente —responde alguien al fondo de la clase. La Giacci escribe una <a> junto al nombre de Vanessa. Luego levanta lentamente la mirada.
—Tisdale.
—¿Sí, maestra? —Ash se pone de pie de un salto.
—¿Sabe usted por qué Hudgens no ha venido hoy a clase? —Ash está algo nerviosa.
—No lo sé. Ayer por la noche me llamó por teléfono y me dijo que no se encontraba muy bien. Puede que esta mañana estuviera peor y haya preferido no venir. —La Giacci la mira. Ash se encoge de hombros. La Giacci entorna los ojos. Estos se convierten en dos fisuras impenetrables. Ash siente un escalofrío en la espalda.
—Gracias, Tisdale, ya se puede sentar. —La Giacci vuelve a pasar lista. Su mirada se cruza de nuevo con la de Ash. La profesora esboza una sonrisa burlona. Ash enrojece. Se vuelve enseguida hacia otro lado, incómoda. ¿Y si supiera algo? Sobre el pupitre, la frase que ella misma ha grabado con la pluma: <Ash e Pollo forever>. Sonríe. No, es imposible.
—Marini.
—¡Presente!
Ash se calma. A saber dónde estará Vanessa en ese momento. Lo más probable es que ya haya desayunado. Un buen buñuelo con nata en Euclide y uno de esos capuchinos cubiertos de espuma. Daría lo que fuera por estar en su lugar con Pollo, en lugar de Zac. Sobre gustos no hay nada escrito, es su proverbio preferido. La Giacci cierra la lista y empieza a explicar. Explica la lección contenta, particularmente serena. Un rayo de sol ilumina sus manos alrededor del dedo con el que juega, el viejo anillo brilla con luz morada.


Se alejan de los ruidos de la ciudad recién levantada, con los labios embadurnados de café y la boca dulcificada por la nata de un buñuelo. Fácil de prever, el desayuno en el Euclide de la Flaminia, más apartado y lejano, donde es menos probable que alguien los puede reconocer. Se dirigen hacia la torre. Por la Flaminia, envueltos en el sol mientras, a su alrededor, prados circulares, difuminados de verde, se pierden dulcemente entre los confines de bosques más oscuros. Dejan atrás la carretera. La moto dobla al pasar las altas espigas que, en un abrir y cerrar de ojos, vuelven a erguirse impertérritas e insolentes. Se detiene tras la colina, no muy lejos de la torre. Algo más abajo, a la derecha, un perro somnoliento vigila algunas ovejas peladas. Un pastor en vaqueros escucha una pequeña radio desvencijada mientras se fuma un canuto bien alejado de sus colegas de pesebre. Van un poco más allá. Solos. Vanessa abre la bolsa. Una enorme bandera inglesa hace su aparición.
—La compré en Portobello cuando estuve en Londres. Ayúdame a extenderla. ¿Has ido alguna vez?
—No, nunca. ¿Es bonito?
—Mucho. Me divertí como una loca. Estuve en Brighton un mes y luego algunos días en Londres. Fui con la EF.
Se tumban sobre la bandera caldeados por el sol. Zac escucha la historia sobre Londres y sobre algún que otro viaje más. Parece haber estado en un montón de sitios y, además, se acuerda de todo. Pero él, poco interesado en sus aventuras y en absoluto acostumbrado a madrugar, se duerme.
Cuando Zac abre los ojos, Vanessa ya no está a su lado. Se levanta mirando preocupado a su alrededor. Luego la ve. Un poco más abajo, sobre la colina. El suave contorno de sus hombros. Está sentada entre el trigo. La llama. Ella parece no oírlo. Cuando se acerca a ella, entiende el motivo. Está escuchando el Sony. Vanessa se gira hacia él. Su mirada no promete nada bueno. Luego, sus ojos se pierden de nuevo en los prados que hay a lo lejos. Zac se sienta a su lado. Sin decir nada. Hasta que Vanessa no puede resistirlo más y se quita los auriculares.
—¿Te parece bonito dormirte mientras te estoy hablando? —Está realmente enfadada—. ¡Eso significa que no me tienes respeto!
—Venga, no te enfades. Solo significa que no he dormido bastante.
Ella resopla y se da de nuevo la vuelta. Zac no puede por menos que advertir lo guapa que es. Puede que incluso más cuando se enfada. Ha alzado el rostro y todo en él adquiere un aire cómico, la barbilla, la nariz, la frente. Su pelo refleja los rayos de sol, parece respirar el olor del trigo. Tiene la belleza de una playa abandonada cuyos cofines remotos se ven rodeados por un mar embravecido. Algunos mechones de pelo, semejantes a olas de espuma, le rodean la cara, la cubren rebeldes en algunos puntos, sin que ella haga nada por evitarlo.
Zac se inclina y recoge con la mano  su delicada belleza. Vanessa trata de esquivarlo.
—¡Déjame!
—No puedo. Es más fuerte que yo. Tengo que darte un beso.
—He dicho que me dejes. Estoy enfadada.
Zac se aproxima a sus labios.
—Te prometo que después te escucho: Inglaterra, tus viajes, ¡todo lo que quieras!
—¡Tenías que haberme escuchado antes!
Zac se aprovecha y la besa al vuelo, sorprendiendo sus labios desprevenidos, apenas entreabiertos. Pero Vanessa cierra la boca decidida. Se produce entre ellos un simulacro de lucha. Ella finalmente se rinde, se abandona paulatinamente a su beso.
—Eres violento y maleducado.
Palabras susurradas entre labios que casi se pueden tocar.
—Es cierto. —Palabras que casi se confunden.
—No me gusta que hagas eso.
—No lo volveré a hacer, te lo prometo.
—Ya te he dicho que no creo en tus promesas.
—Entonces te lo juro…
—Figúrate si creo entonces en tus juramente…
—Está bien, de acuerdo, lo juro por ti.
Vanessa le da un puñetazo. El acusa el golpe bromeando. Luego la abraza y se hunde con ella entre las suaves espigas. En lo alto, el sol y el cielo azul, mudos espectadores. Más allá, una bandera inglesa abandonada. Algo más cerca, dos sonrisas llenas de frescura. Zac se entretiene con los botones de su camisa. Se detiene por un instante, temeroso. Vanessa ha cerrado los ojos y parece tranquila. Desabrocha un botón, después otro, con delicadeza, como si un contacto algo más brusco pudiera romper en mil pedazos la magia de aquel momento. Acto seguido desliza su mano por el interior de la camisa, recorriendo el costado, sobre la piel blanda y tibia. La acaricia. Vanessa se lo permite y, besándolo, lo abraza con más intensidad. Zac, embriagado por su perfume, cierra los ojos. Por primera vez todo le parece distinto. No tiene prisa, está tranquilo. Siente una extraña paz. Su palma resbala por la espalda, recorriendo aquel foso suave hasta llegar a la cintura de la falda. Una ligera pendiente en ascenso, el inicio de una dulce promesa. Por allí cerca, dos diminutos agujeros lo hacen sonreír, como los besos algo más apasionados de ella. Dulcemente, sigue acariciándola. Asciende de nuevo, hasta llegar a aquel débil elástico almenado. Se detiene en el cierre, intentando desvelar el misterio, y algo más. ¿Dos ganchos? ¿Dos pequeñas medialunas que encajan una dentro de otra? ¿Una <s> metálica que se introduce desde arriba? Se demora un poco. Ella lo mira curiosa. Zac empieza a ponerse nervioso.
—¿Cómo coño se abre?
Vanessa sacude la cabeza.
—¿Por qué has de ser siempre tan mal hablado? No me gusta que digas esas cosas cuando estás conmigo.
En ese preciso momento, el misterio se resuelve. Dos pequeñas medialunas se separan tiradas por un elástico finalmente liberado. La moto de Zac deambula por toda la espalda, subiendo hasta el cuello, finalmente sin obstáculos.
—Perdona…
Zac apenas puede creer lo que oye. Le ha pedido perdón. Perdona. Vuelve a oír aquella palabra. Él, Zac, se ha disculpado. Pero luego, sin querer pensar más en ello, se abandona como arrebatado por aquella nueva conquista. Le acaricia el pecho, la besa delicadamente en el cuello, pasa al otro seno y encuentra también allí aquella frágil señal de deseo y pasión. Entonces se desliza algo más lentamente hacia abajo, hacia su vientre liso, hacia la cintura de la falda. La mano de ella lo detiene. Zac abre los ojos. Vanessa están frente a él, negando con la cabeza.
—No.
—No, ¿qué?
—No, eso… —Le sonríe.
—¿Por qué? —Él no sonríe en absoluto.
—¡Porque no!
—¿Y por qué no?
—¡Porque no y basta!
—Pero hay alguna razón, tipo… —Zac esboza una leve sonrisa alusiva.
—No, cretino… ninguna razón. Simplemente que no quiero. Cuando aprendas a soltar menos tacos, entonces puede que…
Zac se gira sobre un costado y empieza a hacer flexiones. Una tras otra, cada vez más rápido, sin parar.
—No me lo puedo creer, no puede ser verdad. La he encontrado.
Sonríe, hablando entre una flexión y otra, jadeando ligeramente. Vanessa se abrocha el sostén y la camisa.
—¿Qué has encontrado? Y deja de hacer flexiones mientras hablamos…
Zac hace dos últimas con una sola mano. Luego se tumba de lado y se pone a mirarla sin dejar de sonreír.
—No has estado nunca con nadie.
—Si lo que insinúas es que soy virgen la respuesta es sí. —Aquella palabra le cuesta muchísimo. Vanessa se pone de pie. Se limpia la falda con la mano. Algunos trozos de espiga caen al suelo—. ¡Y ahora llévame al colegio!
—¿Qué pasa? ¿Te has enfadado?
Zac la rodea con sus brazos.
—Sí, tienes un modo de comportarte que me exaspera. No estoy acostumbrada a que me traten así. Y déjame…
Se escabulle de su abrazo y camina a paso  liego hacia la bandeja inglesa. Zac va tras ella.
—Venga, Vanessa… No quería ofenderte. Perdóname, en serio.
—No te he oído.
—Sí que me has oído.
—No, repite.
Zac vuelve la cabeza, molesto. Luego la mira otra vez.
—Perdóname, ¿vale? Mira que yo estoy encantado de que no hayas estado nunca con nadie.
Vanessa se inclina para recoger la bandera inglesa y se pone a doblarla.
—¿Ah, sí? ¿Y por qué?
—Bueno, porque… porque sí. Me gusta y basta.
—¿Por qué piensas acaso que tú vas a ser el primero?
—Oye, te he pedido ya perdón. Ahora basta, déjalo estar ya. Mira que eres difícil.
—Tienes razón. Tregua. —Le pasa un borde de la bandera—. Ten, ayúdame a doblarla. —Se alejan. La extienden y después se vuelven a acercar. Vanessa toma de sus manos el otro borde y le da un beso—. Es que ese tema me pone nerviosa.
Vuelven en silencio a la moto. Vanessa sube detrás de él. Se alejan por la colina, dejando a sus espaldas espigas deshechas y una conversación a la mitad. Es el primer día que salen juntos y Zac le ha pedido perdón dos veces. Caramba… No va nada mal. Ella lo abraza feliz. Sí, vamos de maravilla. Vanessa se ha calmado, ahora no piensa en nada. No sabe que un día no muy lejano volverá a afrontar con él ese tema que le pone tan nerviosa.


Bueno lectoras, perdonarme por tardar tanto tiempo en publicar.. pero estoy muy liada con los estudios.. 
Me queda una semana aproximadamente para terminar con todos mis examenes y todo, asi que pronto estaré aquí publicando a diario. Un besito.

sábado, 8 de octubre de 2011

Capitulo 38.

A la salida del Falconieri ningún muchacho vende libros. Es un colegio demasiado <fino> como para que cualquiera de sus alumnas compre un libro usado. Vanessa baja las escaleras mirando en derredor esperanzada. Al fondo de ellas, varios grupos de muchachos acechan nuevas presas o esperan a viejas conquistas. Pero ninguno de ellos es el apropiado. Vanessa da los últimos pasos. El ruido de una moto veloz le hace levantar la mirada. Su corazón se acelera. En vano. Un depósito rojo para como un rayo entre los coches. Dos jóvenes abrazados se ladean al mismo tiempo hacia la izquierda. Vanessa los envidia por un momento. Después sube al coche. Su madre la espera dentro, todavía enojada por lo que pasó el día anterior.
—Hola, mamá.
—Hola —es la seca respuesta de Gina. Vanessa no recibe ninguna bofetada ese día, no hay motivo. Pero casi lo lamenta.

Zac y Pollo están pegados a la red. Presencian en el borde del campo el entrenamiento de su equipo. Junto a ellos Schello, Hook y algún que otro amigo más, la pasión por el Lazio. Hinchas descontroladas con tal de armar un podo de alboroto. Zac, procurando que no lo vean, sube un poco la manga izquierda de la cazadora, dejando al descubierto el reloj. La una y media. Acabará de salir. Se la imagina en el coche de su madre, en la avenida de Francia, volviendo a casa. Más bonita que un gol de Mancini. Pollo no le quita ojo.
—¿Qué pasa?
Pollo abre los brazos.
—Nada, ¿por qué?
—Entonces, ¿se puede saber qué coño estás mirando?
—¿Por qué, acaso no puedo mirar?
—Pareces marica… Mira el partido, ¿no? Te traigo hasta aquí y ¿qué hacer? ¿Te dedicas a mirar la cara?
Zac se vuelve hacia el campo. Algunos jugadores con chaquetas de entrenamiento sobre las camisetas del equipo se pasan rápidos la pelota mientras un desgraciado que hay en medio de ellos trata de arrebatársela. Zac se vuelve de nuevo hacia Pollo. Sigue sin quitarle ojo.
—¡Todavía! Pero, ¿es que no lo entiendes? —Zac se abalanza sobre él. Le coge la cabeza con ambas manos y, riéndose, golpea con ella la red—. Tienes que mirar ahí. —Lo empuja varias veces—. ¡Ahí, ahí!
Schello, Hook y el resto del grupo se lanzan sobre ellos con el único objetivo de organizar un poco de follón. Otros hinchas se empujan entre ellos contra la red, armando alboroto. Uno de ellos, con un periódico enrollado y un silbato en la boca finge ser uno de la policía antidisturbios y aporrea a todos. Al poco tiempo, el grupo se disgrega, los hinchas corren en todas direcciones divertidos. Zac sube a la moto. Pollo salta tras él y ambos escapan de allí deslizándose sobre la grava. Zac se pregunta si Pollo habrá adivinado lo que estaba pensando antes.
—Oh, Zac, que lástima…
—¿Por qué?
—Se ha hecho muy tarde, si no, podríamos haber pasado a recogerlas al colegio.
Zac no le contesta. Siente que Pollo sonríe a sus espaldas. Luego recibe un puñetazo en el costado.
—Eh, no te hagas el listo conmigo, ¿está claro? —Zac se inclina hacia delante dolorido. Sí. Pollo lo ha adivinado y, por si fuera poco, da unos golpes terribles.


La tarde resulta interminable para los dos, aunque no lo sepan.
Vanessa trata de estudiar. Se dedica a ojear el diario, a cambiar las emisoras de la radio, a abrir y cerrar la nevera intentando resistir la tentación de saltarse la dieta. Acaba delante de la tele mirando un estúpido programa infantil y comiéndose un Danone al chocolate, lo que hace que poco después se sienta todavía peor. Quién sabe si habrá conseguido el número de mi móvil. De todos modos, aquí no hay cobertura. Esperemos que le hayan dado el de casa. En la duda, se apresura a responder a todas las llamadas. Pero la mayor parte de las veces le toca escribir sobre la agenda el apellido de alguna amiga de madre. Andrea Palombi llama a Stella al menos tres veces. La envidia. El teléfono suena de nuevo. El corazón le da un vuelco. Corre por el pasillo, levanta el auricular, solo puede tratarse de Zac. En cambio, es Palombi, por cuarta vez. Llama a Stella rogándole que no se demore. Injusticias del mundo. A Stella cuatro llamadas, a ella ninguna. Luego se anima. Con todas las carreras que ha hecho debe de haber quemado al menos la mitad de las calorías.
Zac come en casa con su amigo. Pollo le vacía prácticamente la nevera. Le gusta mucho la cocina de Maria. Ella se muestra encantada de ver cómo su torta de manzana desaparece entre las fauces del joven invitado. Zac un poco menos ya que tendrá que soportar las quejas de Paolo, cuando vuelva a casa. La torta de manzana, en realidad, era para él. Poco después, Maria se marcha y los dos descansan un poco. Zac relee todos sus cómics. Controla las ilustraciones originales, de las que se siente muy orgulloso. Luego despierta a Pollo para enseñárselas. A pesar de que las ha visto ya un sinfín de veces, las contempla como ni no las hubiera visto nunca. Son de verdad muy buenos amigos, tanto que Zac no puede negarle una llamada por teléfono. Aunque esté al tanto del vicio de Pollo. Como era de prever, se pasa una hora al teléfono. Vaya a donde vaya, tiene que llamar al menos una vez. Se tira horas hablando, con quien sea, aunque no tenga nada que decir. Ahora, encima, que se ha echado novia, es incontenible. Su sueño, confiesa a Zac al salir, es robar un móvil.
—Mi hermano tiene uno nuevísimo —le responde divertido Zac. Paolo adquiere de inmediato un nuevo valor para Pollo. Quién sabe si después de la torta de manzana no conseguirá birlarle también el teléfono.

Llueve. Vanessa y Stella están sentadas en el sofá junto a sus padres. Miran una película divertida y familiar en el primer canal. La atmósfera parece más distendida.
Suena el teléfono. Stella enciende el inalámbrico que tiene junto a ella sobre el almohadón del sofá.
—¿Sí? —Mira a Vanessa asombrada. Incapaz de dar crédito a sus oídos—. Ahora te la paso. —Vanessa se vuelve tranquila hacia la hermana—. Es para ti, Vanessa.
Basta ese instante, su mirada, su cara, para comprender. Es él.
Stella le pasa el teléfono tratando de disimular delante de sus padres. Su hermana lo coge con delicadeza, casi temerosa de tocarlo, de apretarlo, como si una vibración de más pudiera cortar la comunicación, hacerlo desaparecer para siempre. Se lo lleva lentamente a la cara de mejillas encendidas, a los labios emocionados incluso por aquel siemple…
—¿Sí?
—Hola, ¿cómo estás? —La voz cálida de Zac le llega directamente al corazón. Vanessa mira a su alrededor consternada, preocupada porque alguien se haya dado cuenta de lo que siente, de su corazón que late enloquecido, de la felicidad que trata desesperadamente de disimular.
—Bien, ¿y tú?
—Bien. ¿Puedes hablar?
—Espera un momento, no oigo nada. —Se levanta del sofá con el teléfono en la mano mientras su bata hace una especie de revoloteo. A saber por qué, ciertos teléfonos no funcionan nunca delante de los padres. Su madre la mira salir del salón y luego se vuelve curiosa hacia Stella.
—¿Quién es?
Stella es rápida.
—Oh, es Josh, uno de sus pretendientes.
Gina la mira por un momento. Luego se tranquiliza. Se concentra de nuevo en la película. También Stella se vuelve hacia el televisor con un pequeño suspiro. Ha colado. Si su madre hubiera seguido mirándola se habría derrumbado. Es difícil sostener su mirada, uno tiene siempre la impresión de que lo sabe todo. Se felicita por la idea de Josh. Al menos ese estúpido ha servido para algo.
La habitación a oscuras. Ella apoyada contra el cristal, mojado por la lluvia, con el teléfono en la mano.
—Hola, Zac, ¿eres tú?
—¿Quién si no?
Vanessa se echa a reír.
—¿Dónde estás?
—Bajo la lluvia. ¿Puedo venir a tu casa?
—Imposible. Están mis padres.
—Entonces ven tú.
—No, no puedo. Estoy castigada. Ayer me pillaron al volver a casa. Estaban esperándome en la ventana.
Zac sonríe y tira el cigarrillo.
—¡Entonces es cierto! Todavía se castiga a ciertas chicas.
—Eh, sí, y tú estás saliendo con una de ellas. —Vanessa cierra los ojos aterrorizada por la bomba que acaba de lanzar. Se queda esperando la respuesta. Sea como sea, ahora ya no tiene remedio. Pero no oye ningún estallido. Lentamente, abre los ojos. Al otro lado del cristal, el resplandor de un rayo permite ver mejor la lluvia. Está amainado—. ¿Sigues ahí?
—Sí. Estaba tratando de entender qué efecto produce caer en las redes de una mosquita muerta.
—Si fuera realmente una mosquita muerta habría elegido otro que enredar.
Zac se echa a reír.
—Está bien, hagamos las paces. Tratemos de resistir al menos un día. ¿Qué haces mañana?
—Ir al colegio, estudiar y luego, sigo castigada.
—Bueno, puedo ir a buscarte.
—Yo diría que esa no es precisamente una idea brillante…
—Me vestiré bien.
Vanessa se ríe.
—No, no es por eso. Es una cuestión algo más general. ¿A qué hora te levantas mañana?
—Bah, a las diez, a las once. Cuando Pollo venga a despertarme.
Vanessa sacude la cabeza.
—¿Y si no va?
—A las doce, a la una…
—¿Puedes venir a recogerme del colegio?
—¿A la una? Sí, creo que sí.
—Me refería a la entrada.
Silencio.
—¿A qué hora sería eso?
—A las ocho y diez.
—Pero ¿por qué hay que ir al colegio de madrugada? Y luego, ¿qué hacemos?
—Bueno, no sé, nos escapamos… —Vanessa apenas puede creer lo que está diciendo. Nos escapamos. Debe de haberse vuelto loca.
—Está bien, cometamos esa locura. A las ocho en la entrada de tu colegio. Espero poder despertarme a esa hora.
—Será difícil, ¿verdad?
—Bastante.
Se quedan por un momento en silencio. Son saber muy bien qué decir, cómo despedirse.
—Bueno, entonces, hasta mañana.
Zac mira afuera. Ha dejado de llover. Las nubes se mueven veloces. Es feliz. Mira el móvil. En ese momento, ella está al otro lado.
—Adiós, Vanessa. —Cuelgan. Zac alza la mirada. Ahí arriba, en el cielo, han aparecido algunas estrellas, tímidas y mojadas. Mañana será un buen día. Pasará la mañana con ella.
Ocho y diez. Debe de haberse vuelto loco. Trata de recordar cuando se levantó por última vez tan temprano. No se acuerda. Sonríe. Hace apenas tres días, volvió a casa justo a esa hora.
En la oscuridad de su habitación, con el teléfono portátil en la mano, Vanessa sigue con la mirada clavada en el cristal durante un buen rato. Se lo imagina en la calle. Fuera debe de hacer frío. Se estremece por él. Regresa al salón. Devuelve el teléfono a su hermana y luego se sienta junto a ella en el sofá. Sin que se dé cuenta, Stella observa su cara con curiosidad. Le gustaría acribillarla a preguntas. Tiene que conformarse con aquellos ojos que, de repente, parecen extasiados. Vanessa se concentra de nuevo en la televisión. Por un instante, tiene la impresión de estar viendo a colores aquella vieja película en blanco y negro. No entiende mínimamente de qué están hablando y sus pensamientos la transportan muy lejos de allí. Poco después, vuelve inesperadamente a la realidad. Mira a los demás inquieta, pero ninguno da muestras de haberlo notado. Mañana hará novillos por primera vez en su vida.


A las lectoras que lean esta novela quiero decirles que tengo todo esto un poco abandonado, ya que estoy liada con el trabajo, estudios y tal.. pero que todos los fines de semana que tengo un poquito de tiempo libre leo todas las novelas e intento publicarle esta. Un beso a todas, y gracias por quien la siga:)

viernes, 30 de septiembre de 2011

Capitulo 37.

Ash se precipita sobre Vanessa, antes de que esta pueda acabar de subir las escaleras del colegio.
—Bueno, ¿cómo fue? Desapareciste…
—Estuvimos en Ansedonia.
—¿Fuisteis hasta allí?
Vanessa asiente.
—¿Y lo hicisteis?
—¡Ash!
—Bueno, perdona, si fuisteis hasta allí se supone que bajaríais a la playa, ¿no?
—Sí.
—¿Y no hicisteis nada?
—Nos besamos.
—¡Yuhuuu! —Ash le salta encima—. ¡Caramba! Menuda suerte, te has ligado al tío más bueno de la ciudad. —Luego advierte que Vanessa parece un poco triste—. ¿Qué pasa?
—Nada.
—Venga, no digas mentiras, suéltalo. Ánimo. Cuéntaselo a tu vieja y sabia amiga, Ash. Lo hicisteis, ¿verdad?
—¡Noooo! Solo nos besamos, y fue precioso. Pero…
—Pero, ¿qué…?
—Pues eso, que no sé cómo hemos quedado.
Ash  la mira perpleja.
—Pero intentó… —Mueve el puño hacia abajo dos veces en manera elocuente.
Vanessa hace un gesto negativo con la cabeza resoplando.
—No.
—En ese caso, la  cosa es realmente preocupante.
—¿Por qué?
—Le interesas.
—¿Tú crees?
—Seguro. Normalmente, se las tira a todas la primera noche.
—Ah, gracias, es un consuelo.
—Quieres saber la verdad, ¿no? Bueno, perdona, tienes que ser feliz. No te preocupes, si el problema es solo ese lo único que tienes que hacer es esperar a la segunda noche, ¡ya verás!
Vanessa le da un empujón.
—Estúpida… Por cierto, Ash, te han secuestrado la Vespa.
—¿Mi Vespa? —Ash cambia de expresión—. ¿Quién ha sido?
—Mis padres.
—La simpática de Gina. Uno de estos días le voy a decir un par de cosas. ¿Sabes que el otro día lo intentó?
—¿Mi madre? ¿Con quién?
—¡Conmigo! ¡Me besó mientras dormía en tu cama pensando que eras tú!
—¿Me lo juras?
—¡Sí!
—Imagínate, mi padre ha cogido tu llavero pensando que era el mío.
—¿Y no le ha parecido extraño lo de la P?
—¡Sí! Le dije que, de pequeña, él me llamaba siempre Puffina.
—¿Y se lo creyó?
—Ahora solo me llama así.
—¡Qué lástima! Tu padre es un buen tipo, pero eso no quita que sea también bastante bobalicón.
De este modo, entran en clase. Una, morena y esbelta, la otra, rubia y más menuda. Guapa y estudiosa la primera, graciosa e ignorante la segunda, pero con algo muy grande en común: su amistad. Durante la lección, Vanessa mira distraída la pizarra, sin ver los números escritos sobre ella, sin oír las palabras de la profesora. Piensa en él, en lo que estará haciendo en ese momento. Se pregunta si estará pensando en ella. Trata de imaginárselo, sonríe enternecida, a continuación preocupada, al final anhelante. Tiene muchos modos de ser. A veces resulta tierno y dulce, pero también puede convertirse inesperadamente en alguien salvaje y violento. Suspira y mira la pizarra. Es mucho más fácil resolver aquella ecuación.

Zac se acaba de levantar. Se mete en la ducha y deja que aquel chorro de agua potente y decidido le dé un masaje. Apoya las manos contra la pared mojada y, mientras el agua tamborilea sobre su espalda, empuja hacia abajo las piernas, levantándose de puntillas, primero el pie derecho, después el izquierdo. Mientras el agua resbala por su cara piensa en los ojos marrones de Vanessa. Son grandes, límpidos, y profundos. Sonríe y, a pesar de tener los ojos cerrados, puede verla a la perfección. Ahí está, inocente y serena frente a él, con el pelo despeinado por el viento y aquella nariz recta. Ve su mirada resuelta, temperamental. Mientras se seca, piensa en todo lo que se dijeron, en lo que él le contó. Ella, único oído dulce casi desconocido, oyente silencioso de su viejo sufrimiento, de su amor ahora convertido en odio, de su tristeza. Se pregunta si no se habrá vuelto loco. En cualquier caso, ya está hecho. Desayunando, piensa en la familia de Vanessa. En su hermana. En el padre que parece simpático. En esa madre de carácter firme y tajante, de rasgos parecidos a los de Vanessa, un poco ajados por la edad. ¿Llegará un día en el que ella sea también así? Las madres, a veces, no son sino la proyección futura de la muchacha con la que nos divertimos hoy. Le viene a la mente el recuerdo de una madre, más intenso que el de la hija. Apura el café sonriendo. Llaman a la puerta. Abre Maria. Es Pollo. Le tira sobre la mesa la habitual bolsa de papel, sus sándwiches al salmón.
—¿Entonces? Me tienes que contar lo que pasó. ¿Te la tiraste o no? Imagínate, esa… con el carácter que tiene a saber cuándo se dejará. ¡Nunca! ¿Adónde coño fuisteis? Os busqué por todas partes. Ah, no sabes cómo se puso Madda. ¡Está negra! ¡Como la pille la descuartiza!
Zac se pone serio. Maddalena, es verdad, no había pensado en ella. Anoche no pensó en nada de eso. Decide que ahora tampoco quiere hacerlo. A fin de cuentas, nunca se comprometieron a nada.
—Ten. —Pollo se saca del bolsillo un trozo de papel blanco arrugado y se lo tira—. Es su número de teléfono. —Zac lo coge al vuelo—. Se lo pedí ayer a Ash, sabía que hoy lo querrías…
Zac se lo mete en el bolsillo y sale de la cocina. Pollo va tras él.
—Pero bueno, Zac, ¿me cuentas algo o no? ¿Te la tiraste?
—¿Por qué me preguntas siempre esas cosas, Pollo? Ya sabes que yo soy un caballero, ¿no?
Pollo se tira sobre la cama muerto de risa.
—Un caballero… ¿tú? Dios mío, me va a dar algo. Lo que tengo que oír. Joder… Un caballero.
Zac lo mira sacudiendo la cabeza y luego, mientras se pone los vaqueros, también él se echa a reír. ¡La de veces que no se ha comportado, lo que se dice, como un caballero! Por un momento, le gustaría poder contarle algo más a su amigo.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

Capitulo 36.

Delante de Vetrine, parada en medio de la calle desierta, queda ya solo su Vespa. Vanessa baja de la moto, desbloquea la rueda delantera y la enciende. Monta sobre el sillín y la empuja haciéndola bajar del soporte. Luego, parece acordarse de él.
—Adiós. —Le sonríe con ternura.
—Te acompaño, te escolto hasta casa. —Llegados a la avenida de Francia, Zac se acerca a la Vespa y apoya el pie derecho bajo el faro, sobre la pequeña matrícula.
—Tengo miedo.
—Mantén derecho el manillar…
Vanessa mira de nuevo hacia delante sujetándolo bien. La Vespa de Ash va más rápida que la suya pero jamás habría alcanzado por sí sola esos niveles. Dejan atrás la avenida de Francia y luego suben por la calle Jacini, hasta la plaza. Zac le da un último empujón justo delante de su casa. La suelta. Poco a poco, la Vespa va perdiendo velocidad. Vanessa frena y se vuelve hacia él. Está parado, erguido sobre la moto, a pocos pasos de ella. Zac la mira por un momento. Luego le  sonríe, mete la primera y se aleja. Ella lo  sigue con la mirada hasta verlo desaparecer en la curva. Lo oye acelerar cada vez más, un cambio rápido de marchas, silenciadores que rugen mientras se alejan corriendo a toda velocidad. Vanessa espera que Fiore, medio dormido, levante la barra. Luego sube por la pendiente que hay frente al edificio. Cuando dobla la curva, una triste sorpresa. Su casa está toda iluminada y su madre está allí, asomada a la ventana de su dormitorio.
—¡Aquí está, Greg!
Vanessa sonríe desesperada. No sirve de nada. Su madre cierra bruscamente la ventana. Vanessa mete la Vespa en el garaje, pasando con dificultad entre la pared y el Mercedes. Mientras cierra la puerta metálica piensa en la bofetada de aquella mañana. Inconscientemente, se lleva la mano a la mejilla. Trata de recordar el daño que le hizo. Sin esforzarse demasiado. De todos modos, no tardará en comprobarlo. Sube parsimoniosamente las escaleras intentando retrasar lo más posible el momento de aquel descubrimiento. La puerta está abierta. Pasa resignada bajo aquel patíbulo. Condenada a la guillotina, sin confiar demasiado en un posible indulto, ella, moderna Robespierre con pantalón de peto, perderá su cabeza. Cierra la puerta. Una bofetada le da en plena cara.
—¡Ay! —<Siempre en el mismo lado>, piensa, acariciándose la mejilla.
—Vete de inmediato a la cama pero antes dale las llaves de la Vespa  a tu padre.
Vanessa cruza el pasillo. Greg está junto a la puerta. Vanessa le entrega el llavero de Ash.
—¿Vanessa?
Ella se vuelve, inquieta.
—¿Qué pasa?
—¿Por qué una P?
La P de goma del llavero de Ash cuelga inquisitiva de las manos de Greg. Vanessa lo mira momentáneamente perpleja, pero a renglón seguido, despabilada por la bofetada y fresca creadora del instante, improvisa.
—Pero cómo, papá, ¿no te acuerdas? Por el apodo que me pusiste tú. ¡De pequeña me llamabas siempre Puffina!
Greg parece momentáneamente indeciso, luego sonríe.
—¡Ah, es verdad! Puffina. Ya no me acordaba. —Acto seguido, vuelve a ponerse serio—. Ahora vete a la cama. Mañana hablaremos de toda esta historia. ¡No me ha gustado nada, Vanessa!
Las puertas de los dormitorios se cierran. Greg y Gina, ya más tranquilos, hablan sobre aquella hija que antes era pacífica y tranquila y que ahora se rebela, irreconocible. Vuelve a altas horas de la noche, participa en carreras de motos, aparece fotografías en todos los periódicos. ¿Qué ha sucedido? ¿Qué le ha pasado a su Puffina?
En una de las habitaciones cercanas, Vanessa se desnuda y se mete en la cama. Su mejilla enrojecida encuentra un fresco consuelo en el almohadón. Durante un rato, sueña con los ojos abiertos. Le parece escuchar todavía el ruido de las olas, sentir el viento que le acaricia el pelo y ese beso, fuerte y tierno al mismo tiempo. Se gira en la cama. Piensa en él mientras mete las manos bajo el almohadón soñando que lo abraza. Entre las sábanas lisas, unos diminutos grano de arena le hacen sonreír. En la oscuridad de su habitación, surge poco a poco la respuesta que sus padres buscan con afán. Es evidente lo que le ha pasado a su Puffina: se ha enamorado.

jueves, 8 de septiembre de 2011

Capitulo 35.

De nuevo ahora. Por la noche.
La moto corre tranquila por la orilla. Pequeñas olas rompen lentas en ella. Van y vienen, respiración regular del mar profundo y oscuro que los observa a una cierta distancia. La luna, alta en el cielo, ilumina la larga Feniglia. A lo lejos, la playa se pierde entre las manchas más oscuras de las montañas. Zac apaga los faros. Siguen corriendo envueltos en la oscuridad, sobre aquella mullida alfombra mojada. Al llegar a mitad de Feniglia se paran. Caminan el uno junto al otro, rodeados por aquella paz. Vanessa se acerca hasta la orilla. Pequeñas olasa de bordes plateados rompen antes de mojar sus All Star azules. Una ola algo más caprichosa que las demás prueba a cogerla. Vanessa retrocede deprisa tratando de escapar. Tropieza con Zac. Sus fuertes brazos le ofrecen un refugio seguro. Ella no lo esquiva. Su sonrisa se asoma en aquella luz nocturna. Sus ojos marrones, rebosantes de amor, lo miran divertidos. Él se inclina sobre ella lentamente y, estrechando su brazo, la besa. Labios suaves y cálidos, frescos y salados, acariciados por el viento del mar. Zac le pasa una mano por el pelo. Lo aparta dejando su cara al descubierto. En la mejilla teñida de plata, diminuto espejo de aquella luna que está en lo alto, se dibuja una sonrisa. Otro beso. Las nubes se pasean sosegadamente en el cielo azul nocturno. Zac y Vanessa se han tumbado sobre la arena fría, abrazados. Sus manos, cubiertas por minúsculos granos de arena, se persiguen divertidas.
Otro beso. Luego Vanessa se incorpora apoyándose en los brazos. Lo mira, está bajo ella. Sus ojos ahora en calma la miran fijamente. Su piel es de color ébano, lisa y suave. Su pelo corto no teme ensuciarse. Parece pertenecer a aquella playa, tumbado en ella, con los brazos extendidos, dueño de la arena, de todo. Zac, sonriendo, la atrae a él, dueño también de ella, acogiéndola con un beso más largo y profundo. La abraza estrechamente, respirando su dulce sabor. Ella se abandona, transportada por aquella fuerza, y, en ese momento, comprende que hasta entonces no había besado a nadie de verdad.
Ahora está sentado detrás de ella, la tiene abrazada, alojada entre sus piernas. Él, sólido respaldo, interrumpe de vez en cuando sus pensamientos para darle un beso en el cuello.
—¿En qué piensas?
Vanessa se vuelve hacia él mirándolo por el rabillo del ojo.
—Sabía que me lo preguntarías. —Vuelve a apoyar la cabeza contra su pecho—. ¿Ves la casa que está allí, sobre las rocas?
Zac mira en la dirección que indica la mano de ella. Antes de perderse en la lejanía se detiene por un momento en aquel índice menudo y lo encuentra también maravilloso. Sonríe, dueño exclusivo de sus pensamientos.
—Sí, lo veo.
—¡Es mi sueño! Cuánto me gustaría vivir en esa casa. Imagínate la vista que debe de tener. Un ventanal sobre el mar. Un salón en el que poder contemplar el atardecer mientras nos abrazamos.
Zac la estrecha con más fuerza entre sus brazos. Vanessa sigue mirando por un instante a lo lejos, arrobada. Él se acerca apoyando su mejilla contra la de ella. Vanessa, juguetona y caprichosa, trata de apartarlo, sonriendo a la luna, fingiendo querer escapar. Zac coge la cara de ella entre sus manos y ella, pálida perla, sonríe, prisionera en aquella concha humana.
—¿Quieres darte un baño?
—¿Estás loco, con este frío? Además, no tengo bañador.
—Venga, no hace frío y, entre otras cosas, ¿para qué necesita un bañador un pececito como tú?
Vanessa hace una mueca de rabia y lo empuja hacia atrás con las manos.
—Por cierto, le has contado a Pollo la historia de la otra noche, ¿verdad?
Zac se levanta y trata de abrazarla.
—¿Qué, bromeas?
—¿Cómo es posible entonces que Ash se haya enterado? ¡Se lo habrá contado Pollo!
—Te juro que no le he dicho nada. Puede que haya hablado en sueños…
—Hablado en sueños, claro… además, ya te he dicho que no creo en tus juramentos.
—Es verdad que de vez en cuando hablo en sueños, tú misma no tardarás en comprobarlo.
Zac se dirige a la moto mirando hacia atrás divertido.
—¿Lo comprobaré? Estás bromeando, ¿verdad?
Vanessa le da alcance un poco preocupada.
Zac se ríe. Su frase ha conseguido el resultado que pretendía.
—¿Por qué, acaso no dormimos juntos esta noche? Para el caso, no tardará mucho en amanecer.
Vanessa mira preocupada el reloj.
—Las dos y media. Caramba, si mis padres llegan antes que yo estoy acabada. Rápido, tengo que volver a casa.
—Entonces, ¿no duermes conmigo?
—¿Estás loco? A lo mejor no te has enterado de con quién estás saliendo. Y, además, ¿cuándo has visto a un pececito dormir acompañado?
Zac enciende la moto, aprieta el freno delantero dando gas. La moto, obediente entre sus piernas, gira sobre sí misma y se para delante de ella. Vanessa sube detrás. Zac mete la primera. Se alejan poco a poco, aumentando gradualmente la velocidad, dejando a sus espaldas una línea precisa de anchos neumáticos. Algo más lejos, entre la arena removida por aquellos besos inocentes, hay un pequeño corazón. Lo ha dibujado ella a escondidas, con el mismo índice que a él le ha gustado tanto. Una ola pérfida y solitaria cancela su contorno. Pero, usando un poro la imaginación, todavía se pueden leer la Z y la V. un perro ladra a lo lejos a la luna. La moto sigue con su carrera enamorada y se desvanece en la noche. Una ola más decidida que las demás acaba de borrar aquel corazón. Nadie podrá, sin embargo, cancelar aquel momento de sus corazones.